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La solución definitiva al cambio climático: El poder de «5B»

Hay una solución fácil, segura y permanente para resolver el problema del cambio climático, empezando hoy mismo. Es una solución basada exactamente en lo que enfatizan los ponentes de la Cumbre del Clima: en la actuación responsable de cada uno de nosotros.

Según Wikipedia, en el 2015 más de la mitad de la población mundial pensaba que el cambio climático 1) es un problema muy serio, 2) está siendo causado por la actividad humana, y 3) está ya perjudicando a la gente. Hoy, con una consciencia cada vez mayor sobre el problema, es razonable asumir que dos terceras partes de la humanidad, digamos, unos cinco mil millones de personas (llamemos a ese grupo “5B”) piensan de esa forma.

Imagínate. Si 5B de personas han llegado a una conclusión importante y quieren cambiar su forma de actuar para salvar al planeta, nadie ni nada les impide hacerlo. A partir de este instante, esas 5B pueden dejar de usar combustibles fósiles, de la misma forma que religiosamente reciclan su basura a diario. La líder del movimiento para frenar el calentamiento global, Greta Thunberg, nos ha dado un maravilloso ejemplo de cómo hacerlo: ha atravesado el Atlántico en velero en vez de viajar en avión. Es el poder del individuo. Es el imparable poder de 5B.

No hay razón para que dos tercios de la humanidad no frenen significativamente las emisiones de CO2, si quieren hacerlo. Pueden empezar ya, y lo bueno es que cada individuo puede hacerlo de la forma que mejor le parezca. Uno puede dejar de viajar en avión, o dejar de llevar a sus hijos al colegio en coche, o buscarse un trabajo más cercano al que pueda ir en bicicleta, o comer más comida cruda (que además puede ser muy sano); uno puede dejar de comprar productos hechos con cualquier tipo de plástico, reduciendo así la demanda para ese producto. Etcétera.

(Obviamente, como el consumo se habrá reducido enormemente, el precio de la gasolina y de calentar o enfriar la casa de uno habrán subido exponencialmente, y cada individuo tendrá que decidir si  le compensa o no pagar el precio de mercado. Al final, si hay poquísima producción de un bien y su precio es astronómico, prácticamente nadie podrá permitirse comprarlo. Pero esa es precisamente la idea; lo que queremos es consumir menos para proteger al planeta y a generaciones futuras. Y quien pueda permitírselo siempre tendrá derecho a hacerlo en un mercado libre, pagando.)

Imagínate lo fantástico que sería para el planeta Tierra que de pronto dos tercios de sus habitantes humanos (5B de personas) dejaran voluntariamente de volar en avión, que es el medio de transporte supuestamente más dañino para el medio ambiente. Las aerolíneas de bajo coste desaparecerían de la noche a la mañana; las pocas empresas que quedaran en esa industria tendrían que cobrar precios altísimos para servir a un puñado de clientes ricachones que pudieran permitirse el lujo de atravesar el Atlántico pagando decenas o cientos de miles de dólares (en coach, claro, porque sólo habría una clase: la «igualdad» estaría garantizada).

Ni “la salud del planeta” ni “un medio ambiente limpio para nuestros tataranietos” son razones válidas para violar los derechos de 7,7B de individuos a pensar y a decidir y a actuar por sí mismos. O de 2,7B de individuos. O de un individuo.

¡Lo habríamos logrado! Habríamos conseguido una enorme reducción en la producción y en el consumo de combustibles fósiles…, que es exactamente lo que los líderes y  los seguidores del movimiento por el cambio climático quieren. Misión cumplida. Y además habríamos llegado a esa solución sin violar los derechos de nadie. Da igual qué ideas tenga un individuo sobre el cambio climático: moralmente, uno no puede imponerles esas ideas por la fuerza a otros. Estaríamos viviendo en una sociedad libre, en una sociedad racional.

Además, cada uno de esos 5B es libre de empezar campañas educativas para convencer (“convencer”, no “forzar”) al resto de las personas a que cambien y los imiten. Y los aproximadamente 2,7B que no estén de acuerdo en que el cambio climático sea un problema no serán forzados a actuar contra su voluntad. Cualquier persona que no esté convencida y quiera seguir usando combustibles fósiles será libre de hacerlo, de pensar por sí misma, de ser responsable y vivir su propia vida.

Y, por supuesto, cualquier ser humano es libre de inventar nuevas formas de lidiar con los problemas que considera importantes. Cualquiera es libre de descubrir nuevos productos que sustituyan al plástico, nuevas tecnologías para limpiar los océanos, nuevas fuentes de energía más baratas, más disponibles y más eficientes que los combustibles fósiles (y que las energías solar y eólica actuales). Muchos de esos inventores y emprendedores llegarán a ser millonarios, y se lo habrán merecido, pues habrán mejorado el nivel de vida de millones de personas con quienes han intercambiado voluntariamente valor por valor.

Pero no parece que mucha gente se esté planteando esa forma de solucionar el problema. Los participantes en la Cumbre del Clima quieren decidir por sus prójimos, por sus hermanos, por el resto de la humanidad. Ellos saben lo que es mejor para los 7,7B habitantes del planeta. Como ellos creen tener la razón (en base a sus proyecciones y a sus modelos estadísticos), creen que pueden imponer su voluntad en esos 7,7B. Estamos hablando de usar la fuerza física para obligar a la gente a comportarse de una cierta forma, a consumir más o menos de una cosa u otra; de usar la fuerza para destruir la producción, para acabar con industrias enteras.

Ni “la salud del planeta” ni “un medio ambiente limpio para nuestros tataranietos” son razones válidas para violar los derechos de 7,7B de individuos a pensar y a decidir y a actuar por sí mismos. O de 2,7B de individuos. O de un individuo.

Sería estupendo ver a los dos mil partipantes de la Cumbre del Clima dar ejemplo. Sería estupendo ver cómo se niegan a usar calefacción, taxis y aviones; cómo paran de comer alimentos que han sido transportados en camiones; sería estupendo y motivador verlos volver a sus países de origen en veleros y en coches de caballos (o, si los encuentran, en coches eléctricos). Sería lo lógico, un brillante ejemplo a seguir sobre cómo actuar en una situación que, según ellos, es “catastrófica”.

¿Aceptarán esos dos mil participantes respetar los derechos de los habitantes del planeta? ¿O se creerán dioses, decidiendo lo que es verdad, y determinando lo que es bueno para sus hermanos? ¿Son ellos mejores que los 7,7B de individuos a quienes quieren imponerles su voluntad (la famosa “voluntad política” de la que hablan)? ¿Son mejores ellos que cualquier otro ser humano individual en el planeta?

Si se salen con la suya, acabarán con muchas más industrias que las aerolíneas, acabarán con la civilización occidental tal y como la conocemos hoy. No habrá calefacción, ni aire acondicionado, ni plásticos, ni iPhones, ni internet, ni vacaciones en Disneylandia, ni frutas tropicales de postre. Nos llevarán de vuelta a la Edad Media; lo harán rápidamente y «por el bien del planeta», como si al planeta le importara algo eso.

Piénsalo. Ten siempre presente que, sean las que sean, quieren imponerte sus decisiones por la fuerza. Y si tu decisión es cambiar el mundo, nada te impide empezar ya, ahora mismo, en este instante.

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por Domingo García, presidente de Objetivismo Internacional

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