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El conocimiento como jerárquico — OPAR [4-4]

Capítulo 4- Objetividad

El conocimiento como jerárquico [4-4]

Objectivism: The Philosophy of Ayn Rand
(«OPAR») por Leonard Peikoff
Traducido por Domingo García
Presidente de Objetivismo Internacional

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* * *

Empezaré por presentar este tema recordando mi breve análisis de las abstracciones de mayor nivel. Di el ejemplo de un niño que pasa de «gato», «perro» y «caballo» a “animal”; y luego pasa de «animal”, “planta» y «hombre» a un concepto de nivel mayor aún, «organismo». Un concepto de primer nivel es el formado directamente a partir de datos perceptuales, sin necesidad de conceptualización previa. Por el contrario, los conceptos de mayor nivel representan una cognición relativamente avanzada. Esos conceptos no pueden ser formados directamente a partir de datos perceptuales, sino que presuponen conceptos anteriores.

La distinción entre conceptos de primer nivel y de mayor nivel es más evidente cuando alcanzamos la etapa en la que integramos conceptos existenciales con conceptos de consciencia. Consideremos, por ejemplo, un concepto como “cultura» (como en «la cultura de una nación”). A diferencia de «gato» o «mesa», ese término no tiene referente inmediato de percepción; por mucho que uno escrute meticulosamente todas las actividades de los hombres, uno no encontraría ninguna «cultura» que pudiese ver o señalar. “Cultura» es una abstracción de nivel extremadamente alto, que denota la totalidad de los logros intelectuales de un grupo. Para alcanzar tal concepto, los hombres tuvieron que integrar en una unidad una gran cantidad de abstracciones anteriores, tales como «arte”, “ciencia”, “letras”, y «modales». Cada una de estas es en sí misma una abstracción de abstracciones, una abstracción que une elementos perceptuales e introspectivos. Para alcanzar «arte», por ejemplo, un individuo debe primero conceptualizar productos tales como pintura, escultura y música, lo cual implica diferenciar ciertos tipos de objetos físicos y captar de alguna forma que ellos encarnan un cierto tipo de propósito consciente. Esto a su vez presupone que el individuo ya ha acumulado un vocabulario razonable de muchos más conceptos elementales, incluyendo ciertos conceptos básicos de consciencia, todo ello volviendo en última instancia a una observación directa del hombre y de sus actividades perceptivamente captables. Una amplia conceptualización es necesaria si uno quiere pasar de «hombre» a «cuadro», más necesaria aún para llegar a “arte», y todavía más para llegar a «cultura».

Al igual que cualquier concepto, “cultura» es una integración de concretos: en este caso, de ciertas acciones y productos humanos. Pero la cuestión es que, en este tipo de casos, el concepto no puede ser alcanzado directamente a partir de sus concretos. Presupone que los conceptos han sido previamente conceptualizados, por lo general en varias etapas, en niveles crecientes de abstracción. Un orden específico de formación de conceptos es necesario. Comenzamos con las abstracciones que están más cercanas a lo perceptualmente dado, y nos vamos apartando gradualmente de ellas.

El mismo principio de orden se aplica a todos los campos de conocimiento humano, no sólo a la formación de conceptos. Un niño debe observar que hay objetos físicos con ciertas propiedades, antes de poder captar la teoría atómica de su estructura, y luego, más tarde, las permutaciones y combinaciones de las partículas subatómicas. Debe aprender a contar antes de poder comprender la aritmética, y luego, sobre esa base, el álgebra y todo lo que viene después. Debe aprender a hablar y a combinar palabras para formar frases antes de poder identificar los tipos de frases y de redacción, y luego desarrollar los rudimentos de un estilo literario. Y, para poder hacer cualquiera de esas cosas, debe aprender primero en términos implícitos, a partir de la percepción sensorial, los axiomas básicos de existencia, consciencia e identidad. Un jardín de infancia debe preceder a la escuela primaria, la cual debe preceder a la universidad.

El mismo principio se aplica no sólo a un niño que está adquiriendo el conocimiento existente, sino a cualquier nuevo descubrimiento que hagan los hombres. Por eso no existían teorías Newtonianas o Einsteinianas en el mundo antiguo, sino sólo después de un largo y gradual crecimiento del conocimiento. Por ejemplo, el astrónomo del siglo XVI Tycho Brahe fue el primero en hacer mediciones cuidadosas en cuanto a los movimientos de los planetas. Eso hizo posible que Kepler pudiese identificar ciertas leyes de los movimientos planetarios, lo que a su vez, junto con otros conocimientos adicionales (como los logrados por Galileo), hizo posible que Newton formulase las leyes universales del movimiento, las cuales, junto con muchos otros descubrimientos, abrieron camino para los desarrollos del siglo XIX, y así sucesivamente. El conocimiento humano no es como un pueblo de casitas bajas de un solo piso, donde cada habitación está pegada a la superficie de la tierra. Es más bien como una ciudad de altos rascacielos, donde el piso más alto de cada edificio descansa sobre los que hay debajo, y estos a su vez sobre los que están aún más abajo, hasta que uno llega a los cimientos, donde comenzó la construcción. Los cimientos soportan toda la estructura en virtud de estar en contacto con la tierra firme.

Si cada concepto y conclusión fuese accesible directamente a partir de la observación, entonces el conocimiento no supondría ningún principio de orden; sería una acumulación de primarios. Pero de hecho, sin embargo, los elementos cognitivos difieren en un aspecto crucial: en su distancia del nivel perceptual. Ciertos elementos pueden ser aprendidos a partir de simple experiencia sensorial. Otros no están tan fácilmente disponibles para el hombre; sólo pueden ser conocidos a través de una cadena de conocimientos cada vez más complejos, donde cada nivel hace posible el siguiente.

El conocimiento, por lo tanto, tiene una estructura jerárquica. “Jerarquía”, en general, como indica el Oxford English Dictionary, significa «un grupo de personas o cosas clasificadas en niveles, órdenes o clases, una encima de otra”. Una jerarquía de conocimiento significa un conjunto de conceptos y conclusiones clasificados según su orden de dependencia lógica, unos sobre otros, dependiendo de la distancia de cada elemento a la base de la estructura. La base son los datos perceptuales con los cuales comienza la cognición.

El concepto de «jerarquía» en este sentido es epistemológico, no metafísico. En la realidad, los hechos son simultáneos. Los hechos descubiertos por Einstein, por ejemplo, no llegaron a la existencia después de los hechos descubiertos por Newton; los hechos en sí existen eternamente. Sin embargo, hay un orden de dependencia lógica entre ellos desde la perspectiva del hombre, porque el hombre no puede llegar a conocer todos los hechos de forma igualmente directa.

En algunos casos, pero no en todos, la jerarquía del conocimiento humano depende de la naturaleza de los sentidos del hombre, del tipo de información que le proporcionan. Para el hombre, por ejemplo, la percepción de objetos macroscópicos necesariamente precede al descubrimiento de sus componentes atómicos. Pero para esas míticas partículas conscientes que imaginamos en el capítulo 2, la jerarquía sería al revés; para ellas, la percepción de átomos sería algo primario, y el descubrimiento de objetos macroscópicos sería una inferencia de mayor nivel. En otros tipos de casos, sin embargo, una relación jerárquica específica parece ser inherente a la cognición conceptual como tal, sin importar la naturaleza de los sentidos de una especie. Por ejemplo: captar de alguna forma los axiomas de la filosofía parece ser una condición previa al desarrollo cognitivo de toda especie conceptual, sea cual sea su aparato sensorial.

No todos los casos de dependencia jerárquica, por lo tanto, tienen una causa idéntica. Pero eso no altera el hecho de que todos ellos recaen bajo el mismo principio. El principio es que el conocimiento sigue un orden necesario.

El principio del orden no excluye el que puedan existir opciones cognitivas. Por ejemplo: «organismo» es un concepto de mayor nivel, que uno puede alcanzar sólo después de haber conceptualizado en etapas una variedad de casos concretos. Pero no hay ninguna razón por la que uno tenga que llegar a ese concepto a través de «gato”, “perro” y “rosal» en vez de a través de, digamos, «caballo”, “pájaro” y “naranjo». De igual modo, uno no podría descubrir la ley de la gravedad sin antes haber estudiado y conceptualizado hechos más elementales acerca del movimiento; pero nada en epistemología requiere que la inspiración con la que culmina el conocimiento proceda de la caída de una manzana en vez de proceder de las muchas otras posibilidades. Un elemento de mayor nivel depende de la comprensión de una serie de elementos anteriores; pero esa serie no es necesariamente exclusiva en su contenido. Dentro de la estructura general necesaria, pueden existir muchas alternativas en cuanto a los detalles.

El concepto de «jerarquía» se aplica a las secuencias de aprendizaje sólo en la medida en que no hay opciones entre ellas. Se aplica cuando un determinado paso cognitivo no puede ser alcanzado o entendido sin un determinado tipo de prerrequisito.

Ahora voy a relacionar los temas de contexto y jerarquía. Una jerarquía es un tipo de contexto. La visión contextual del conocimiento afirma que el conocimiento es relacional. La visión jerárquica identifica una tipo específico de relación cognitiva: establece no sólo que todo elemento (no axiomático) tiene un contexto, sino también que ese contexto tiene una estructura interna de dependencia lógica, elevándose gradualmente a partir de una base de elementos de primer nivel. El principio del contexto da una visión general; mira a la totalidad del conocimiento que ya ha adquirido y dice: es una totalidad. El principio de la jerarquía mira al proceso a través del cual un determinado elemento fue aprendido y dice: los pasos más simples han hecho posibles los más complejos.

Eso nos lleva a la importancia práctica del presente análisis. La responsabilidad epistemológica impuesta sobre el hombre por el hecho del conocimiento ser contextual es la necesidad de integración. La responsabilidad impuesta por el hecho del conocimiento ser jerárquico es: la necesidad de reducción.

Si los hombres tuviesen que escalar la estructura jerárquica ellos mismos por su propia cognición directa – si tuviesen que tener claro cada paso en su conocimiento antes de pasar al siguiente; y si tuviesen que retener en términos explícitos la esencia del material anterior después de sobrepasarlo – entonces el hecho de la jerarquía no supondría ningún problema. En esas condiciones, un individuo no podría llegar a un elemento de mayor nivel, ni tampoco usarlo, sin conocer su conexión con la realidad perceptual. Las ideas de una mente como esa nunca se convertirían en abstracciones flotantes; no habría ninguna ruptura en la cadena que conecta los conceptos avanzados con los datos sensoriales a los que ellos en última instancia se refieren.

Los hombres, sin embargo, pueden intentar (y a menudo lo hacen) pasar a niveles mayores de cognición sin entender correctamente el material intermedio. Lo hacen por diversas razones, como impaciencia, pereza o simple error. La causa más común es una dependencia intelectual; muchos hombres se contentan con hacer suyos los conceptos y las conclusiones de otras personas sin entender los pasos que condujeron a ellos. Esos hombres intentan funcionar en los niveles más altos de una estructura compleja sin haber establecido la base necesaria; su actividad mental consiste en apilar confusión sobre confusión, en vez de conocimiento sobre conocimiento. En tales mentes, la cadena que relaciona el contenido de mayor nivel con la realidad perceptual se ha roto; la estructura conceptual de esos individuos (o la apariencia de una) no tiene base sólida; está desconectada de los hechos y de la cognición.

Mantener el contexto, como sabemos, es necesario para que las ideas de los hombres estén conectadas con la realidad. Cuando el propio contexto es jerárquico, los sucesivos niveles de su estructura son los enlaces de conexión. Mantener el contexto en ese caso es identificar y retener esos enlaces. Aquí es donde el proceso de reducción es necesario.

“Reducir” es el medio de conectar un conocimiento avanzado con la realidad, viajando hacia atrás a través de la estructura jerárquica relevante, es decir, en el orden inverso al que fue necesario para alcanzar ese conocimiento. «Reducir» es el proceso de identificar en una secuencia lógica los pasos intermedios que relacionan un elemento cognitivo con datos perceptuales. Puesto que hay opciones en los detalles de un proceso de aprendizaje, uno no siempre tiene que recorrer exactamente los mismos pasos que tomó inicialmente. Lo que uno debe volver a trazar es la estructura lógica esencial.

Ese “volver a trazar” los pasos es un requisito de la objetividad. El único contacto directo del hombre con la realidad son los datos de los sentidos. Estos, por lo tanto, son el estándar de objetividad, y a ellos debe ser traído de nuevo cualquier otro material cognitivo.

Como ejemplo de reducción, voy a usar el concepto «amigo», mencionado en el último capítulo, e identificar algunos de los conceptos intermedios que lo conectan con la realidad perceptual. El método consiste en preguntar repetidamente: ¿Qué tiene uno que saber para alcanzar y comprender un determinado paso?

Un bebé o un animal pueden percibir a dos amigos, pueden ver cómo hablan, se ríen, salen juntos… pero no son ni remotamente capaces de llegar a la idea de «amistad». Algo más que datos perceptuales es necesario en este caso. ¿Qué?

Debemos comenzar con una definición. «Amigo» designa a una persona que tiene un cierto tipo de relación humana, diferente de la que tiene con un conocido, un desconocido o un enemigo. En esencia, la relación entre esas dos personas implica un conocimiento, una estima y un afecto mutuos; como resultado, cada individuo disfruta de la compañía del otro; los dos se comunican con un alto nivel de intimidad, mostrando benevolencia recíproca, cada uno deseando sinceramente lo mejor para el otro. Para identificar una relación tan compleja, uno debe haber formado muchos conceptos anteriores, incluyendo «hombre», «conocimiento» y «placer». Centremos nuestra atención en un elemento esencial: «estima».

De nuevo, preguntamos: ¿De qué depende ese concepto? «Estimar» designa un cierto tipo de evaluación positiva; un hombre «estima» a otro cuando reconoce en él cualidades que aprecia como teniendo un valor (moral) significativo. Para captar ese concepto, por lo tanto, uno debe conocer primero muchos conceptos anteriores a él, incluyendo, ante todo, el concepto «valor». (Uno no necesita conocer la abstracción «valor» como tal. Cualquier atributo relevante al concepto de «estima”, es decir, alguna identificación de valor moral, como por ejemplo los conceptos «bueno» y «malo», sería suficiente en este caso. Pero, para simplificar, podemos ignorar este punto).

La misma raíz se presupone con el concepto «afecto». «Afecto» es una respuesta emocional que procede de la estima, es decir, de reconocer los valores de uno mismo en el carácter de otro. Si alguien nunca hubiese captado el concepto «valor» en absoluto, podría tener un sentimiento positivo hacia otra persona, pero sería incapaz de identificar ese sentimiento como «afecto».

Ahora debemos preguntarnos: ¿Cómo reduce uno el concepto «valor»? «Valor» es lo que uno actúa para obtener y/o conservar (ver capítulo 7). ¿Qué conceptos anteriores presupone eso? Entre otras cosas, un individuo debe aprender en primer lugar que el hombre trata de conseguir objetos, es decir, debe captar el concepto de «propósito» [entendido como “objetivo”, “meta”, “fin”]; y debe aprender que el hombre tiene el poder de seleccionar sus acciones y propósitos; o sea, debe comprender el concepto «elegir» [en el sentido de “decidir” entre varias alternativas].

Sin esos conceptos, un niño no puede formar ninguna abstracción normativa, tal como «bueno» y “malo”, «deseable» e «indeseable», «valor» y «sin valor». Él no puede formar o entender abstracciones destinadas a guiar su facultad de elección antes de comprender que él tiene tal facultad.

Todavía no hemos alcanzado el nivel perceptual, pero ya nos estamos acercando a él. Uno puede observar a los hombres tratando de conseguir cosas – acercándose a una mesa para tomar un alimento, acostándose en una cama para dormir, etc. – aunque uno no puede conceptualizar “propósito” hasta que las entidades elementales y las acciones involucradas (incluyendo ciertos procesos de consciencia) han sido conceptualizados. Y uno puede identificar el acto de elección de forma introspectiva, una vez que uno ha procesado suficientes datos existenciales para haber alcanzado la etapa de formar y distinguir conceptos introspectivos. Los últimos pasos hacia atrás, por lo tanto, nos llevan finalmente a conceptos de primer nivel, tales como «mesa», «cama» y «hombre». En este punto, la reducción ha sido completada. Termina cuando decimos: «Y con este término – por ejemplo, “hombre” – me refiero a esto”, mientras señalamos directamente la entidad.

Ahí están los elementos de la cadena lógica que hemos estado identificando, esta vez en orden ascendente: «Los hombres deben elegir entre diferentes objetivos por medio de sus valores, y ese hecho genera ciertos tipos de estimaciones y emociones mutuas, que incluyen la estima y el afecto, las cuales hacen posible un cierto tipo de relación humana, la amistad«.

¿Cuáles son las ventajas de conocer tal cadena? Parte de la respuesta es la auto-protección. Por ejemplo, si alguien te dijera: «El hombre está determinado, la “elección” es un mito, nadie puede evitar hacer lo que hace, así que todos debemos ser compasivos con los demás y ser “amigables» . . . tu respuesta inmediata, suponiendo que la reducción esté clara para ti, sería: “¿Amigable? ¿Cómo puedes  usar ese término?”. El concepto «amistad», le dirías, está basado en el concepto «elección». Si el determinismo es cierto, entonces no puede haber abstracciones de mayor nivel tales como «valor moral», «estima» o «amistad».

Una vez que sabes cuáles son las raíces conceptuales de «amistad», como Ayn Rand las llama – la cadena de conceptos anteriores conectando ese concepto a la realidad perceptual – entonces sabes cuáles son las reglas de su uso correcto, y puedes reconocer cualquier abuso notorio. Es la forma que tienes de proteger la claridad – la identidad – del concepto en tu propia mente.

O si un hombre te dice: «No estoy de acuerdo con tus ideas, no apruebo tus acciones, no me gusta con quién te relacionas, pero tú y yo seguimos siendo amigos, porque te estoy criticando por tu propio bien, y te aprecio igual» – una afirmación que es muy común, especialmente entre familiares – tú inmediatamente contestarías: «Si rechazas todo lo que es importante sobre mí, ¿cómo puedes apreciarme? ¿En base a qué atributos? ¿Qué significado tiene la ‘amistad’ una vez que se la desgaja del concepto de ‘valores’?” Una vez más, si conoces la reducción, entonces puedes fácilmente detectar el error.

Errores como ese están muy generalizados. La falacia que tienen en su raíz fue identificada por primera vez por Ayn Rand. Ella lo llamó la falacia del «concepto robado». 17

La falacia consiste en usar un concepto de mayor nivel mientras se niegan o se ignoran sus raíces jerárquicas, es decir, mientras se dejan de usar uno o más conceptos previos de los cuales el nuevo concepto lógicamente depende. Es lo equivalente intelectualmente a estar en el piso cuarenta de un rascacielos mientras se dinamitan los primeros treinta y nueve. El concepto de mayor nivel – «amistad», en los ejemplos anteriores – lo llamamos «robado», porque el individuo en cuestión no tiene derecho lógico a usarlo. Es un parásito epistemológico; se apodera, sin entender, de un término creado por otros hombres que sí respetaron la estructura jerárquica necesaria. El paralelismo con un parásito en materia – con alguien que se apodera de la riqueza creada por otros – es obvio.

La razón por la que los conceptos robados son tan frecuentes es que la mayoría de la gente (y la mayoría de los filósofos) no tiene ni idea de las «raíces» de un concepto. En la práctica, ellos tratan cada concepto como un primario, es decir, como una abstracción de primer nivel; de esa forma, ellos arrancan el concepto de cualquier lugar en una jerarquía, y al hacerlo lo desconectan de la realidad. A partir de ese momento, su uso está regido por el capricho o el hábito irreflexivo, sin pautas objetivas por las que la mente se pueda guiar. El resultado es confusión, contradicción, y convertir el lenguaje en palabrería.

El antídoto es el proceso de reducción. En lo que respecta a conceptos de mayor nivel, la reducción completa el trabajo de la definición. El objetivo de una definición es mantener un concepto conectado a un grupo específico de concretos.

La definición de un concepto de mayor nivel, sin embargo, cuenta con los conceptos relevantes de menor nivel, los cuales deben a su vez estar conectados a concretos; de no ser así, la definición es inútil. La reducción es lo que lleva a una persona desde la definición inicial, a través de las definiciones del siguiente nivel inferior y luego del siguiente, hasta la percepción directa de la realidad. Ese es el único medio por el cual la definición inicial puede llegar a ser totalmente clara.

Antes de dejar el tema de la reducción conceptual, quiero indicar que ciertos conceptos – de hecho, pseudo-conceptos – no pueden ser reducidos a datos de observación. Esa es la prueba de que tales conceptos son inválidos.

«Conceptos inválidos”, escribe Ayn Rand, son «palabras que representan intentos de integrar errores, contradicciones o proposiciones falsas tales como conceptos originados en misticismo [por ejemplo «fantasma”, “dios”, “duende»], o palabras sin definición específica, sin referentes, que pueden significar cualquier cosa para cualquiera, tales como los anti-conceptos modernos [términos deliberadamente ambiguos, como «extremismo”, “aislacionismo», etc.]. Cualquiera de estos términos está desligado de la realidad e “invalida cualquier proposición o proceso de pensamiento en el que sea utilizado como afirmación cognitiva». 18

La prueba de que un concepto es inválido es el hecho de que no puede ser reducido al nivel perceptual. Eso significa que nada en la realidad da origen a ese concepto. La prueba no es que el referente no pueda ser observable; la ciencia con frecuencia hace referencia a cosas que no son observables, por ejemplo átomos, genes y rayos X, pero uno puede identificar la evidencia que respalda los conceptos científicos. Uno puede definir la secuencia de pasos a través de los cuales los hombres pudieron llegar a partir de observaciones a una serie de conclusiones, las cuales fueron más tarde integradas en nuevos conceptos para designar entidades hasta entonces desconocidas. En lo que respecta al lenguaje de la religión, por el contrario, eso es precisamente lo que no es posible hacer. Los referentes de «dios”, “ángel” y “diablo» no son meramente no observables, son términos que no pueden ser conectados por ningún proceso al nivel perceptual; son no reducibles, por su naturaleza.

La reducción es necesaria para cualquier contenido de mayor nivel. Se aplica, no sólo a los conceptos, sino también a los proposiciones.

Las proposiciones (si son no-axiomáticas), también deben ser llevadas de vuelta paso a paso hasta el nivel perceptual. Ellas también están basadas en conocimientos anteriores – en la cadena de evidencia que condujo hasta ellas — llegando en última instancia hasta la observación directa. Para una mente que no capta esa cadena, una proposición de mayor nivel es arbitraria, no contextual, no objetiva; está desconectada de la realidad y de los requisitos de la cognición humana. Como sugerí antes y ahora puedo explicar en más detalle, eso es por lo que demostrar una idea es necesario.

Demostrar es una forma de reducir. La conclusión a ser demostrada es una cognición de mayor nivel, cuya vinculación con la realidad se encuentra en las premisas; éstas, a su vez, al final deben llevarnos de vuelta al nivel perceptual. Demostrar, por lo tanto, es una forma de volver hacia atrás sobre los pasos jerárquicos del proceso de aprendizaje. (Como ocurre con la reducción conceptual, así también ocurre con la demostración: el proceso identifica, no las variantes opcionales, sino los enlaces esenciales de la cadena, la estructura lógica necesaria que relaciona un contenido mental con los datos observados).

Demostrar no es el proceso de derivar una conclusión a partir de premisas arbitrarias, ni siquiera a partir de premisas verdaderas escogidas arbitrariamente. Demostrar es el proceso de establecer una conclusión mediante la identificación de la jerarquía correcta de las premisas. Para demostrar una conclusión, uno rastrea hacia atrás el orden de dependencia lógica, terminando con lo perceptualmente dado. Es sólo por causa de este requisito que la lógica es el medio de validar una conclusión objetivamente.

Por ejemplo: si alguien quisiese inferir la mortalidad de un hombre determinado a partir del hecho de que existe una enorme industria funeraria en todos los países, eso no sería una demostración adecuada. La industria funeraria es una consecuencia de nuestro conocimiento de la mortalidad humana, no una precondición de dicho conocimiento. El silogismo tradicional de Sócrates, sin embargo, sí confirma esa conclusión. Deriva la mortalidad de Sócrates de una generalización anterior verdadera (que a su vez integra innumerables observaciones sobre los hombres y otros organismos vivos).

Lo anterior también es parte de la definición de «lógica» de Ayn Rand. La lógica requiere el reconocimiento de contexto y de jerarquía.  La lógica es «el arte de la identificación no contradictoria”. . . mientras se respete el contexto total de conocimiento, incluyendo su estructura jerárquica. Una conclusión lógica es aquella que ha sido alcanzada sin contradecir el resto de las conclusiones de un hombre (la tarea de integración) . . . y que ha sido conectada paso a paso con datos perceptuales (la tarea de reducción). Con esos dos procesos, el hombre consigue un doble control sobre su exactitud. Cada conclusión debe pasar la prueba de su validación con el resto del conocimiento y (a través de la necesaria cadena intermedia) la prueba de la experiencia directa.

Al igual que con la integración, lo mismo ocurre con la reducción (tanto conceptual como proposicional): si el proceso es nuevo para ti, sugiero que empieces ahora, pero que lo vayas haciendo poco a poco, dentro de los límites de tu tiempo y de tu conocimiento. Probablemente es mejor empezar con conceptos, que son los elementos de las proposiciones, sobre todo con los conceptos fundamentales, cuando sientas que esos conceptos no los tienes muy claros. Más adelante, según la necesidad que vayas viendo, puedes poner en un orden lógico otros elementos de mayor nivel.

Debo advertir que hay que aplicar el método solamente en términos esenciales. Intentar navegar hacia atrás a través de cada cognición intermedia relevante sería mortificante y no tendría sentido. En vez de eso, intenta al inicio llegar a tener una visión general de las principales conexiones, al estilo de lo que hicimos con nuestro análisis de «amigo». Más adelante, si llegase a ser necesario, puedes incluir más matices.

Aunque simplifiques el proceso, siento decirlo, no será una tarea fácil. En un mundo correcto, nunca tendrías que hacer ese esfuerzo masivo para conseguir aclarar tu conocimiento. Estarías realizando los procesos de reducción paso a paso, como si estuvieses escalando la jerarquía cognitiva; te enseñarían el método de pensar gradualmente desde la infancia, al desarrollarte. Luego no tendrías que enfrentar años de un trabajo de recuperación para deshacer años de caos conceptual. Aquí, de nuevo, igual que con la tarea de integración, sois víctimas de una mala filosofía, que pronto mencionaré.

Concluiré la discusión sobre la jerarquía explicando el principio de «la cuchilla de Rand”. 19

Una «cuchilla» es un principio que corta de raíz toda una categoría de ideas falsas y/o inútiles. La cuchilla de Rand está dirigida a cualquier persona que entra en el campo de la filosofía. Dice: nombra tus primarios; identifica tus puntos de partida, incluyendo los conceptos que consideras irreducibles, y luego prueba que son axiomas objetivos. En términos negativos: no empieces a filosofar a mitad de camino. No empieces con algún tema o concepto secundario mientras ignoras sus raíces, por mucho que te interese ese tema. El conocimiento filosófico también es jerárquico.

Los filósofos actuales no sólo evaden ese punto, sino que además lo invierten, de la misma forma que invierten el principio de que el conocimiento es contextual. En cuanto a mantener el contexto, no sólo dejan de integrar sus teorías; hacen una cruzada a favor de la desintegración, insistiendo en que cada cuestión que estudian es independiente de todas las demás, que la filosofía consiste en «análisis fragmentados» y que el pecado capital es construir sistemas de pensamiento. Como expresión de esta mentalidad anti-contextual, algunos de esos mismos pensadores no sólo ignoran la tarea de reducción: descaradamente invierten el orden jerárquico del conocimiento.

A modo de ejemplo, citaré a un escéptico reciente que pregunta: «¿Cómo puedo estar seguro de que, cada vez que creo en algo – como en que existen las piedras – no estoy siendo engañado para creerlo, engañado por. . . un científico loco que, por medio de electrodos implantados en mi cerebro, manipula mis creencias?” 20 Según este enfoque, no podemos estar seguros de que las piedras existan; tal creencia se considera una cuestión compleja sujeta a duda y a discusión. Pero lo que sí podemos adoptar correctamente como punto de partida al considerar ese asunto y explicar nuestra duda es: existen científicos, existen electrodos, los hombres tienen cerebro, los científicos pueden volverse locos, los electrodos pueden afectar la función del cerebro. Todo eso, por lo visto, es información evidente que cualquier persona puede invocar cuando le venga en gana. ¿Cómo es posible conocer hechos tan sofisticados, y sin embargo no saber que existen las piedras? El autor, que es profesor de filosofía, no parece tener necesidad de plantearse tal pregunta. A él le parece muy bien empezar a filosofar al azar, tratar el conocimiento avanzado como si fuese primario y usarlo para negar la evidencia directa de los ojos de los hombres.

Ese individuo no se limita a usar un conocimiento avanzado mientras ignora sus raíces; usa ese conocimiento para destruir las propias raíces, y de esa manera no sólo se apropia indebidamente de un único término, sino de un conjunto complejo de conclusiones. Es culpable no sólo de un concepto robado, sino de un gran latrocinio conceptual. Ese es el tipo de corrupción anti-jerárquica que hace posibles filosofías como el escepticismo. Es ese tipo de filosofía lo que la cuchilla de Rand cercena de raíz.

Rechazar la jerarquía a un nivel tan profundo equivale a rechazar la razón como tal. Representa el intento de entronizar el puro capricho como rector de la cognición, lo cual no es un mero error sino una forma de irracionalismo deliberado.

Es tan inútil defender ideas verdaderas mientras se ignora la jerarquía como es defender ideas falsas. Contrariamente a lo que dicen los conservadores hoy día, por ejemplo, no es un axioma el que el hombre tenga el derecho a la propiedad. El derecho a la propiedad es una consecuencia del derecho del hombre a la vida, un derecho que podemos establecer sólo si conocemos la naturaleza y el valor de la vida del hombre; esa conclusión presupone, entre otras cosas, que los juicios de valor objetivos son posibles; lo cual presupone que el conocimiento objetivo es posible; lo cual a su vez depende de una cierta relación entre la mente del hombre y la realidad, es decir, entre consciencia y existencia. Si un pensador no conoce este tipo de estructura ni cuenta con ella, no será capaz de defender los derechos de propiedad, ni de definir el concepto, ni de aplicarlo correctamente. Esa es una de las razones por las que los conservadores actuales son tan ineficaces.

Debería estar claro ahora por qué comenzamos nuestro estudio de Objetivismo identificando sus axiomas, y por qué hemos ido dando un paso tras otro hacia conclusiones cada vez más avanzadas. Ayn Rand satisface las exigencias de su cuchilla. La filosofía es jerárquica, y, por lo tanto, también lo es Objetivismo.

Lo contrario a la cuchilla de Rand fue expuesto elocuentemente hace unos años por un seguidor de la Semántica General, cuyo nombre he olvidado hace mucho. Él se lo dijo a Ayn Rand casualmente después de alguna discusión estéril, como si fuese algo indiscutible. Ayn Rand le había preguntado dónde empezaba él, filosóficamente, y él contestó: «Empiezo donde la última generación paró”.

Esto es lo que ningún pensador puede permitirse. Nadie puede asumir el contexto desintegrado e «irreducido» de sus predecesores, incluyendo todas sus contradicciones, incongruencias y callejones sin salida. Esa es la política que ha hecho imposible el progreso de las humanidades; es por eso por lo que la filosofía a lo largo de los siglos se ha vuelto cada vez más confusa y cargada de problemas. Cuando los pensadores basan sus teorías, no en los hechos de la realidad sino en las conclusiones sin analizar de sus predecesores, el resultado es un tipo especialmente repelente de estructura intelectual: no una jerarquía de conocimiento, sino de errores cada vez más retorcidos e insolubles.

Aquí es donde el consejo ofrecido por el filósofo Hugh Akston en La Rebelión de Atlas es particularmente aplicable: «Verifica tus premisas». Si te propones entrar en el campo de la filosofía, verifica tus premisas: mira de qué dependen, y a su vez eso de qué depende, y así sucesivamente hasta llegar a la base de la estructura.

Si tu reducción es correcta, encontrarás que la base es el axioma con el que comenzamos: la existencia existe.

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Referencias

Obras de Ayn Rand en versión original: Ayn Rand Institute
Obras de Ayn Rand traducidas al castellano: https://objetivismo.org/ebooks/

Al referirnos a los libros más frecuentemente citados estamos usando las mismas abreviaturas que en la edición original en inglés: 

AS     (Atlas Shrugged) – La Rebelión de Atlas
CUI    (Capitalism: The Unknown Ideal) – Capitalismo: El Ideal Desconocido
ITOE (Introduction to Objectivist Epistemology) – Introducción a la Epistemología Objetivista
RM    (The Romantic Manifesto) – El Manifiesto Romántico
VOS   (The Virtue of Selfishness) – La Virtud del Egoísmo

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Notas de pie de página

Las notas de pie de página no han sido traducidas al castellano a propósito, pues apuntan a las versiones de los libros originales en inglés (tanto de Ayn Rand como de otros autores), algunos de los cuales ni siquiera han sido traducidos, y creemos que algunos lectores pueden querer consultar la fuente original. Los números de las páginas son de la edición del libro de bolsillo correspondiente en la versión original.

Capítulo 4 [4-4]

17.-  See Atlas Shrugged, p. 964.
18.- Introduction to Objectivist Epistemology, p. 49.
19.- See Introduction to Objectivist Epistemology,pp. 250-51.
20.- W. Gerber reviewing P. Unger, Ignorance: A Case for Skepticism in Review of Metaphysics, XXIX (4), June 1976, p. 751.

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