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La vida del hombre como estándar de valor moral — OPAR [7-2]

Capítulo 7 – El bien

La vida del hombre como estándar de valor moral [7-2]

Objectivism: The Philosophy of Ayn Rand
(«OPAR») por Leonard Peikoff
Traducido por Domingo García
Presidente de Objetivismo Internacional

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Ahora veamos cómo el principio de vida como estándar de valor se aplica a tipos específicos de organismos . . . ante todo, al hombre.

Las plantas y los animales inician automáticamente las acciones que su vida requiere. Tales entidades pueden encontrar condiciones adversas más allá de su capacidad de lidiar con ellas, por ejemplo sequías, temperaturas extremas, o falta de alimentos. Además, el conocimiento de un animal puede resultar inadecuado (un ejemplo a gran escala serían ciertos roedores que sin darse cuenta de ello se van nadando demasiado lejos y perecen). Pero sean cuales sean las condiciones que encuentren, y sea cual sea el conocimiento de un animal, no hay alternativa en cómo funcionan esos organismos: dentro de los límites de su capacidad, actúan necesariamente para conseguir los objetos que sustentan su existencia. Pueden ser destruidos, pero no pueden perseguir su propia destrucción y ni siquiera ser neutrales al respecto. Implícitamente, la vida es el estándar de valor que forma parte de su cuerpo, el estándar que determina todas sus metas y acciones. 8

El hombre, sin embargo, es un ser vivo con una consciencia volitiva y conceptual. Como tal, y dejando de lado sus procesos corporales internos, no tiene ningún objetivo o estándar de valor que sea parte automática de él; él no sigue ningún curso de acción automático. Concretamente, él no valora o persigue la auto-preservación automáticamente. La evidencia de este hecho es abrumadora; incluye, no sólo los suicidios deliberados, sino también la frecuente hostilidad de la gente hacia las más elementales prácticas de sustentar la vida. Como ejemplos, uno puede considerar la Edad Media, o los países más místicos de Oriente, o incluso a los líderes del Occidente moderno. Para un ser humano, el deseo de vivir y el conocimiento de lo que la vida requiere son un logro, no un regalo biológico.

Como cualquier entidad, el hombre tiene una naturaleza; como los demás organismos, debe seguir un curso específico de acción si ha de sobrevivir. Pero el hombre no nace sabiendo cuál es ese curso, y tampoco crece ese conocimiento en él sin que haga ningún esfuerzo. Tiene que buscar el conocimiento y luego decidir actuar en base a ese conocimiento. “El hombre», escribe Ayn Rand, «debe considerar su vida como un valor, por elección; debe aprender a mantenerla, por elección; debe descubrir los valores que ello requiere y practicar sus virtudes, por elección”. 9

¿Cómo va a descubrir todo esto? Ése es el objetivo de la moralidad. «La moralidad», en la definición de Ayn Rand, «es un código de valores aceptado por elección». 10; y el hombre la necesita por una sola razón: la necesita para poder sobrevivir. Las leyes morales, según este enfoque, son principios que definen cómo nutrir y sustentar la vida humana; no son ni más ni menos que eso.

La moralidad es el manual de instrucciones de mantenimiento y uso que no vino con el hombre. Es la ciencia de la auto-preservación humana.

Las plantas y los animales persiguen valores, pero no valores morales; tienen metas, pero no tienen ética. Los valores morales son una sub-categoría de los valores, definidos por dos condiciones. Los “valores morales” son valores elegidos y tienen una naturaleza fundamental. Son «fundamentales» en el sentido de que le dan forma al carácter y al curso de la vida de un hombre. Otros tipos de valores, en contraste, son especializados: por ejemplo las evaluaciones que hace un hombre sobre el gobierno o el arte, las cuales constituyen no sus valores morales, sino sus valores políticos o estéticos.

Los últimos siete párrafos ofrecen una visión general de un tema complejo que ahora requiere un análisis detallado. Mientras no entendamos paso a paso el objetivo exacto y el papel de la moralidad en la vida del hombre, no tiene mucho sentido seguir adelante con el tema.

El primer paso aquí es el hecho de que el hombre necesita actuar a largo plazo.

«Largo plazo» significa «considerar o extenderse en un futuro más lejano”. 11 Un hombre actúa a largo plazo en tanto en cuanto elige qué acciones tomar con referencia a ese futuro. Este tipo de hombre fija metas que requieren acción a lo largo de un período de tiempo significativo; y, preocupado por tales metas, él también pondera sus consecuencias, las consecuencias futuras de su comportamiento actual. En cambio, un hombre actúa a corto plazo si, indiferente en cuanto al futuro, busca meramente la satisfacción inmediata de un impulso, sin pensar en ningún otro fin o resultado.

Un animal no tiene necesidad o capacidad de actuar a largo plazo, al menos no en el sentido humano. Un animal no elige sus metas: la naturaleza se encarga de eso; así que puede actuar de forma segura ante cualquier impulso. Dentro de los límites de lo posible, ese impulso está programado para ser pro-vida. Pero el hombre no puede depender con seguridad de un impulso aleatorio. Si ha de proteger su vida, tiene que evaluar la relación que cualquier acción potencial puede tener con ella. Tiene que planificar un curso de conducta deliberadamente, estar comprometido a una meta de largo plazo, y luego integrar a esa meta todos sus objetivos, deseos y actividades. Sólo de esa forma puede la consecución de una meta final llegar a estar presente dentro de su control consciente.

Una acción emprendida por una mentalidad de corto plazo puede llevar fortuitamente a un resultado beneficioso. Si uno traga, compra, hace amistad o vota por cualquier cosa o cualquier persona con las que se tropieza accidentalmente, según el impulso del momento y sin considerar razones, objetivos o efectos, uno puede salirse con la suya temporalmente, pero sólo temporalmente. La consistencia, en lo que respecta a cualquier objetivo más allá del nivel perceptual o de la rutina, no puede lograrse por percepción sensorial, hábito subconsciente, o suerte. La única forma de lograrla es con la ayuda de valores y conocimiento explícitos.

Nadie esperaría llegar al centro comercial de la ciudad dirigiendo su coche hacia el norte, y luego conduciendo al azar, sin mapa, sin ningún plan, sin conocimiento de dónde hay que girar o tomar un atajo, sin preocuparse más que del impulso del momento. Llegar al «shopping», sin embargo, es un proyecto muy simple. Conservar la propia vida es una tarea mucho más difícil.

Para cualquier organismo vivo, el curso de acción que la supervivencia exige es continuo, de tiempo completo, y lo abarca todo. Ninguna acción que un organismo tome es irrelevante a su existencia. Cada una de esas acciones o está de acuerdo con lo que la auto-conservación requiere, o no lo está; o va a favor de la vida de la entidad, o va en contra de ella. Esto es verdad incluso en una acción tan trivial como el que un hombre se eche una siesta. En un contexto (si está cansado después del trabajo, digamos, y necesita relajarse), esa acción puede ser beneficiosa; si lo hace durante el horario de trabajo, sin embargo, puede llevarle al despido; si lo hace durante una tormenta de nieve, puede que nunca más vuelva a despertarse. El principio ilustrado en este simple ejemplo se aplica a todas las decisiones que uno toma; se aplica a las decisiones de uno en cuanto a carrera, amigos, inversiones, psicoterapeuta, diversión. Se aplica independientemente de la forma y la escala de los efectos de la decisión . . . que pueden ser obvios o sutiles, grandes o pequeños. La cuestión es que cada decisión tiene efectos, efectos que redundan, directa o indirectamente, en la capacidad de uno para sobrevivir.

Vida es movimiento. Si el movimiento no conduce a la auto-preservación, entonces conduce a la auto-destrucción.

Una acción auto-destructiva no tiene por qué ser fatal de inmediato. Existe tal cosa como una destrucción paulatina, una situación en la que uno no está ni sano ni muerto, sino en el proceso de pasar de una condición a la otra. Así, es posible ir deteriorándose gradualmente durante años, respirando durante todo ese tiempo, pero cada vez más estropeado. Un obvio ejemplo médico, que tiene muchos casos comparables que no tienen que ver con abuso de drogas, sería un alcohólico de mucho tiempo, o un drogadicto. En algunos de estos casos (aunque desde luego, no en todos), el daño puede ser reversible . . . si uno cambia de rumbo a tiempo, antes de que el resultado final se vuelva irrevocable. Pero nada de esto altera el hecho que daño es daño; y tampoco altera el hecho que el daño, si no se trata, es progresivo. Algo negativo como eso no puede ser deliberadamente cortejado y tampoco pasivamente tolerado, no puede serlo si la auto-conservación es el objetivo de uno.

El tamaño y la forma del daño no son relevantes aquí. Ninguna amenaza a la vitalidad — ninguna reducción en la capacidad de uno de lidiar con éxito con el entorno — puede ser tolerada si la vida es el criterio de valor. La razón es que ninguna amenaza como esa puede ser efectuada impunemente sobre una integración compleja y delicada como es un organismo vivo. En un contexto biológico, sufrir «sólo un poco de daño» es equivalente a tomar «sólo un poco de cianuro» o jugar «sólo de vez en cuando a la ruleta rusa». «Vida» no significa coquetear con la muerte, y no es algo que pueda lograrse de esa forma.

En cuanto a la cuestión de ser a largo plazo, hay diferencias entre las especies conscientes. Un organismo puramente sensorial no conoce nada excepto el momento inmediato. Los animales superiores, sin embargo, sí que proyectan y deben proyectar el futuro hasta cierto punto; lo hacen dentro de los límites de su forma perceptual de darse cuenta de las cosas. La vida de un animal, como Ayn Rand observa, «consiste en una serie de ciclos separados, repetidos una y otra vez, tales como el ciclo de cría, o el de guardar comida para el invierno . . . Cada uno de estos ciclos empieza siempre de nuevo desde el principio, como una unidad separada, sin ninguna conexión de la consciencia del animal a los ciclos de su pasado o de su futuro. Un animal no puede comprender o lidiar con la totalidad de su vida, ni necesita hacerlo». 12

En este sentido, también — observa Ayn Rand — el hombre es único. «La vida del hombre es un todo continuo: para bien o para mal, cada día, año y década de su vida contiene la totalidad de todos los días precedentes». 13 El hombre puede y debe saber no sólo los requerimientos del mañana o de esta temporada, sino todos los factores que pueda identificar que afecten a su supervivencia. No es suficiente que considere la probabilidad de un dolor de muelas la semana que viene; también necesita saber si está arriesgando ir a la quiebra el mes que viene, un ataque de ansiedad el año que viene, una invasión de depredadores humanos la próxima década, o un holocausto nuclear la próxima generación.

Con el advenimiento de la especie humana, la necesidad de proyectar el futuro llega a su clímax. La escala temporal de preocupación del hombre no debe ser un día o un ciclo aislado, sino la duración de su vida entera. Así como el conocimiento del hombre debe ser integrado en una suma que lo abarque todo, de la misma forma deben serlo sus acciones. «Si ha de tener éxito en la tarea de la supervivencia . . .», concluye Ayn Rand, «el hombre tiene que decidir su curso, sus objetivos y sus valores en el contexto y términos de una vida entera». 14

Aquí, entonces, está el problema. El hombre debe actuar a largo plazo. Debe saber el significado que tiene para su supervivencia cada acción que él emprenda. Y debe saberlo en relación a la duración de una vida humana entera. El problema es: ¿Qué puede hacer posible tal hazaña cognitiva?

La respuesta es: el mismo tipo de consciencia que la hace necesaria.

El hombre puede retener y lidiar con una cantidad de datos tan enorme sólo a través del método de reducción a la unidad. Él puede adquirir conocimiento sobre décadas que aún están por venir, sólo a través de la facultad que integra concretos que él percibe con un número ilimitado de otros que no percibe pero que son similares, pertenezcan al presente, al pasado o al futuro. Él sólo puede conseguir la perspectiva de largo plazo que necesita si usa conceptos.

Si el hombre ha de sustentar y proteger su vida, debe conceptualizar los requerimientos de la supervivencia humana.

Esto significa que debe enfrentar la multiplicidad de opciones y acciones humanas, en toda su desconcertante complejidad, y lograr la economía de unidad. Debe preguntar: ¿Cuáles son las decisiones fundamentales, las que moldean a todas las demás? y ¿qué abstracciones integran todos los casos en tales decisiones, desde el punto de vista de su relación con la auto-conservación? En otras palabras, ¿qué generalizaciones identifican — de forma condensada, asequible a la mente — el efecto que los diferentes tipos de decisiones tienen sobre la vida del hombre? Un adulto sabe si un objeto que no ha percibido previamente es un hombre, un animal o un automóvil; lo hace aplicando a esa nueva experiencia los conceptos que él ha formado antes. El hombre que ha conceptualizado los requerimientos de la supervivencia decide por un método epistemológico parecido si, en cada caso particular, debe decir una mentira . . . o trabajar para vivir . . . o ceder en sus convicciones . . . o dar limosna . . . o luchar contra una dictadura que se le viene encima. Él decide eso, no por emociones o encuestas, y no tratando de evaluar cada nueva situación sin un contexto, como si fuera un niño pequeño; lo hace aplicando los conceptos morales que él ha formado previamente.

El nombre normal que se le da a esta última forma de conocimiento (que va mucho más allá de las cuestiones morales) es «principio«. Un «principio» es una verdad general de la cual otras verdades dependen. Todas las ciencias y cada una de las áreas de pensamiento tiene que ver con el descubrimiento y la aplicación de principios. Dejando a un lado ciertos casos únicos, un principio puede ser descrito como algo fundamental a lo que se llega por inducción. Tal conocimiento es necesario para una consciencia conceptual, por la misma razón que la inducción y la comprensión de los fundamentos son necesarias. 15

Un principio moral, de acuerdo con esto, no es algo «sui generis». Hablando con propiedad, es un tipo de principio científico, que identifica la relación que la supervivencia del hombre tiene con las distintas decisiones básicas del hombre. Un hombre que actúa “por principio moral» en este sentido no es ni un mártir, ni un fanático, ni un pedante; es una persona guiada por la exclusiva facultad de cognición que tiene el hombre. Para un ser racional, una acción basada en principios es el único tipo efectivo de acción. Tener principios es la única forma de lograr un objetivo a largo plazo.

Desde el punto de vista Objetivista, los principios morales no son lujos reservados a espíritus «superiores», ni obligaciones que le debemos a lo sobrenatural. Son una necesidad práctica y terrenal para cualquiera que esté interesado en la auto-conservación.

La única alternativa que hay a una acción regida por principios morales es una acción impulsiva de corto plazo. Pero para el hombre, como sabemos, el corto plazo, visto desde una perspectiva de largo plazo, es auto-destructivo. Este es el punto práctico que el pragmatismo no ve, al decirle a la gente que juzgue cada decisión, no haciendo referencia a teorías abstractas sino sólo en base a los resultados después de haberla probado; que insiste en que los resultados de hoy no tienen por qué volver a ser los de mañana; y que urge que cada situación sea abordada «experimentalmente», «en sus propios términos». Tal filosofía equivale a la declaración: abandona tu mente, descarta tu capacidad para pensar, y decide cada caso basado sólo en la percepción. Eso es precisamente lo que el hombre no puede hacer; no por mucho tiempo.

La moralidad Objetivista, como he dicho, define un código de valores. A lo que Ayn Rand llama aquí un «código» es un sistema de principios integrado, estructurado jerárquicamente, y no-contradictorio, que le permite al hombre decidir, planificar, y actuar a largo plazo. El hombre necesita un código así, como ahora debería haber quedado claro, no sólo porque él tiene libre albedrío, sino porque es un organismo vivo, porque debe aprender a usar su libre albedrío correctamente. Necesita un código moral porque su vida requiere un curso específico de acción y, al ser una entidad conceptual, no puede seguir este curso sino con la guía de conceptos.

Entonces, ¿cuál es el estándar de valor moral? Un código de moralidad válido, concluye Ayn Rand, un código basado en la razón y adecuado para el hombre, debe considerar la vida del hombre su estándar de valor. “Todo lo que es adecuado para la vida de un ser racional es lo bueno; todo lo que la destruye es lo malo». 16

Repito: el estándar que está implícito en todo el argumento, es la vida del hombre. «La vida del hombre», o «la supervivencia del hombre como hombre», significa, según la definición de Ayn Rand, «los términos, métodos, condiciones y objetivos requeridos para la supervivencia de un ser racional a lo largo de toda su vida . . . en todos aquellos aspectos de la existencia que son susceptibles de su decisión». 17 Dicho de otra forma, «la vida del hombre” quiere decir la vida de acuerdo con los principios de la supervivencia humana.

El estándar de moralidad Objetivista no es una supervivencia momentánea ni una supervivencia meramente física; es la supervivencia a largo plazo del hombre: de su mente y de su cuerpo. El estándar no es “mantenerse vivo por cualquier medio», porque, si estamos hablando en términos del largo plazo, sólo hay un medio de mantener la vida humana. Como dice Ayn Rand, el estándar no es la “supervivencia a cualquier precio, puesto que sólo hay un precio que paga por la supervivencia del hombre: la razón». 18

«La vida del hombre” no es un ideal diferente o «superior» que ha sido arbitrariamente añadido a «la vida». Es simplemente el estándar de la vida, aplicado al hombre. La vida, para cualquier criatura viva, significa la vida como tal criatura, la vida de acuerdo con sus medios específicos de supervivencia. No hay ninguna dicotomía entre existencia e identidad. Ser, para un hombre, es ser un hombre.

Cualquier estándar de moralidad que no sea el de Objetivismo puede tener solamente un resultado final. «Dado que la vida requiere un curso de acción específico», observa Ayn Rand, «cualquier otro curso la destruirá”. 19 Para reforzar este punto, tenemos mucho más que la evidencia de la teoría. Tenemos el instructivo espectáculo de todos los países y siglos que intentaron alguna versión de la «no vida» como su estándar.

Consiguieron lo que querían.

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Referencias

Obras de Ayn Rand en versión original: Ayn Rand Institute
Obras de Ayn Rand traducidas al castellano: https://objetivismo.org/ebooks/

Al referirnos a los libros más frecuentemente citados estamos usando las mismas abreviaturas que en la edición original en inglés: 

AS     (Atlas Shrugged) – La Rebelión de Atlas
CUI    (Capitalism: The Unknown Ideal) – Capitalismo: El Ideal Desconocido
ITOE (Introduction to Objectivist Epistemology) – Introducción a la Epistemología Objetivista
RM    (The Romantic Manifesto) – El Manifiesto Romántico
VOS   (The Virtue of Selfishness) – La Virtud del Egoísmo

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Notas de pie de página

Las notas de pie de página no han sido traducidas al castellano a propósito, pues apuntan a las versiones de los libros originales en inglés (tanto de Ayn Rand como de otros autores), algunos de los cuales ni siquiera han sido traducidos, y creemos que algunos lectores pueden querer consultar la fuente original. Los números de las páginas son de la edición del libro de bolsillo correspondiente en la versión original.

Capítulo 7 [7-2]

      1.   Ibid.
      2.   Ibid., p. 940; see also The Virtue of Selfishness,«The Objectivist Ethics,» p. 22.
      3.   Atlas Shrugged, p. 940.
      4. The Random House Dictionary of the English Language, College Ed., ed. L. Urdang (New York: Random House, 1968).
      5.   The Virtue of Selfishness,«The Objectivist Ethics,» p. 24.
      6.   Ibid.
      7.   Ibid.
      8.   See Capitalism: The Unknown Ideal,«The Anatomy of Compromise,» p. 144.
      9. Atlas Shrugged, p. 940.
      10.   The Virtue of Selfishness,«The Objectivist Ethics,» p. 24.
      11.    Atlas Shrugged, p. 940.
      12.   Ibid.

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