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Desafío: Erradicar el Kirchnerismo

Doce años han pasado desde la asunción al poder de Néstor Kirchner. El 25 de mayo de 2003 está grabado en la memoria de los argentinos como el día que nació la doctrina más destructiva de la historia moderna de su país: el kirchnerismo, que ostentó el poder – no sólo en el Poder Ejecutivo Nacional, sino también en el Congreso Nacional – durante tres periodos consecutivos.

Ese ciclo ininterrumpido de gobierno de la familia Kirchner llegó a su fin el pasado 22 de noviembre, cuando el opositor Mauricio Macri fue elegido presidente, y destruyó las aspiraciones de perpetuidad del kirchnerismo. Pero los desafíos que le esperan al presidente electo son serios y profundos.

Todo el mundo habla del caos económico que el gobierno saliente le ha dejado al país: una inflación de las más altas del mundo, escasez, pérdida casi total de las reservas del banco central, restricciones al comercio exterior y a la compra de moneda extranjera, pérdidas millonarias en los sectores agrícola e industrial, etc. El enorme intervencionismo kirchnerista en la economía obligará al gobierno entrante a revertir esa tendencia para poder restituir la estabilidad económica del país.

Pero el kirchnerismo deja otra herencia mayor y más dañina que la económica: la herencia moral. El presidente entrante deberá revertir el daño hecho por el kirchnerismo, y hacerlo, no predicando algún tipo de moralidad (lo cual no es una función legítima del gobierno), sino precisamente reduciendo el adoctrinamiento altruista-colectivista que el estado ha venido realizando. Su desafío es llegar al fondo de esas ideas y arrancarlas de raíz – demostrando que son falsas en teoría y desastrosas en la práctica – aunque para ello tenga que enfrentarse a los propios adoctrinados.

El kirchnerismo parte de una base metafísica que distorsiona y niega la realidad. La realidad no es lo que es, según la doctrina kirchnerista, sino lo que el líder dice que es. La visión kirchnerista de la realidad no parte de hechos empíricos, ni de la ciencia o las leyes de la naturaleza, sino de la palabra de los dirigentes del gobierno. Durante doce años, los cabecillas del kirchnerismo se encargaron de emplazar en la mente de sus adeptos ideas inexistentes de prosperidad y progreso que contradecían constantemente los hechos reales. Lograron instalar la concepción de que “los hechos mienten”, que todo aquello negativo que podía percibirse a través de los sentidos era, en verdad, una sensación que no encontraba parangón en la realidad. La palabra de Cristina Kirchner, decían, no es cuestionable; es el único parámetro de división entre lo verdadero y lo falso. Para sostener este relato, su gobierno hizo grandes esfuerzos para falsear los datos de la realidad que se desprendían de herramientas objetivas de análisis, como la estadística. Por citar sólo un ejemplo, Kirchner intervino el Índice Nacional de Estadísticas y Censos (INDEC), manipulando los índices de inflación, desempleo, pobreza, y cualquier otro que contradijera la fantasía de prosperidad que intentaba instalar con sus discursos y los de sus dirigentes. Y quien pretendiera cuestionar su palabra era tildado, además de mentiroso, de antipatriótico y antidemocrático; era desautorizado en su opinión y, a menudo, perseguido.

Mauricio Macri enfrentó el tema dando buenas señales en sus discursos: acusó al kirchnerismo de estar basado en una negación y distorsión sistemática de la realidad, y afirmó que eso no es bueno. El nuevo presidente se comprometió a abordar su gestión de forma realista, observando los hechos y dejando que éstos reflejen el impacto de sus políticas en la realidad. También se comprometió a respetar la libertad de expresión de los disidentes (contrariamente a lo que hizo el régimen kirchnerista) y a frenar la persecución por parte del estado de los rivales ideológicos del oficialismo.

El mayor daño que deja el kirchnerismo es su exacerbada doctrina altruista-colectivista. El gobierno saliente tuvo rasgos totalitarios: instaló la concepción de que el individuo no vive para sí mismo, sino para servir a la sociedad y al estado, un concepto que resumió en el vocablo “patria”, una noción vaga e indefinible que sirvió al kirchnerismo para lograr sus cometidos. Los dirigentes identificaron a lo “patriótico” como siendo lo bueno, todo aquello que sirviera al gobierno y estuviera en concordancia con las políticas oficialistas; y a lo “antipatriótico” como siendo lo malo, todo aquello que estuviera en disidencia con ellas. El gobierno kirchnerista fue un gobierno de izquierdas que condenó sistemáticamente todo rasgo de individualismo, y ensalzó el altruismo, el sacrificio por “la patria” y por “el bien común”. Un botón de muestra es esa frase tan significativa que instaló la expresidente Kirchner: “la patria es el otro”. Eso refleja un altruismo-colectivismo absoluto: la “patria” es mi vecino, nunca yo. La “patria”—lo bueno— es todo aquello que sirve a los demás, todo lo que beneficia a un tercero, aún en desmedro de lo propio, y se debe vivir para ella, es decir, para el estado y el colectivo.

En reiteradas ocasiones la expresidente condenó en sus discursos a quienes trabajaban en interés propio y no en interés de la “patria”, tildándolos de tiranos y de “egoístas” (en el sentido tradicional de la palabra). Denostó a empresarios por buscar su propio interés e intentar resguardarse de la inestabilidad económica del país, y por no sacrificar sus ganancias en pos del “bien común” y de la “patria”; insultó a quienes buscaron refugio en monedas más estables que el peso argentino para proteger sus bienes, tachándolos de enemigos del estado. Fue una línea de pensamiento que bajó desde el poder durante doce años e hizo mella en la mente de muchos argentinos, que terminaron por adoptar ese código irracional de valores y por actuar en consecuencia.

Así como para el kirchnerismo los individuos deben vivir para el estado, tampoco pueden vivir sin él. Es una visión del estado como entidad omnipotente y omnipresente que debe influenciar todos los ámbitos de la vida de las personas: la economía, la salud, la educación, incluso la reproducción. Todo debe ser regulado. El individuo, según este ideario irracional, no puede lograr nada por su cuenta, y es impotente para alcanzar su felicidad—todo logro es por y gracias al estado, no gracias a los méritos personales. Como cereza del postre de estas ideas repetidas incansablemente durante su mandato, la expresidente dijo pocos días antes de dejar el poder: “los que han ascendido creen que lo han hecho por méritos propios, no por las políticas públicas que los han acompañado”. Lo que sigue sin comprender la expresidente es que todo individuo digno e íntegro que bajo el yugo kirchnerista logró progresar, lo hizo, no gracias al gobierno, sino a pesar de él.

El desafío de Macri es erradicar de una vez por todas ese concepto de un estado omnipotente y omnipresente. Argentina debe recuperar el concepto de “individuo”, y mostrar que el progreso sólo es posible a través de la productividad y del esfuerzo personal, sin asistencia ni intervención del gobierno. Macri indicó otra señal positiva cuando dijo que él sólo pretendía establecer “reglas de juego básicas” para la interacción entre individuos, y que a partir de ahí dejaría que éstos se relacionaran libremente y sin asistencia del estado.

Que Macri haga honor a sus palabras está por ver. Él es un estatista, al igual que su predecesora. Es, ante todo, un político pragmático, y no puede esperarse de él nada que vaya en contra del status quo altruista-colectivista reinante a nivel mundial, y más aún en un país educado en ese sentido por el estado durante décadas. Pero si Macri actúa acorde a sus palabras, puede comenzar a generar un cambio en el rol del estado, achicando su intervención, y permitiendo que los individuos vean por sí mismos que no sólo sí pueden vivir sus vidas sin la intervención constante del estado, sino que además pueden vivir una vida mejor. El cambio y el rechazo al estatismo deben provenir de los individuos, pues no hay gobierno en la Tierra capaz de conseguir que eso realmente suceda. Macri no cambiará la naturaleza intervencionista y paternalista del gobierno argentino, pero tiene la extraordinaria posibilidad de convertir a la sociedad argentina en una sociedad al menos semi-libre, y demoler la sociedad esclava que existió durante el régimen kirchnerista.

Si es consecuente con lo que predica, Macri puede reducir la intrusión del gobierno en la vida de los individuos, y con ello permitir que florezca uno de los valores más básicos y más importantes en la vida del hombre: la libertad. Aunque el cambio en última instancia deba provenir de los propios individuos, es innegable el hecho de que si el gobierno “deja hacer”, contribuirá al nacimiento de algo que Argentina no ha tenido en muchas décadas: el individuo libre.

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Por Agustina Vergara Cid, Licenciada en Derecho y colaboradora de Objetivismo.org

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Hernan
Hernan

Completamente de acuerdo Sergio. Igual cuidado, ya que asi como dicen «lo de Stalin no era socialismo», se puede caer en el mismo error al decir «lo de Macri no es capitalismo». A su vez, como bien decis, es un… Leer más »

Sergio Cortes
Sergio Cortes

Se deja el kirhsnerismo, eso es positivo, pero la alternativa social conservador de Macri no es muy promisoria, es un estatismo de centro que no lleva a nada bueno. Para los medios es un liberal de derecha, pero él nunca… Leer más »

JUAN ANTONIO
JUAN ANTONIO

Efectivamente, América Latina ha estado muchas décadas secuestrada por las políticas más perversas que se han implementado en el continente. Junto a Venezuela, Bolivia, Ecuador, Nicaragua, etc, las políticas colectivista-socialistas han educado a la gente para que no sepan vivir… Leer más »

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