La capacidad para procrear es meramente un potencial que el hombre no está obligado a realizar. La decisión de tener hijos o no es moralmente opcional. La naturaleza dota al hombre con una variedad de potencialidades, y es su mente la que debe decidir qué capacidades él decide ejercitar, según su propia jerarquía de metas y valores racionales.
El mero hecho de que el hombre tenga la capacidad de matar no quiere decir que sea su deber convertirse en asesino; del mismo modo, el mero hecho de que el hombre tenga la capacidad de procrear no quiere decir que sea su deber cometer suicidio espiritual haciendo de la procreación su meta primaria, y convirtiéndose en un animal de cría. . .
Para un animal, criar a sus pequeños es una cuestión de ciclos temporales. Para el hombre, es una responsabilidad de por vida, una seria responsabilidad que no debe ser asumida ni a la ligera, ni de forma irreflexiva o accidental.
Con relación a los aspectos morales del control de la natalidad, el derecho primario en cuestión no es el «derecho» de un niño que aún no ha nacido, ni de la familia, ni de la sociedad, ni de Dios. El derecho primario es uno que –en el clamor público de hoy sobre el tema– pocas voces (si hay alguna) han tenido el valor de defender: el derecho de un hombre y una mujer a su propia vida y felicidad, el derecho a no ser tratados como medios para cualquier fin.
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Fuentes:
“De muerte en vida”, The Voice of Reason
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