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«¡Tapad el Maldito Agujero!»

La mente humana no funciona a través de la fuerza externa. Si los logros de ingeniería pudiesen ser conjurados por órdenes dadas a ladridos, entonces la Unión Soviética sería una nación próspera y rebosante de maravillas de ingeniería, en vez de broza muerta.

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Una vez más, un episodio de La Rebelión de Atlas, de Ayn Rand, surge en la vida real, esta vez detrás del telón de Washington. Según un informe reciente de The Washington Post, el presidente Obama está enojado por el escape de petróleo de British Petroleum en el Golfo de México:

Desde que la plataforma petrolera explotó, la Casa Blanca ha intentado proyectar una postura a la vez imperturbable y en control.

Pero para los que están encargados de mantener al presidente informado sobre la catástrofe, la mandíbula apretada de Obama se está convirtiendo en un espectáculo cada vez más familiar. Durante una de esas sesiones en la Oficina Oval, la semana después del derrame, un presidente que raramente expresa su frustración interrumpió a sus ayudantes, exclamando:

«¡Tapad el maldito agujero!».

Esa es la respuesta de un político a todos los problemas insolubles: dar órdenes, amenazar – y esperar a que obedezcan. Pero la mente creativa del hombre no puede recibir órdenes de esa manera. Observad que no he dicho «se niega a recibir órdenes». He dicho: «no puede recibir órdenes».

Lo que quiero decir con eso es que la tarea de tapar un escape a 1.500 metros de profundidad en el Golfo de México es un trabajo de ingeniería. El papel que haya podido tener BP en causar el escape no altera el hecho de que un estudio minucioso, pensamiento creativo, y un despliegue muy preciso de conocimientos técnicos y mecánicos a través de largas distancias son absolutamente necesarios para reparar la fuga. Ninguna cantidad de mandíbulas apretadas o amenazas con ojos saltones de políticos puede conseguir que la solución esté ni un centímetro más cerca de la realidad. La mente humana no funciona a través de la fuerza externa. Si los logros de ingeniería pudiesen ser conjurados por órdenes dadas a ladridos, entonces la Unión Soviética sería una nación próspera y rebosante de maravillas de ingeniería, en vez de broza muerta.

El estallido petulante de Obama nos recuerda la escena de La Rebelión de Atlas donde aparece Kip Chalmers, un político que va desde Washington, D.C. a California para presentarse como candidato. Cuando el motor diesel del tren en que viaja se destroza accidentalmente al pasar sobre una vía cortada, Chalmers hace demandas furiosas, esperando que se traduzcan instantáneamente en soluciones técnicas:

«¡Maldita sea esa gente del ferrocarril!», dijo Kip Chalmers. «Lo están haciendo a propósito. Quieren arruinar mi campaña. ¡No puedo perderme ese rally! ¡Por el amor de Dios, Lester, haz algo!».

«Lo he intentado», dijo Lester Tuck. En la última parada del tren, había intentado, por teléfono de larga distancia, encontrar transporte aéreo para completar su viaje, pero no había vuelos comerciales programados en los próximos dos días.

«¡Si no me llevan allí a tiempo, voy a arrancarles sus cabelleras y su ferrocarril! ¿No podemos decirle a ese maldito conductor que se dé prisa?».

«Ya se lo has dicho tres veces.»

«Haré que lo despidan. Sólo ha hecho darme un montón de coartadas sobre sus liosos problemas técnicos. Espero transporte, no coartadas».

Para saber cómo las amenazas de Chalmers finalmente consiguieron que el tren se pusiera en marcha de nuevo, y a qué resultados catastróficos condujo, tendrás que leer la novela. Cuando lo hagas, tendrás una mejor apreciación de lo que tanto políticos como ingenieros son capaces.

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Thomas A. Bowden es un analista en el Ayn Rand Center for Individual Rights.

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No existen pensamientos malvados, excepto uno: el negarse a pensar.

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