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Orgullo como ambición moral — OPAR [8-6]

Capítulo 8 – El hombre

Orgullo como ambición moral OPAR [8-6]

Objectivism: The Philosophy of Ayn Rand
(«OPAR») por Leonard Peikoff
Traducido por Domingo García
Presidente de Objetivismo Internacional

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 «Orgullo» es el compromiso de lograr la propia perfección moral. 54

«El hombre», escribe Ayn Rand,»se enfrenta a dos campos de acción interdependientes e interrelacionados, que exigen de él una constante acción de decidir y un constante proceso creativo: el mundo que le rodea y su propia alma …. De la misma forma que él tiene que producir los valores materiales que necesita para sustentar su vida, así también tiene que adquirir los valores de carácter que le permiten sustentarla y hacer que su vida valga la pena ser vivida …. Él tiene que . . . sobrevivir moldeando al mundo y a sí mismo en la imagen de sus valores”. 55

La virtud de la productividad trata del primero de estos requisitos; la virtud del orgullo trata del segundo.

Un productor debe luchar para crear los mejores productos materiales que le es posible crear. De modo similar, un hombre orgulloso lucha para conseguir dentro de sí mismo el mejor estado espiritual posible. Eso significa un estado de virtud total, independientemente del esfuerzo y la disciplina que eso represente. En lo que respecta a moralidad, nada que no sea la perfección total es suficiente. 56

Puesto que todas las virtudes son formas de racionalidad, el compromiso de alcanzar la perfección moral se reduce, en última instancia, a una única política: el compromiso de seguir la razón. Como las leyes de la lógica dejan claro, no hay término medio en este tema: o un hombre asume ese compromiso, o no lo hace.

Según el uso Objetivista, “perfección moral» es un término válido, que se define por referencia a la realidad. Citando a Ayn Rand: «La perfección moral es una racionalidad inquebrantable: no el grado de tu inteligencia, sino el pleno e implacable uso de tu mente; no el nivel de tu conocimiento, sino la aceptación de la razón como un absoluto». 57 La perfección así concebida no sólo es posible, sino que es también necesaria; es necesaria para una persona por la misma razón que un código de moralidad es necesario. Si la vida de un hombre es el estándar en referencia al cual se define la virtud, entonces el vicio no es una tentación o una opción tolerable, sino una amenaza mortal. La imperfección moral, en cualquier área, significa un paso hacia la destrucción.

Los conceptos morales, incluyendo «correcto”, “bueno” y “perfecto», son normas formuladas para guiar la elección humana. Tales conceptos pueden referirse sólo a lo que está dentro del poder de elección. No hay excusa, por lo tanto, para un hombre que se resigna y acepta defectos en su carácter. “Defectos” no quiere decir errores de conocimiento (los cuales no son evasiones), quiere decir transgresiones de moralidad, las cuales sí implican evasiones. 58

El hombre moral puede carecer de un conocimiento específico o puede llegar a una conclusión equivocada; pero él no tolera la maldad intencionada, ni en su consciencia ni en su acción, ni en forma de pecados por acción o de pecados por omisión. No exige de sí mismo lo imposible, pero sí se exige hasta el último gramo de lo posible. Se niega a descansar tranquilo mientras tiene un alma defectuosa, encogiéndose de hombros y despreciándose con un «yo soy así». Él sabe que ese «yo» fue creado, y es alterable, por él mismo.

La esencia del orgullo es ambición moral. 59 Si el hombre es un ser que forma su propia alma, entonces el orgullo es el proceso de hacerlo correctamente. Como todas las virtudes, el proceso incluye tanto un componente intelectual como un componente existencial.

Intelectualmente, el orgullo requiere que uno se esfuerce en captar la verdad en cuestiones morales, en vez de conformarse con sentimientos o clichés sin validar. El hombre orgulloso maneja los asuntos morales en forma explícita y objetiva, usando el método de la lógica. Sólo un código de principios objetivos – un código basado en los hechos de la naturaleza y de la naturaleza humana – puede ser acatado consistentemente, sin conflicto con la realidad. Si uno empieza la ética reescribiendo la realidad, entonces la perfección moral es impensable. Si uno exige que un acto virtuoso esté desprovisto de motivación personal (como hacen los kantianos), o que el hombre carezca de emociones (los estoicos), o que no tenga cuerpo (Plotinus), entonces uno se verá inducido a condenar a los seres humanos por el mero hecho de que existen. Cualquier variante de este enfoque basado en la primacía de la consciencia niega el propósito de la ética.

Una vez que uno conoce los principios morales correctos, el siguiente paso es incorporarlos al alma de uno a través de repetir acciones racionales. Uno debe hacer que estos principios se conviertan en un hábito (una “segunda naturaleza”, en el sentido aristotélico del término), practicándolos como un absoluto.

Dado que lo moral es lo volitivo, el absolutismo moral no requiere ni omnisciencia ni omnipotencia. El hombre moral no socava su carácter aceptando una culpa inmerecida. No puede realmente aceptar una culpa por un fallo sobre el cual no tiene control, por un deseo que es inherente en el hecho de estar vivo, o por desobedecer un código moral que, por la propia naturaleza de ese código, es impracticable. Si, sin embargo, en un momento de debilidad adquiere alguna culpa moral, entonces él actúa con decisión para limpiar la mancha y restaurar su pureza moral. Él condena cualquier comportamiento suyo que no es correcto, analiza sus raíces (identificando en el proceso las evasiones subyacentes), hace resarcimientos (cuando corresponde), y trata de reformular su política mental; esa es la forma a través de la cual él re-adiestra su carácter para el futuro.

El hombre de orgullo desprecia la moralidad «gris». No practica las virtudes de forma selectiva; observa todos los principios morales… por principio. Por eso Ayn Rand describe el orgullo como «la suma de todas las virtudes». 60 Aristóteles, de la misma forma, llama al orgullo «la corona de las virtudes» y señala que presupone todas las demás.

Las recompensas de la virtud del orgullo son todos los valores que un carácter moral correcto hace posible. Específicamente, el orgullo conduce al hombre al tercero de los «valores supremos»: la autoestima. 61

Una racionalidad inquebrantable genera en un hombre confianza en sí mismo; como su política es reconocer la realidad, él tiene un sentido de eficacia, una convicción de su poder para lidiar con la realidad y conseguir sus objetivos. Además, el carácter moral que él crea es algo admirable; de esa forma, el hombre orgulloso tiene un sentido de su propio valor. Ese sentido incluye la sensación de que él tiene derecho a ser el beneficiario de sus propias acciones, que él es merecedor de la atención que la auto-sustentación exige, que se ha ganado la posición de ser el valor máximo para sí mismo.

“Autoestima» es una valoración moral fundamental y positiva de uno mismo: del proceso por el cual uno vive y de la persona que uno crea al hacerlo. Es la unión de dos (inseparables) conclusiones, ninguna de las cuales es innata: tengo razón y soy bueno – puedo lograr lo mejor y merezco lo mejor que puedo lograr – soy capaz de vivir y me merezco vivir.

Un animal no necesita auto-valorarse; a él no le preocupan las cuestiones morales, y no puede cuestionar su propia acción. Pero el hombre, que sobrevive por un proceso volitivo, necesita un código moral — y ser consciente de que se está adhiriendo a él –; necesita el conocimiento de cómo vivir y el conocimiento de que está viviendo de acuerdo con ese conocimiento. En la formulación de Ayn Rand, el hombre «sabe que tiene que estar en lo cierto; estar equivocado en acción significa peligro para su vida; estar equivocado en su persona, ser malo, significa no ser apto para la existencia». 62 La autoestima o su ausencia es el veredicto de cada individuo en esta cuestión fundamental.

Un veredicto positivo es una recompensa por haber vivido correctamente, y le da a un hombre la fuerza necesaria para perseverar en su rumbo. Le da el valor para ser virtuoso, sin importar los obstáculos en su camino: para confiar en su juicio, luchar por sus metas, perseguir su felicidad. Un veredicto negativo – tome la forma de duda en sí mismo o de odio por sí mismo – es un castigo por haber vivido sus días desenfocado, y lo convierte en un lisiado espiritual, en alguien que se pasa la mayor parte del tiempo no persiguiendo metas, sino tratando de lidiar con el miedo y la culpa. Tal hombre siente miedo, en palabras de Ayn Rand, «porque ha abandonado su arma de supervivencia». Siente culpa, «porque sabe que lo ha hecho voluntariamente». 63

La mayoría de los hombres parece comprender que el hombre necesita autoestima, pero no por qué la necesita. Las moralidades convencionales, como el altruismo, son más que inútiles en este sentido; se dedican a combatir la necesidad. Sólo la ética de egoísmo racional identifica la raíz de la necesidad. La raíz es biológica o metafísica: un ser volitivo no puede aceptar la auto-preservación como su objetivo a menos que, haciendo un inventario moral, llegue a la conclusión de que es apto para la tarea; apto en términos de capacidad y de valor.

“Estimar» es un tipo de evaluación, y evaluación presupone un estándar de valor. El estado de la autoestima de un hombre, por lo tanto, depende no sólo de su práctica moral, sino también de su teoría moral; depende del estándar (que por lo general es sólo implícito) que él utiliza para medir la autoestima. Aquí surge una gran división entre los hombres: los que miden la autoestima por el estándar de racionalidad (de su compromiso con la plena consciencia), y los que no la miden de esa forma.

Dado que el yo es la mente, autoestima es estima de la mente. En la definición de Ayn Rand, es «basarse en el poder que uno tiene de pensar». 64 El compromiso con la consciencia es la función directamente volitiva del hombre; ese compromiso, además, es la fuente de la eficacia humana y del valor personal. El estándar de racionalidad, por lo tanto, es el único basado en los hechos de la realidad. Es el único estándar de autoestima basado en la naturaleza del hombre y derivado del código de virtud requerido por la vida del hombre. Ningún otro código puede ser relevante para satisfacer una necesidad de la vida del hombre.

Júzgate a ti mismo como bueno o malo, concluye Ayn Rand, considérate con estima o con desprecio, haciendo referencia a un único criterio: al uso o mal uso volitivo que tú haces de tu herramienta de supervivencia.

Contrasta este enfoque con el intento, ahora endémico, de medir la autoestima con un estándar diferente a la racionalidad. Un ejemplo sería el parásito que juzga su valor según la aprobación que recibe, por la obediencia que les ofrece a las autoridades, y/o por lo dispuesto que está a sacrificarse. Para poder adquirir un sentido del valor propio, o por lo menos imaginar que lo tiene, tal persona debe relegar a una posición secundaria cualquier pensamiento que tenga. Para sentirse bien consigo mismo, debe constantemente desenfocar y subvertir su mente, una acción que le hará sentirse fuera de control, ineficaz, no bueno. De ahí el complejo de inferioridad insuperable que tanta gente tiene hoy día, y su irresoluble conflicto: al juzgar a su alma por normas inadecuadas, están enfrentando los requerimientos de su autoestima contra los requerimientos de su vida. El resultado final es hacer que ambos valores sean imposibles para ellos.

Ayn Rand describe esa práctica como el que uno ponga “su propia autoestima en contra de la realidad». 65 Esta práctica en su escala actual es consecuencia de las principales teorías éticas de la humanidad y representa la perversión absoluta de una necesidad biológica. Es el método más seguro para que uno se convierta en un evasor atormentado por la ansiedad.

Hay otros errores, menos devastadores, que uno puede cometer al medir la autoestima. Un hombre comprometido con la razón, por ejemplo, puede perjudicarse a sí mismo al exigirse lo imposible. Él puede (implícitamente) desear ser omnisciente y omnipotente en algún tema, y por lo tanto cargar con el peso de una culpa crónica inmerecida. Mientras continúe actuando moralmente, tal hombre no pierde el básico respeto por sí mismo, pero sí sufre de algún tipo de ruptura en su autoestima. Hasta qué punto llega esa ruptura, junto con el nivel de peligro que representa para su vida y su felicidad, depende de la naturaleza exacta de las expectativas inadecuadas que tenga de sí mismo.

Un hombre que sufre de estándares inválidos de autoestima – ya sean irracionales o sean honestos pero errados – necesita cambiar sus ideas morales. Él debe aprender a juzgarse a sí mismo, no por su relación con otros ni por sus conocimientos o su éxito existencial, sino por el hecho de mantener un cierto estado mental, un estado mental que no depende más que de su propia voluntad: el estado de estar totalmente enfocado. En otras palabras, debe aprender a medir su autoestima por el estándar de perfección moral de la forma que lo concibe la ética Objetivista.

Luego él debe acatar ese estándar practicando la virtud del orgullo. Orgullo, en la definición Objetivista, es el única forma de llegar a la autoestima y la única forma de curar cualquier ruptura o fisura en ella.

Como cualquier otro atributo moral, el orgullo y la autoestima están abiertos a todo el mundo. Los héroes de las novelas de Ayn Rand poseen una inteligencia superlativa; pero siguen siendo hombres normales, seres humanos y no de otra especie; donde “humano” significa «racional». Lamentablemente, debido a filosofías falsas, ser «humano» en este sentido es un logro tan infrecuente que la mayor parte de la gente lo considera imposible. La dotación natural que ello requiere, sin embargo, está por todas partes: es una inteligencia funcional de cualquier nivel. Lo que tal inteligencia necesita, pues, para poder funcionar, es una liberación, una liberación que sólo puede traerla el código moral correcto.

En nuestra cultura, todas las exigencias morales de la inteligencia son ferozmente atacadas. La racionalidad es castigada por ser despiadada, la intelectualidad por estéril, el egoísmo por explotador, la independencia por antisocial, la integridad por rígida, la honestidad por impráctica, la justicia por cruel, la productividad por materialista. La culminación de este enfoque – la corona del credo del culto a la muerte – es la afirmación de que el orgullo es malvado.

Si las personas creen que no deberían aspirar a ser perfectas, que la autoestima es una ilusión y que la virtud consiste en reconocer lo malos que son, entonces la verdadera virtud es imposible para ellas, y la trampa se cierra sobre la raza humana. Los mejores hombres desisten de la exigente ambición de ser buenos, y el resto desiste de cualquier esperanza de reforma. El resultado es la fabricación masiva de desesperación. La desesperación toma la forma de auto-degradación para toda la especie y del dominio, durante muchos siglos, de la inmoralidad. Solo una teoría corrupta de moralidad puede producir tal dominio.

A escala histórica, la doctrina del Pecado Original es la causa del pecado. Cualquier ideología que predique esta doctrina en cualquiera de sus variantes, al hacerlo se excluye a sí misma del estado de ser confiable; cualquier ideología que maldice al hombre se maldice a sí misma. Y no queda redimida aunque sus proponentes les ofrezcan a sus destrozadas víctimas consuelo y amor.

Si un hombre es indigno, su obligación es, no andar por ahí castigándose a sí mismo, sino corregir su maldad. Si no es indigno, es una injusticia monstruosa el intentar convencerle de lo contrario. De una forma u otra, no hay lugar en la ética para la idea de que la humildad es una virtud.

Así como el orgullo es la dedicación a la moralidad, de la misma forma la humildad es la aniquilación de la moralidad – no sólo en la práctica, sino también en teoría -. Hace muchos años, un católico creyente, un pariente lejano de Ayn Rand, le dijo que él estaba engañando a su mujer. Ella le preguntó cómo él podía justificar su comportamiento. Y él contestó: «Si yo cumpliese todos los preceptos de mi religión, sería culpable de un pecado aún peor, el pecado del orgullo».

Una ética que exalta la humildad es una contradicción en sí misma. Es promover un código de conducta, junto con la exigencia de que no sea practicado consistentemente. Tal enfoque prescinde totalmente de principios morales y condena a cualquier hombre que los respeta. Pero ofrece la escapatoria perfecta para cualquier aspirante a pecador, la cláusula de escape de cualquier sinvergüenza, el permiso que necesita cualquier adorador de caprichos. El permiso es: «Si intentas ser demasiado bueno, eso hace que seas malo».

Las religiones presentan sus credos de humildad como severos códigos de pureza moral. Eso es un fraude. Un código severo exige que ese código sea practicado. Espera que sus seguidores merezcan darse la enhorabuena y puedan decir: «Me tomo el bien y el mal en serio, vivo de acuerdo con lo que predico, soy bueno«. Por su naturaleza, un enfoque absolutista exige orgullo y autoestima.

Si una ética ordena dogmas intrinsicistas, entonces los hombres ciertamente necesitan encontrar una escapatoria o tener un respiro; necesitan poder meter de contrabando en su día a día algún comportamiento de auto-preservación. Si uno mantiene una ética de la vida, sin embargo, entonces no necesita contrabandear ni una pizca de lo que es su opuesto.

Uno no necesita tener un respiro… de respirar.

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Referencias

Obras de Ayn Rand en versión original: Ayn Rand Institute
Obras de Ayn Rand traducidas al castellano: https://objetivismo.org/ebooks/

Al referirnos a los libros más frecuentemente citados estamos usando las mismas abreviaturas que en la edición original en inglés: 

AS     (Atlas Shrugged) – La Rebelión de Atlas
CUI    (Capitalism: The Unknown Ideal) – Capitalismo: El Ideal Desconocido
ITOE (Introduction to Objectivist Epistemology) – Introducción a la Epistemología Objetivista
RM    (The Romantic Manifesto) – El Manifiesto Romántico
VOS   (The Virtue of Selfishness) – La Virtud del Egoísmo

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Notas de pie de página

Las notas de pie de página no han sido traducidas al castellano a propósito, pues apuntan a las versiones de los libros originales en inglés (tanto de Ayn Rand como de otros autores), algunos de los cuales ni siquiera han sido traducidos, y creemos que algunos lectores pueden querer consultar la fuente original. Los números de las páginas son de la edición del libro de bolsillo correspondiente en la versión original.

Capítulo 8 [8-6]

  1.   See The Virtue of Selfishness,«The Objectivist Ethics,» p. 27; Atlas Shrugged, pp. 946-47.
  2.   The Romantic Manifesto,«The Goal of My Writing,» p. 169.
  3.   See Atlas Shrugged, p. 983.
  4.   Ibid.
  5.   See ibid.
  6.   The Virtue of Selfishness,«The Objectivist Ethics,» p. 27.
  7.   Atlas Shrugged, p. 984.
  8.   See ibid., pp. 947, 981-82.
  9.   Ibid. p. 981.
  10.   Ibid. This statement is in the second person in the original text.
  11.   Ibid., p. 982.
  12.   Ibid., p. 981.
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Ayn Rand

El hombre tiene una única opción básica: pensar o no pensar; y *ésa* es la medida de su virtud.

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