El día 9 de abril de 2017 se publicó en el diario argentino Página 12 un breve artículo titulado “Fanatismo neoliberal: la influencia de Ayn Rand”, de Diego Rubinzal. En él, el autor alega que Mauricio Macri, el actual presidente argentino, es seguidor de la filosofía de Ayn Rand, y que su política de Estado obedece a las ideas de esa autora. Además, dedica un apartado a “explicar” al lector en qué consiste la filosofía de Rand, pintando un cuadro bastante lúgubre de ella.
Se mire por donde se mire, el escrito de Rubinzal sólo puede ser tildado de “falaz”, “engañoso” y “deshonesto”. Comencemos a desmontar la vasta cantidad de falacias y mentiras que contiene entre sus líneas.
El quid mismo del artículo se apoya en un argumento non-sequitur: que las políticas llevadas a cabo por el gobierno de Mauricio Macri obedecen a una supuesta idolatría del presidente por la filosofía de Rand. El autor aspira, sin éxito para el lector atento, a establecer una conexión entre las ideas de Rand y las malas medidas socioeconómicas de Macri, por el solo hecho de que éste, en algunas oportunidades, ha expresado su gusto por las obras de esa autora. En síntesis, se pretende “culpar” a la filosofía de Ayn Rand de los desatinos políticos del mandatario argentino. No hace falta cavilar mucho para darse cuenta de que una cosa no se sigue de la otra. Según la lógica del autor, leer las obras de un determinado escritor automáticamente lo convierte a uno en un seguidor ferviente de él, y lo lleva inexorablemente a aplicar sus ideas en la realidad. Eso es absurdo, pero es lo que plantea el artículo. De nuevo, en la lógica de Rubinzal, si yo fuera una seguidora de sus escritos, o meramente expresara mi gusto por ellos, entonces me convertiría en una “rubinzalista” y comenzaría a aplicar sus ideas a mi vida y a mi entorno. Y podría hacer de mi vida un desastre que nada tiene que ver con lo expresado por Rubinzal en su literatura, pero a su vez podría venir un periodista y alegar que, como leo a Rubinzal, entonces son las ideas de él las que estoy aplicando, y que la culpa del desastre de mi vida la tienen las malas ideas de Rubinzal. El ridículo de esto es casi cómico, pero así es como plantea el autor la relación Macri-Rand.
Leer a un autor no implica coincidir con él, o siquiera comprenderlo. De las pocas veces en que Macri ha hablado de Rand, salta a la vista de cualquier persona informada sobre Objetivismo (la filosofía de Ayn Rand) que el presidente no comprende casi en absoluto sus ideas fundantes, al punto tal que no vislumbra el tema central de la novela “El Manantial”, su supuesto libro preferido. Y no hace falta escuchar a Macri hablar de Rand para darse cuenta que no sigue ni entiende su filosofía: se nota sobremanera en sus políticas como presidente, y en sus referencias a su vida personal. Contrariamente a lo que arguye el autor del artículo, Mauricio Macri ni es capitalista ni está a favor del libre mercado. Un país con una creciente presión fiscal, con cada vez más regulaciones económicas y con un intervencionismo brutal, está en las antípodas del capitalismo. Está, más bien, cerca del socialismo. Pero Rubinzal parece desconocer de qué se trata el capitalismo—no el capitalismo construido por la izquierda como un hombre de paja para poder atacar, sino el verdadero capitalismo laissez-faire. Si supiera de qué se trata, jamás se le ocurriría poner a Macri dentro de la categoría de “capitalista”. Lo colocaría, seguramente, en la categoría de “estatista”—el antónimo del capitalismo.
Sin embargo, el non-sequitur explicado arriba no es lo más grave del artículo. Su verdadera gravedad radica en la increíblemente infiel caracterización que el autor hace de la filosofía de Ayn Rand. Rubinzal muestra aquí una deshonestidad intelectual absoluta, al atribuir conceptos a Objetivismo que son completamente falsos, y que no se desprenden de la pluma de la autora. Va de suyo que el columnista de Página 12 jamás leyó a Rand—ni una sola hoja de ninguna de sus vastas obras. Cuando se tiene un mínimo de dignidad y de respeto por el mundo de las ideas, cuando un autor va a criticar a otro, lo menos que debe hacer es conducir una pequeña investigación sobre su literatura y pensamientos, leer de primera mano aunque sea una parte mínima del ABC de su filosofía—cosa que Rubinzal no atinó a hacer. Y si lo hizo, es todavía más grave: significa que, sabiendo cuál es la verdad, decide engañar a sus lectores.
El columnista dice que Rand “considera al egoísmo (y la avaricia) como motores del progreso personal”, lo cual, en cierta forma, es cierto. Pero lo que le falta aclarar, y que es fundamental hacer si se quiere transmitir una representación verdadera de la filosofía, es que Rand no se refiere al egoísmo en el sentido tradicional, sino a lo que ella llamó “egoísmo racional”. En breve, el egoísmo racional no consiste en pisotear a otros para alcanzar las propias metas, ni en dañar al vecino para obtener un beneficio propio. Más bien, todo lo contrario: consiste en buscar el interés personal de uno mismo, sin sacrificarse uno mismo a los demás ni sacrificar a los demás por uno mismo. En palabras de Rand, “el egoísta racional no es el hombre que sacrifica a otros; es el hombre que está por encima de la necesidad de usar a otros».
Y algo parecido pasa con el término «avaricia». Quedándose en la superficie del argumento, y aprovechándose de que la gente normal debe suponer que la avaricia es malvada (¡obviamente, igual que el egoísmo!), Rubinzal cree estar dando una punzada más «en passant» a las ideas Objetivistas. Pero es otro ataque sin fuste. Desde tiempo inmemorial y pre-industrial, la «avaricia» y la «codicia» ha sido acusaciones contra los ricos, acusaciones arrojadas por analfabetos que sólo ven lo que tienen delante, analfabetos incapaces de concebir el origen de la riqueza o la motivación de quienes la producen; son términos que connotan imágenes caricaturescas de un individuo gordo y otro flaco, uno llevado por una gula irresponsable y el otro muriéndose de hambre tendido sobre sus cofres de oro. Ambas imágenes son símbolos de la adquisición de riqueza como un fin en sí mismo, pero no son ni de lejos símbolos de Objetivismo, ni los «motores del progreso personal». La moralidad Objetivista te dice qué tipo de valores racionales tienes que perseguir para conseguir tu felicidad, y qué virtudes son necesarias para conseguirla. Falta resolver la cuestión de si el analfabeto acusador de turno es sólo ignorante o también deshonesto.
Agrega el autor a su diatriba falaz que Rand supuestamente “califica a los pobres como ‘parásitos’ sociales y desprecia cualquier forma de solidaridad social.” De nuevo, nada más alejado de la realidad. Rand no planteaba juzgar a los hombres por sus condiciones económicas, sino por sus condiciones morales. Y aquí se nota otra vez la falta de lectura de las obras de Rand por parte de Rubinzal: si Rand despreciaba a los pobres, que nos explique por favor cómo es que, por ejemplo, dos de los héroes de sus novelas (Kira, en “Los Que Vivimos”, y Howard Roark en “El Manantial”) eran pobres. Y que nos explique, además, cómo es que hay tantos villanos millonarios en sus novelas (por ejemplo, James Taggart y su pandilla de empresarios prebendarios en “La Rebelión de Atlas”). La filosofía Objetivista propone juzgar a las personas en base a sus virtudes y demás cualidades morales, que van mucho más allá de su condición financiera; sostiene al trabajo productivo como una virtud, ya sea en el rico o en el pobre. Un empresario millonario que vive de favores del Estado es tan inmoral como un pobre que vive como parásito de los demás, pudiendo trabajar y eligiendo no hacerlo. Lo inverso también es cierto: es totalmente moral un empresario millonario que se hace rico en base a su propio esfuerzo y trabajo, al igual que un pobre que pone todo su esfuerzo y dedicación en producir su propio sustento.
También es falso que Rand rechace “cualquier forma de solidaridad social”. Pero una cosa es cierta en la invectiva del artículo de marras: el altruismo sí es considerado una noción malvada en la filosofía Objetivista. ¿Por qué? Porque el código moral altruista trata al hombre como un animal de sacrificio que debe autoinmolarse en pos del beneficio ajeno. Para la ética altruista, es inmoral buscar la propia felicidad: la virtud radica es perder para que los demás ganen. Esto es totalmente contrario al concepto de egoísmo racional que Objetivismo pregona.
Sin embargo, nada de eso descarta de ninguna manera la benevolencia y solidaridad entre los seres humanos: de hecho, las ideas racionales fomentan la verdadera benevolencia, la que surge, no por obligación del Estado o la impuesta por un código moral, sino la que emana de la auténtica buena voluntad de las personas, y de poder actuar sin coerción de ningún tipo. En la pluma de Rand,
“es el altruismo lo que ha corrompido y pervertido la benevolencia humana, al considerar al donante como un objeto de inmolación y al receptor como un objeto de pena miserablemente impotente que detenta una hipoteca sobre las vidas de otros; esa es una doctrina extremadamente ofensiva para ambas partes, y que no les deja a los hombres otra opción más que la de ser víctimas sacrificables o caníbales morales”.
La posición de Rand es que es inmoral sacrificarse por los demás (y lo inverso también), y que toda ayuda que se brinde a los otros debe hacerse sin un sacrificio de por medio.
“El hecho de que un hombre no tenga ningún derecho sobre los demás (es decir, que no sea el deber moral de ellos el ayudarle y que no pueda exigir esa ayuda por derecho) no impide o prohíbe la buena voluntad entre los hombres, y no hace que sea inmoral el ofrecer o aceptar asistencia voluntaria que no implique un sacrificio”.
Todo esto está explicado en profundidad por la autora en su libro “La Virtud del Egoísmo”, particularmente en el ensayo “La Ética de las Emergencias”.
Por último, el columnista anota que “La Rebelión de Atlas” es uno de los libros más leídos por los estadounidenses. Si bien deja en suspenso su apreciación sobre este hecho (que es verdadero, para variar un poco), por el tono de su escrito y su contexto general puede verse a todas luces el desprecio del autor por los Estados Unidos y su gente. Rubinzal, al contarle al lector que Rand es muy leída en el país del norte, pretende imprimir en ello una connotación negativa, que ni siquiera se atreve a explicitar, pero que se ve muy clara de todos modos.
El colaborador de Página 12 logró armar un buen hombre de paja a quien pegarle, y le puso de nombre Ayn Rand. A través de mentiras y malévolas argucias, intentó manchar el nombre de Rand y su filosofía, quizás porque la autora destroza todos los argumentos colectivistas con una lógica aplastante y el autor se sintió amenazado en su lógica estatista; o quizás fue por mera ignorancia. Lo cierto es que los paladines del colectivismo tienden a defenderse siempre vía falacias: hombres de paja, non-sequiturs, ad-hominems, etcétera. Y también a través de una total deshonestidad intelectual. No les interesa llegar a la verdad, sino tergiversar los hechos y las palabras ajenas para que se adapten a su conveniencia. Rubinzal es un ejemplo más de ese modus operandi.
En aras de la verdad, no les queda otra opción: la realidad está del lado de quienes defienden a la razón, al individuo y a la libertad, frente a la cultura irracional del sacrificio y de la inmolación. Y la única forma en que los colectivistas pueden hacerle frente a eso es a través de mentiras, engaños y deshonestidad.
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Respuesta de Agustina Vergara Cid al artículo: «Fanatismo Neoliberal: La influencia de Ayn Rand«.
Directora del programa Club Objetivista Internacional.
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Muy buena réplica del autor ante Rubinzal, pero en América Latina es cierto que la filosofía objetivista, bien comprendida o no, es aprovechada por oligarquías empresariales que usan al estado para obtener dinero del resto de la población, sean pobres… Leer más »