Objetivismo.org

Productividad como el adaptar la naturaleza al hombre – OPAR [8-5]

Capítulo 8 – El hombre

Productividad como el adaptar
la naturaleza al hombre [8-5]

Objectivism: The Philosophy of Ayn Rand
(«OPAR») por Leonard Peikoff
Traducido por Domingo García
Presidente de Objetivismo Internacional

eBook completo en Amazon

* * *

La “productividad» es el proceso de creación de valores materiales, ya sean bienes o servicios. Tal creación es una necesidad para la supervivencia del ser humano en cualquier época, ya sea que los valores tomen la forma de pieles de oso, garrotes, una olla llena de carne y pinturas en las paredes de cavernas; o de rascacielos, ballet, neurocirugía y una comida gourmet a bordo de una nave espacial computarizada; o de los esplendores y lujos inimaginables aún por venir.

Como hemos visto, las especies vivientes sobreviven utilizando valores listos para usar. (Estoy dejando de lado formas primitivas de acción productiva tales como la construcción de nidos de pájaros, o los túneles y colinas de las hormigas). Sin embargo, desde las pieles de oso para arriba, los valores requeridos para la supervivencia del hombre deben ser concebidos y después creados. Para un ser conceptual, la única alternativa a la creatividad es el parasitismo.

En esencia, las otras especies sobreviven ajustándose a su entorno, asumiendo que tienen la suerte de encontrar en la naturaleza las cosas que necesitan. El hombre sobrevive ajustando su entorno. Dado que cambia la forma de lo dado, no necesita contar con la buena fortuna o incluso con la ausencia de un desastre. Ayn Rand observa que «Si una sequía cae sobre ellos, los animales perecen, el hombre construye canales de riego; si viene una inundación, los animales perecen, el hombre construye diques; si una jauría carnívora ataca, los animales perecen, el hombre escribe la Constitución de los Estados Unidos». 42

Así como no puede haber demasiada racionalidad, tampoco puede haber demasiado de cualquiera de sus derivados, incluso la productividad. Así como no hay límite para la necesidad de conocimiento del hombre y por lo tanto, del pensamiento, tampoco hay límite para las necesidades de riqueza del hombre y por lo tanto, del trabajo creativo. Intelectualmente, todos los descubrimientos contribuyen a la vida humana al mejorar la comprensión de los hombres de la realidad. Existencialmente, cada logro material contribuye a la vida humana al hacerla cada vez más segura, prolongada y/o placentera. No puede existir un hombre que trascienda la necesidad del progreso, ya sea intelectual o material. No hay vida humana que sea «suficientemente segura”, “suficientemente prolongada”, “suficientemente afluente” y “suficientemente placentera”; no si la vida del hombre es el estándar de valor. (A pesar de las afirmaciones maltusianas de los ecologistas, tampoco hay ninguna posibilidad de que el hombre agote los recursos naturales. Dejando de lado al resto del universo, como un economista ha observado,43 la tierra no es más que un globo gigante de recursos, a la espera de ser alcanzados y explotados por el ingenio humano).

Los beneficios prácticos de la productividad son demasiado obvios para ser debatidos. Deseo centrar la atención en un aspecto de la productividad que ha sido ignorada o negado por filosofías previas: su necesidad y significado espiritual. 44

Ayn Rand escribe que “El trabajo productivo es el proceso por el cual la consciencia del hombre controla su existencia, un proceso constante de adquisición de conocimientos y configuración de la materia para adaptarse a nuestros propósitos, de traducir una idea en forma física, de rehacer la tierra dentro de la imagen de los valores propios . . . «. 45 Como esta declaración deja en claro, como toda virtud, la productividad involucra dos componentes integrados: la consciencia y la existencia; o el pensamiento y la acción; o el conocimiento y su implementación material. Ninguno de estos componentes es prescindible para cualquier actividad u hombre productivo.

Como manifestó Francis Bacon, el conocimiento es poder. Se trata de un instrumento que le permite al hombre sostener su vida. Es un producto de la consciencia para ser aplicado a la realidad: para ser seguido, encarnado, utilizado. Esta es la razón por la cual la productividad se define como la creación de valores materiales. El descubrimiento del conocimiento es el primer paso. Pero el propósito del conocimiento es hacer posible un valor existencial, como un nuevo tipo de máquina, un nuevo método de transporte o una nueva forma de vivir.

Contrariamente a la tradición filosófica clásica, el conocimiento no es algo a ser ganado o disfrutado por sí mismo. No es una realización a ser perseguida con «desinterés» o porque es «pura», es decir, separada de la materia y la acción. Es una mercancía que satisface un interés práctico definido, el interés en la supervivencia.

En una sociedad de división del trabajo, un hombre bien puede especializarse en el conocimiento. Pero siempre y cuando el conocimiento que adquiere permanece incorpóreo, no es aún un logro productivo (ni funciona aún para mantener la vida del hombre). Si el científico o letrado debe calificar como productivo, debe proceder a su debido tiempo a la siguiente etapa. Debe dar a sus descubrimientos alguna forma de existencia en la realidad física y no meramente en su consciencia, usualmente, al escribir tratados o dar conferencias.

A un científico puede no importarle llevar el proceso de realización adelante. Sin embargo, la vida en la torre de marfil no es una licencia para despreciar «el mundo práctico». En particular, no es una licencia para entregar un descubrimiento promiscuamente a todos los participantes, sin considerar su potencial dañino, su carácter y propósito. Esto equivale a incitar los peores elementos de la humanidad en su obra de destrucción. Para más detalles, uno puede leer la historia del Proyecto X en La Rebelión de Atlas.

Un tratado o conferencia, por muy brillante que sea, no es un fin en sí mismo. La integración cuerpo-mente requerida por la productividad no está completa hasta que el conocimiento es convertido en alguna forma de riqueza material. Además, en esta etapa suele estar incluida la especialización. Los actores más importantes de esta hazaña crucial son los inventores, los ingenieros, los industriales.

No hay dicotomía entre “aparatos» y ciencia “pura». La ciencia está relacionada con la tecnología como la teoría con la práctica; como la metafísica y la epistemología con la ética y la política; como la filosofía con la vida, o como la mente con el cuerpo. En todos estos casos, la primera separada de la segunda no tiene sentido; la segunda separada de la primera es imposible.

La inversa de «conocimiento es poder» es el principio de que riqueza es pensamiento. Aquí me refiero no solo al pensamiento de los científicos, sino al de todo hombre, cualquiera sea su trabajo o su capacidad, que implique trabajo creativo.

Toda forma de activo material superior al nivel de un animal, más allá de la fruta silvestre o la carne cruda comida en una caverna húmeda, es posibilitada por la facultad cognitiva del hombre: por la inteligencia, la imaginación, el ingenio. El que crea cualquier cosa de valor a partir de los recursos naturales debe basarse en su mente; necesita un contexto de conocimiento conceptual y una idea específica para guiar su acción. Esta clase de contenido intelectual es necesaria para hacer un garrote de la Edad de Piedra, para no hablar de las herramientas y las armas de la Edad de Hierro. No obstante, la cuestión se hace evidente si consideramos los logros que disfruta Occidente hoy, la riqueza que en cantidad y genio inventivo supera no solo los productos escasos, sino también las fantasías más extravagantes de todas las eras previas combinadas.

La fuente directa de la riqueza actual fue la Revolución Industrial. Ese fue el gran punto de inflexión, cuando los hombres se desplazaron en el espacio de unas pocas generaciones desde la subsistencia a la abundancia. Su causa, que no ha tenido equivalente en el mundo «subdesarrollado» , fueron dos desarrollos anteriores: el Renacimiento, la revolución filosófica a favor de este mundo; y la revolución política del siglo diecisiete y dieciocho, el descubrimiento de los derechos del hombre. La causa fue la razón y la libertad, que hizo posible el conocimiento y la acción, es decir, la ciencia moderna y el empresariado moderno. El efecto fue el sorpresivo estallido de la abundancia, que la mayoría de las personas hoy damos por sentado y, gracias a la mala filosofía se atribuye a los «impulsos biológicos», los recursos naturales o el trabajo físico. Sin embargo, todo ellos habían existido desde tiempos inmemoriales. Solo un «impulso» era nuevo y por lo tanto solo ese poder califica como creador fundamental de la riqueza: el pensamiento humano liberado.

Los campos del arte y la ciencia son reconocidos como ámbitos abiertos al gran logro; sus representantes son venerados como hombres de gran envergadura. Son venerados porque las personas no consideran a tales hombres como productores, sino como buscadores desinteresados detrás de fines puramente espirituales. En cambio, los inventores, ingenieros, industriales, los hombres que en lenguaje común se denominan «productores,» han sido ignorados por este estatus, o han sido condenados como «materialistas egoístas».

En la visión Objetivista, la capacidad productiva como tal merece los mejores elogios. La capacidad comercial o tecnológica, como cualquier otra forma de eficacia para mantener la vida, no es un “saber cómo” o «poder hacer» amoral. Tampoco es meramente un activo «práctico». Es un profundo valor moral. 46

La capacidad productiva es un valor según el estándar de vida del hombre, y debido a que, como todos los valores, se requiere un camino de virtud para ganarlo y conservarlo. Un individuo no nace con los conocimientos, las habilidades o las ideas imaginativas que dan origen a la grandeza o incluso la competencia en cualquier campo creativo. Debe adquirir y luego utilizar todos estos activos por un proceso volitivo. Cada paso de este proceso requiere esfuerzo, propósito y compromiso con la realidad. Requiere todos los atributos inherentes al desarrollo y el uso de la facultad racional, incluso el enfoque de la consciencia, la independencia de criterio, la preocupación con metas a largo plazo y el valor de permanecer fieles a la acción de los propios conocimientos.

La capacidad para crear valores materiales no es un primario. Debe ser creado. Su origen son las cualidades más nobles del hombre.

Algunos trabajos ofrecen mayor desafío intelectual que otros y permiten mayor rendimiento. Pero cada puesto de trabajo superior al trabajo manifiestamente físico requiere un elemento significativo de valor personal en el trabajo para su desempeño eficaz. Una persona sin valor, el tipo que vaga semi-despierto por una rutina prescrita, indiferente a lo que hace y pasivamente compatible con las reglas de su tribu, es productivamente inútil. Ese tipo, lejos de ser capaz de sostener su vida, ni siquiera puede clasificar el correo o recoger la basura, como puede atestiguar hoy cualquier víctima de los sindicatos.

En todo campo del quehacer humano, en los negocios como en el arte, en la industria como en la ciencia, en la fabricación como en la filosofía, las exigencias físicas del trabajo son relativamente mínimas. Unos pocos puestos de trabajo en una sociedad industrial están todavía abiertos a la resistencia o la fuerza bruta; lo que es de suma importancia en cualquier otro campo es la actividad mental que un trabajo requiere. Ayn Rand escribió: «Ya se trate de una sinfonía o una mina de carbón, todo trabajo es un acto de creación y proviene de la misma fuente: de una capacidad intacta para ver a través de los propios ojos. . . ”. 47 Por eso un hombre de negocios, igual que un artista, es un exponente de la espiritualidad humana. (Hablo de la esencia de estos campos en un contexto racional, no de la clase de practicantes que abundan en ellos hoy día). Sin embargo, la preeminencia de lo mental no significa separación de lo físico. Por eso un artista, al igual que un hombre de negocios, está y tiene que estar hasta el cuello en la materia. Como cualquier campo legítimo, el arte tiene un propósito sustentador de vida. Su creación exige pensamiento objetivo, orientado en la realidad, y después la encarnación de ese pensamiento en un medio físico. Si el creador de un producto afirma trascender todo esto, si afirma orgullosamente que está separado de la vida, la objetividad, la realidad (y por lo tanto, de todos los medios acreditados de independencia), entonces su línea de trabajo no es el arte, sino una especie de estafa. Por esto un operador de mina de carbón que produce un poco de carbón, o incluso un barrendero en la mina que permanece enfocado, está productivamente y espiritualmente a kilómetros por encima del compositor que descubre en las universidades, y luego dócilmente inventa el tipo de ruido autorizado por el momento como «de vanguardia».

Ningún campo racional puede ser enfrentado contra cualquier otro como lo «espiritual» frente a lo «material». Todos los campos adecuados requieren pensamiento y acción. Ejemplifican la integración de la mente y el cuerpo.

Al separar el pensamiento de la acción, la doctrina de la dicotomía cuerpo-mente ha subvertido todas las virtudes racionales. Pero quizá ha tenido su mayor influencia corruptora respecto de la productividad, que deja de lado como moralmente insensata y, en última instancia, como inexistente. En lugar de la producción, la dicotomía ofrece una elección entre dos arquetipos humanos: el espiritualista, que desprecia al mundo; y el materialista, que desprecia la mente. El primero desdeña la empresa, la tecnología y el dinero como vulgares preocupaciones sobre la “naturaleza inferior» del hombre y sostiene que no se debe contaminar el conocimiento por su utilización. El segundo desprecia la teoría, las abstracciones y la ciencia como inútiles, y sostienen que los bienes materiales deben ser acumulados sin hacer referencia a ellos. Ambos coinciden en que la razón no juega ningún papel en el sustento de la vida humana. Ambos coinciden en que el hombre sobrevive como los animales: no por el proceso moral de la producción, sino por el consumo negligente, sin importar los valores materiales que encuentra ya formados a su alrededor. Entonces un tipo concluye que la auto-preservación no es una tarea espiritual y que los productores no son más que animales. Este tipo se queja de que la supervivencia es un requisito práctico lamentable, sin importancia intelectual o moral, de hecho, un mal necesario. A lo cual el otro tipo replica: «Tanto por el pensamiento y la virtud. Seamos malos».

Ayn Rand es la primer pensadora en rechazar la dicotomía cuerpo-mente metódicamente, por referencia a una teoría de la realidad y de los conceptos. Por eso también es la primera en practicar plenamente la virtud de la justicia en el contexto actual. Es la primera en identificar, en términos de un sistema filosófico, la fuente de la riqueza y, por lo tanto, la estimación correcta de sus creadores.

Un hombre productivo es un hombre moral. En los campos más intelectualmente exigentes e innovadores, es el epítome de la moralidad. Merece ser admirado en consecuencia.

Tal hombre puede ser mejor en su trabajo que en el resto de su vida (un caso común hoy); pero esa es su contradicción y su problema. Rebaja su carácter y su potencial creativo, pero no lo que en realidad ha logrado. Y ninguno de sus problemas alteran el hecho que, cualquiera sea la contribución de los demás, en la raíz de su logro está su propia voluntad, su propia acción y mente. En cuanto a los mayores, usted ya lo sabe.

Pasando ahora a un aspecto diferente de la virtud actual, la productividad no es solo un elemento necesario de la buena vida, es el propósito central de la buena vida. 48 Al desarrollar este punto, debo empezar por considerar un tema más amplio que la productividad, el segundo de los «valores supremos y gobernantes»: el propósito.

La necesidad de propósito es inherente en todos los aspectos cardinales de la naturaleza humana; es inherente a la vida, la razón, la voluntad. La vida es un proceso de acción dirigido a una meta. La razón requiere un estado de concentración, es decir, de lucidez mental con propósito. Una vez que uno esté enfocado, la volición solo puede ser ejercida dentro del contexto de los valores; uno solo puede elegir entre las alternativas de más alto nivel por referencia a algún fin que se propone alcanzar.

Respetar el propósito como un valor moral es reconocer esta necesidad esencial de la vida del hombre, abrazar su cumplimiento como bueno, y luego cumplirlo deliberadamente. Esto se logra adoptando el propósito como objetivo de sus acciones.

El principio del propósito significa la dirección consciente hacia metas en todos los aspectos de la existencia donde se aplica elección. El hombre de propósitos define explícitamente sus valores abstractos y luego indica en todos los ámbitos los objetos específicos que busca ganar y los medios por los cuales llegar hasta ellos. Ya sea respecto del trabajo o los amigos, el amor o el arte, el entretenimiento o las vacaciones, sabe lo que le gusta y por qué, y luego va tras de ello. Usando la terminología aristotélica, Ayn Rand a menudo dice que este tipo de hombre no actúa por causalidad eficiente (la mera reacción a los estímulos), sino por causalidad final («fines» en latín significa «fin»). Es la persona con una ambición apasionada por los valores que quiere en cada momento y etapa de su vida para contar con su servicio. Tal persona no resiente el esfuerzo que el propósito impone. Disfruta del hecho de que los objetos que desea no le son dados, sino que deben ser alcanzados. En su opinión, el propósito no es penoso o un deber, sino algo bueno. El proceso de búsqueda de los valores es un valor en sí mismo.

El principio de propósito aprueba el relajamiento o descanso deliberado, pero condena un curso a la deriva o de inacción. Condena cualquier forma de ser movido a través de los días de cada uno por accidente, un hombre que cae en un puesto de trabajo, un amorío, una filosofía o incluso una sala de cine simplemente porque acierta a estar allí y mirar más allá es demasiado problema. El hombre que descarta su propósito se convierte en un guarismo que evade su propia naturaleza, falla en la responsabilidad de enfoque y resigna su poder de elección. Tal hombre pasa el tiempo desperdiciando su vida.

El fin de la ética, la auto-preservación, no se puede lograr de un solo golpe. Depende de un proceso continuo y racional, un proceso de búsqueda de los valores derivados que entrañan clases específicas de objetivos en cada área de interés. En consecuencia, la persecución del propósito es lo que comprende la vida humana en concreto. En este sentido, el propósito es a la vez la esencia de la vida humana y los medios de su preservación.

Como cualquier valor, el propósito mismo debe ser alcanzado por un curso de acción determinado. Para que un hombre tenga propósitos, sus objetivos deben estar interrelacionados. Esto a su vez requiere que se integren a un objetivo central. 49

Un hombre con una mezcolanza de objetivos no puede alcanzarlos o incluso perseguirlos racionalmente. No hay otra forma (además del capricho) de que decida cómo distribuir su tiempo y otros activos entre sus preocupaciones, o decidir cómo resolver sus demandas conflictivas en estos aspectos. Tales decisiones requieren que uno establezca una jerarquía entre los objetivos propios, una escala de importancia relativa, por referencia a la cual se puede iniciar la acción a largo plazo y guiar las elecciones diariamente. Esta clase de jerarquía solo es posible si un hombre define un propósito central.

Un propósito central es la meta a largo plazo que constituye el reclamo principal sobre el tiempo de un hombre, su energía y sus recursos. Todas sus otras metas, no importar su valor, son secundarias y deben integrarse a este propósito. Las demás solo deben ser perseguidas cuando tal búsqueda complementa la primaria, en vez de desviarse de ella.

Un propósito central es el estándar dominante de las acciones diarias de un hombre. En la filosofía de la ética, se debe formular un estándar abstracto de valor para facultar la evaluación de los diversos reclamos por el título de «valor». Del modo similar, en la acción diaria, uno necesita un propósito específico como estándar para permitirle evaluar los diversos esfuerzos que lo presionan por ser «importantes». El hombre sin un propósito no tiene manera de saber lo que es importante para él. Por muy sincero que pueda ser al principio, debe terminar dependiendo de caprichos, errático, sin dirección, es decir, como irracional. En cambio, el hombre que define su propósito sabe lo que quiere de su tiempo en la tierra. Dado que sus preocupaciones están organizadas jerárquicamente, sus días suman un total.

Solo hay un propósito que puede servir como estándar integrador de la vida de un hombre: el trabajo productivo.

La actividad del trabajo productivo (si se aborda racionalmente) incorpora a la rutina diaria de un hombre los valores y las virtudes de una vida correcta. Así establece y mantiene su base espiritual, los fundamentos que son la condición previa de todas las demás preocupaciones: la relación correcta con el pensamiento, la realidad, los valores. Un hombre que hace trabajo productivo es un hombre que ejercita su facultad del pensamiento en la tarea de percibir la realidad y obtener logros. Tal actividad es independiente de otros hombres, en el sentido de que la mente es un atributo del individuo. Intrínsecamente, también es a largo plazo: cada fase del proyecto creativo hace posible el siguiente, sin límites.

El productor pasa sus días no en círculos al azar, sino en línea recta; Ayn Rand escribe que esto último «es el distintivo del hombre, la línea recta de. . . movimiento desde la meta hacia una meta más lejana, cada una de las cuales conduce a la siguiente y por hasta una única suma de crecimiento. . . «. 50 Nada puede reemplazar el trabajo productivo en esta función. En particular, ni las relaciones sociales ni las actividades recreativas pueden reemplazarlo.

Uno no puede sustituir a las personas por trabajo. Si un hombre define su objetivo central en términos de su relación con los demás, esto necesariamente lo hace un parásito, sin importar la clase de vicio que escoge; ya sea que siga el camino de Keating, que quiere ser amado, de un estafador que quiere engañar, de un dictador que quiere dar órdenes o de un altruista que quiere recibirlas.

Nadie que sea movido primordialmente por un propósito social y no por un objetivo productivo rechaza la realidad, con todo lo que ello implica. Por eso ninguno de estos tipos, sin importar la firmeza de su comportamiento, califican como determinado, asumiendo que por «determinado» queremos decir la existencia orientada al valor y que exige esfuerzo descrita más arriba. De hecho, como observó Ayn Rand , los hombres recurren precisamente a lo parasitario cuando han abandonado la disciplina del propósito. Con la esperanza de calmar su ansiedad y llenar el vacío dejado por su propio incumplimiento, no tienen otro recurso que correr hacia los demás. 51

Una vida con propósito es una expresión de la virtud de la racionalidad. Como tal, requiere que se practique independencia y todas sus virtudes asociadas, incluida la productividad. La mayoría de las carreras productivas incluyen contactos regulares con otros hombres. Pero esto no borra la distinción entre la función profesional y las relaciones sociales. No convierte el trabajo en una fiesta.

Las relaciones sociales son un valor importante, pero solo dentro del contexto apropiado. En primer lugar, un hombre debe estar comprometido con el desarrollo de su mente y lograr la relación correcta con la realidad. Entonces, como una forma de recompensa, puede disfrutar de la gente en forma adecuada (los que también logran tal relación y comparten sus valores). En primer lugar, se debe perseguir una finalidad productiva. Solo entonces, como complemento de dicha búsqueda, es adecuado para el amor, las fiestas o una vida social.

Del mismo modo, uno no puede sustituir la recreación, los juegos, deportes, viajes, pasatiempos, la lectura de novelas de misterio, ver televisión, ir de compras, ir a la playa y similares, por el trabajo. La creación presupone la recreación. Las actividades recreativas son una forma de descanso y presuponen algo de lo cual uno descansa; solo tienen valor como relajación y recompensa después de realizar el trabajo. Una vida dedicada primordialmente a la recreación es vivida con la mente en reposo, desconectada a ratos según el estímulo del momento, un juego, un viaje, un espectáculo, una compra, sin objetivos de largo alcance y sin campo de actividad intelectual. Esto equivale a la vida estancada y sin sentido de un playboy. Cualquier necesidad humana auténtica, incluso la recreación, puede servir como base de una profesión legítima. Por lo tanto, Ayn Rand no acusando a los atletas, actores o coleccionistas de estampillas profesionales. El punto es que todos estos campos solo califican como trabajo si un hombre lo realiza como trabajo. El trabajo implica continuidad y creatividad disciplinada.

La convalidación fundamental de la productividad es la necesidad de valores materiales que tiene el hombre. Pero, como ahora debería ser evidente, esta no lo es la única razón por la que un hombre debe ser productivo. El trabajo es necesario no solo en lo material, sino también en lo espiritual o psicológico: es el único medio por el cual una persona puede mantener una mente activa y un curso dirigido a un objetivo durante toda su vida, y así mantener el control de su cerebro y sus acciones. El trabajo es esencial no solo para la riqueza, sino también para los tres valores supremos que están implícitos en la vida del hombre como estándar moral; es esencial para la razón, el propósito, y (para anticipar) la autoestima.

La productividad constituye el contenido existencial principal de la virtud, la sustancia cotidiana de la vida moral; como tal, es una responsabilidad de todo ser moral, de cualquier situación económica. Incluso si un hombre ya ha hecho una fortuna, hereda o gana en la lotería, necesita una carrera productiva. Un hombre rico puede escoger, si tiene una razón legítima, atender un tipo de trabajo que no le aporta dinero. Pero todavía debe trabajar. Un vagabundo no es una persona que vive la vida de un hombre, aunque no tenga problemas en pagar sus cuentas.

Asimismo , déjenme agregar, debe trabajar una mujer. Años atrás, cuando las mujeres eran degradadas como «amas de casa», era necesario manifestar que no había doble estándar moral, que la necesidad de trabajo de un ser humano no significa la mera necesidad de un hombre. Ahora, a medida que las modas culturales cambian, a menudo oímos que una mujer debe trabajar, pero que debe hacerlo fuera de la casa, en alguna calidad distinta de la de madre; esto también es irracional. La maternidad, aunque ciertamente no es obligatoria, es una carrera legítima y extremadamente exigente, si uno la sigue como carrera, con la responsabilidad intelectual necesaria (y si la madre se prepara para su objetivo continuado después de que sus hijos ya son adultos).

Al evaluar la productividad de un individuo moralmente, no hay que juzgar por la forma o los resultados, sino por los esenciales volitivos. La cuestión no es: ¿Qué campo particular se elige? porque hay incontables alternativas racionales. La cuestión tampoco es: ¿Cuánto logras o cuánto te elevas? Porque, entre otras razones, las personas difieren en inteligencia y, por lo tanto, en la clase de trabajo y la escala de creatividad a su alcance.

El problema moral es: ¿Cómo abordas el tipo de trabajo, dada tu dotación intelectual y las posibilidades existentes? ¿Atraviesas problemas para mantener un empleo, sin enfoque o ambición, esperando los fines de semana, las vacaciones y la jubilación? ¿O haces lo máximo y lo mejor que puedes con tu vida? ¿Te has comprometido a un propósito, es decir, a una carrera productiva? 52 ¿Has escogido un campo exigente y te esfuerzas por cumplir, hacer un buen trabajo y construir sobre él, para expandir tu conocimiento, desarrollar tu capacidad y mejorar tu eficiencia?

Si las respuestas a estas últimas preguntas son afirmativas, entonces es plenamente virtuoso respecto de la productividad, ya seas un cirujano o un obrero metalúrgico, un pintor de casas o de paisajes, un empleado de limpieza o un presidente de compañía.

A menudo se dice que un individuo con la mente puesta tan solo en su carrera es egoísta, frío e insensible. En consecuencia, expresemos la naturaleza real de los sentimientos de tal persona, sus sentimientos específicos hacia su trabajo, incluso sus dificultades y sus recompensas. Estos sentimientos son captados en un breve intercambio de El Manantial.

Un amigo suyo, observando la actitud de Roark respecto de la arquitectura, dice: «Después de todo, es solo un edificio. No es la combinación de Santo Sacramento, tortura india y éxtasis sexual que parece ser para ti». A lo que Roark contesta: “¿No lo es?”. 53

Ésta es la clase de estado interior que cada ser humano tiene el poder de lograr, cada uno en su propio nivel. Este es el estado que da sentido a la vida.

La filosofía que exalta tal creatividad, y solo esa filosofía, es lo que los hombres deben honrar con el título «la ética del trabajo».

 *   *   *

Referencias

Obras de Ayn Rand en versión original: Ayn Rand Institute
Obras de Ayn Rand traducidas al castellano: https://objetivismo.org/ebooks/

Al referirnos a los libros más frecuentemente citados estamos usando las mismas abreviaturas que en la edición original en inglés: 

AS     (Atlas Shrugged) – La Rebelión de Atlas
CUI    (Capitalism: The Unknown Ideal) – Capitalismo: El Ideal Desconocido
ITOE (Introduction to Objectivist Epistemology) – Introducción a la Epistemología Objetivista
RM    (The Romantic Manifesto) – El Manifiesto Romántico
VOS   (The Virtue of Selfishness) – La Virtud del Egoísmo

*   *   *

Notas de pie de página

Las notas de pie de página no han sido traducidas al castellano a propósito, pues apuntan a las versiones de los libros originales en inglés (tanto de Ayn Rand como de otros autores), algunos de los cuales ni siquiera han sido traducidos, y creemos que algunos lectores pueden querer consultar la fuente original. Los números de las páginas son de la edición del libro de bolsillo correspondiente en la versión original.

Capítulo 8 [8-5]

  1.   For the New Intellectual, title essay, p. 15. See also The Virtue of Selfishness,«The Objectivist Ethics,» p. 26.
  2.   See George Reisman, The Government Against the Economy (Ottawa, IL: Caroline House, 1979), pp. 15 ff.
  3.   See Atlas Shrugged, pp. 387-91.
  4.   Ibid., p. 946.
  5.   See ibid., p. 946; The Virtue of Selfishness,«The Objectivist Ethics,» p. 26.
  6.   Atlas Shrugged, pp. 728-29.
  7.   Ibid., p. 946; The Virtue of Selfishness,«The Objectivist Ethics,» p. 25.
  8.   See «Playboy’s Interview with Ayn Rand,» 1964, quoted in The Ayn Rand Lexicon, pp. 62-63.
  9.   Atlas Shrugged, pp. 569-70.
  10.   Both Aristotle and Nietzsche in their own terms make a similar point.
  11.   See The Ayn Rand Letter, «From My ‘Future File,’ » III (26), September 1974, p. 373.
  12.   The Fountainhead, p. 253.
0 0 votes
Article Rating
Suscríbete
Informarme de
guest
0 Comments
más votados
más recientes más antiguos
Inline Feedbacks
View all comments

Ayn Rand

¿Por qué siempre nos enseñan que lo fácil y malvado es hacer lo que queremos y que debemos disciplinarnos para reprimirnos a nosotros mismos? Es la cosa más difícil del mundo: Hacer lo que queremos. Y necesita del más elevado tipo de coraje. Quiero decir, lo que realmente queremos.

Glosario

Objetivismo por temas

La maldad del altruismo — por Ayn Rand

Objetivismo explicado en 2 minutos

Más recientes