(1974), por Ayn Rand.
Ensayo publicado en su libro Filosofía: Quién la Necesita.
<< Traducción: Objetivismo.org >>
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En mi conferencia de West Point presenté brevemente un tema muy amplio: “Filosofía: Quién la Necesita”. Hablé de lo esencial, pero una discusión más detallada de ciertos puntos será útil para quien desee estudiar filosofía (sobre todo hoy en día, porque la filosofía ha sido abolida por dos escuelas muy de moda, el análisis lingüístico y el existencialismo).
Dije que la mejor forma de estudiar filosofía es abordarla como uno aborda una novela policíaca. Un detective trata de descubrir la verdad sobre un crimen; un detective filosófico debe tratar de determinar la verdad o falsedad de un sistema abstracto, descubriendo así si se trata de un gran logro o de un crimen intelectual. Un detective sabe qué buscar, o qué indicios considerar significativos; un detective filosófico debe recordar que todo conocimiento humano tiene una estructura jerárquica, debe aprender a distinguir lo fundamental de lo secundario, y, al juzgar un sistema filosófico dado, debe considerar, ante todo y sobre todo, sus fundamentos, sus esencias. Si los cimientos no se sostienen, ninguna otra cosa lo hará.
En filosofía, los fundamentos son la metafísica y la epistemología. Partiendo de un universo cognoscible y de la competencia de una facultad racional que lo comprenda, puedes definir la ética, la política y la estética que son apropiadas para el hombre. (Y si cometes un error, mantienes los medios y el marco de referencia necesarios para corregirlo). ¿Pero qué conseguirás si abogas por la honestidad en ética, y a la vez le dices a los hombres que no hay tales cosas como verdad, hechos o realidad? ¿Qué harás si propugnas la libertad política en base a que sientes que es buena, y de pronto te encuentras con un matón agresivo diciendo que él siente algo muy diferente?
El error del lego, en cuanto a filosofía, es la tendencia a aceptar consecuencias a la vez que ignora las causas: a aceptar el resultado final de una larga secuencia de pensamiento como lo dado, y considerarlo “evidente”, como si fuera una premisa irreducible, a la vez que niega sus precondiciones. Los ejemplos abundan, sobre todo en política. Hay socialdemócratas que quieren preservar la libertad individual a la vez que niegan su fuente: los derechos individuales. Hay conservadores religiosos que dicen apoyar el capitalismo a la vez que atacan su raíz: la razón. Hay diversos “libertarios” que plagian la teoría Objetivista de la política a la vez que rechazan la metafísica, la epistemología y la ética sobre las que descansa. Esa actitud, por supuesto, no se limita a la filosofía: su ejemplo más simple son las personas que claman que necesitan más gasolina… y que la industria petrolera debe ser gravada con impuestos hasta llevarla a la quiebra.
Como detective filosófico, debes recordar que nada es evidente excepto el material de la percepción sensorial, y que una primaria irreducible es un hecho que no puede ser analizado (es decir, desmenuzado en sus componentes) o derivado de hechos antecedentes. Debes examinar tus propias convicciones y cualquier idea o teoría que estudies, preguntando: ¿Es esto una primaria irreducible? Y si no lo es, ¿de qué depende? Debes hacerte la misma pregunta sobre cualquier respuesta que consigas, hasta que llegues a una primaria irreducible: si una idea determinada contradice a una primaria, la idea es falsa. Ese proceso te llevará al campo de la metafísica y la epistemología, y descubrirás de qué forma todos los aspectos del conocimiento del hombre dependen de ese campo, y cómo se sustentan o se desmoronan con él.
Hay una antigua fábula que leí en ruso (no sé si existe en inglés). Un cerdo encuentra un roble, devora las bellotas esparcidas sobre la tierra, y una vez que tiene la barriga llena comienza a cavar el suelo para destruir las raíces del roble. Un pájaro posado en una rama allá arriba lo recrimina, diciendo: “Si levantases el hocico, te darías cuenta que las bellotas crecen en este árbol”.
Para poder evitar el papel del cerdo en el bosque del intelecto, uno debe conocer y proteger el árbol metafísico-epistemológico que produce las bellotas de las convicciones, los objetivos, y los deseos de uno. Y al contrario, uno no debe tragarse cualquier fruta colorida que encuentre sin antes preocuparse de descubrir si proviene de un árbol venenoso. Si los legos aprendieran como mínimo a identificar la naturaleza de esa fruta y dejaran de comerla o de compartirla, dejarían de ser las víctimas y los incautos transmisores de veneno filosófico. Pero eso requiere un entendimiento básico de filosofía.
Si un lego inteligente y honesto tradujese su racionalidad implícita – su sentido común (que él acepta totalmente) – en premisas filosóficas explícitas, él mantendría que el mundo que percibe es real (la existencia existe), que las cosas son lo que son (la Ley de Identidad), que la razón es el único medio para adquirir conocimiento, y que la lógica es el método de usar la razón. Asumiendo esa base, os voy a dar un ejemplo de lo que un detective filosófico haría con algunos de los aforismos que cité en “Filosofía: quién la necesita”.
“Puede ser verdad para ti, pero no lo es para mí”. ¿Cuál es el significado del concepto “verdad”? «Verdad» es el reconocimiento de la realidad (esa es la llamada teoría de la correspondencia). La misma cosa no puede ser verdadera y falsa a la vez y en el mismo sentido. Ese aforismo, por lo tanto, quiere decir: a) que la Ley de Identidad no es válida; b) que no hay una realidad objetivamente percibible, sólo algún flujo indefinido que no es nada específico, o sea, que no hay realidad (en cuyo caso, no puede haber tal cosa como verdad); o c) que quienes discuten están percibiendo dos universos diferentes (en cuyo caso, no hay debate posible). (El objetivo de ese aforismo es destruir la objetividad).
“No estés tan seguro; nadie puede estar seguro de nada”. Por mucho que el galimatías de Bertrand Russell argumente lo contrario, esa declaración le incluye también a él mismo; por lo tanto, uno no puede estar seguro de estar seguro de algo. La afirmación significa que ningún conocimiento de ningún tipo es posible para el hombre; o sea, que el hombre no es consciente. Además, si uno intentase aceptar esa aforismo, uno descubriría que su segunda parte contradice a la primera: si nadie puede estar seguro de nada, entonces todo el mundo puede estar seguro de todo lo que se le antoje, puesto que nadie puede refutarlo, y puede afirmar que no está seguro de estar seguro (y ese es el objetivo de esa noción).
“Puede ser bueno en teoría, pero no funciona en la práctica”. ¿Qué es una teoría? Es un conjunto de principios abstractos que supuestamente son, o bien una descripción correcta de la realidad, o un conjunto de guías para las acciones del hombre. Su correspondencia con la realidad es el estándar de valor a la hora de juzgar cualquier teoría. Si una teoría es inaplicable a la realidad, ¿bajo qué criterio puede ser considerada “buena”? Si uno aceptase esa idea, significaría: a) que la actividad de la mente del hombre está desligada de la realidad; b) que el objetivo de pensar no es ni adquirir conocimiento ni guiar las acciones del hombre. (El objetivo de ese aforismo es invalidar la facultad conceptual del hombre).
“Es lógico, pero la lógica no tiene nada que ver con la realidad”. La lógica es el arte o la capacidad de identificación no contradictoria. La lógica tiene una sola ley: la Ley de Identidad, y sus varios corolarios. Si la lógica no tiene nada que ver con la realidad, eso quiere decir que la Ley de Identidad es inaplicable a la realidad. Si es así, entonces: a) las cosas no son lo que son; ó b) las cosas pueden ser y no ser al mismo tiempo y en el mismo sentido, o sea, la realidad está hecha de contradicciones. Si es así, ¿a través de qué medios pudo alguien descubrirlo? A través de medios ilógicos (esto último es seguro). El objetivo de esa noción es burdamente obvio. Su significado real no es: “La lógica no tiene nada que ver con la realidad”, sino: “Yo (el que habla) no tengo nada que ver con la lógica (o con la realidad)”. Cuando la gente usa ese aforismo, lo que quieren decir es, o bien: “Es lógico, pero yo prefiero no ser lógico”, ó: “Es lógico, pero la gente no es lógica, no piensa; y yo voy a aprovecharme de su irracionalidad”.
Eso es una pista para el tipo de error (o falta de rigor) epistemológico que permite la difusión de tales frases hechas. La mayoría de las personas las usa en el contexto de algo concreto y específico, sin darse cuenta de que están proclamando una generalización metafísica devastadora. Cuando dicen: “Puede ser verdad para ti, pero no lo es para mí”, normalmente se refieren a alguna cuestión opcional de gustos, que incluye algún juicio de valor secundario. El significado que pretenden transmitir se acerca más a: “Puede gustarte a ti, pero no a mí”. La idea que nadie cuestiona – que las preferencias de valor y las emociones son algo primario – es la raíz de esa afirmación. Y para defender su incapacidad de hacer introspección, no les importa acabar irresponsablemente con el universo.
Cuando la gente oye el aforismo: “Puede haber sido verdad ayer, pero no es verdad hoy”, normalmente piensan en temas o costumbres hechos por el hombre, como por ejemplo: “Los hombres se batían en duelo ayer, pero no hoy”; o: “Las mujeres vestían faldas de aro ayer, pero no hoy”; o: “Ya no estamos en la época del caballo y la carreta”. Quienes proponen esos aforismos rara vez son inocentes, y los ejemplos que dan suelen ser del tipo que hemos mencionado. Pero luego sus víctimas, que nunca han descubierto la diferencia entre lo metafísico y lo hecho por el hombre, se sienten totalmente confusas, y son incapaces de refutar conclusiones como: “La libertad fue un valor ayer, pero no lo es hoy”; ó: “El trabajo fue una necesidad humana ayer, pero no lo es hoy”; ó: “La razón fue válida ayer, pero no lo es hoy”.
Ahora observa el método que he usado para analizar esas aforismos. Debes darle a las palabras significados claros y específicos; o sea, debes ser capaz de identificar sus referentes en la realidad. Eso es una precondición sin la cual no son posibles ni juicio crítico ni pensamiento de ningún tipo. Todas las estafas filosóficas cuentan con que tú uses palabras como vagas aproximaciones. No debes tomar un aforismo – ni ninguna afirmación abstracta – como si fuese aproximada. Tómala literalmente. No la traduzcas, no la ensalces, no cometas el error de pensar, como hace mucha gente: “¡Oh, nadie puede realmente querer decir esto!”, y luego darle algún significado difuminado que te suene a válido. Tómala como es, exactamente por lo que dice y por lo que quiere decir.
En vez de descartar el aforismo, acéptalo… momentáneamente.
Plánteate a ti mismo: “Si yo aceptase esto como siendo verdad, ¿qué seguiría después?”. Esa es la mejor forma de desenmascarar cualquier fraude filosófico. El viejo dicho de los estafadores también es válido para los intelectuales: “No puedes engañar a un hombre honesto”. La honestidad intelectual consiste en tomarse las ideas en serio. Y tomarse las ideas en serio significa que estás dispuesto a vivir por cualquier idea que aceptes como verdadera, que estás dispuesto a practicarla. La filosofía le proporciona al hombre una visión global de la vida. Para poder evaluarla correctamente, pregúntate lo que una teoría concreta, una vez aceptada, haría para una vida humana, empezando por la tuya.
A la mayoría de la gente le sorprendería este método. Todos creen que el pensamiento abstracto debe ser “impersonal”, o sea, que las ideas no deben tener ningún significado, ningún valor o ninguna importancia personal para el pensador. Esa noción se basa en la premisa de que el interés personal es un agente de distorsión. Pero “personal” no significa “no-objetivo”; depende del tipo de persona que seas. Si tu pensamiento está determinado por tus emociones, entonces no serás capaz de juzgar nada, ni personal ni impersonalmente. Pero si eres el tipo de persona que sabe que la realidad no es tu enemigo, que la verdad y el conocimiento tienen una importancia crucial, personal y egoísta para ti y para tu vida, entonces cuanto más apasionadamente personal sea el pensamiento, más claro y más verdadero será.
¿Estarías dispuesto tú – y serías capaz de hacerlo – a actuar, diariamente y consistentemente, bajo la creencia que la realidad es una ilusión? ¿Que las cosas que ves a tu alrededor no existen? ¿Que da igual que conduzcas tu coche por una carretera o por un precipicio? ¿que comas o que mueras de hambre? ¿que salves la vida de la persona que amas o la empujes a la hoguera? Es especialmente importante aplicar esta prueba a las teorías morales. ¿Estarías tú dispuesto a – y serías capaz de – actuar bajo la creencia que el altruismo es un ideal moral? ¿que debes sacrificarlo todo – todo lo que amas, buscas, posees o deseas, incluyendo tu vida – en beneficio de todos y de cualquier desconocido?
No evadas tales asuntos rebajándote, diciendo: “Tal vez la realidad es irreal, pero yo no soy lo suficientemente sabio como para trascender mi esclavitud rastrera y materialista”, o: “Sí, el altruismo es un ideal, pero yo no soy lo suficientemente bueno para practicarlo”. La auto-humillación no es respuesta, ni tampoco una excusa para aplicarles a otros los preceptos de los cuales tú te eximes; no es más que una trampa colocada por los mismos filósofos a quienes tú estás tratando de juzgar. Ellos han dedicado un prestigioso esfuerzo a enseñarte a asumir una culpa inmerecida. Una vez que la asumes, estás declarando que tu mente es incompetente para juzgar, estás renunciando a la moralidad, a la integridad y al pensamiento, y te estás condenando a la niebla gris de lo aproximado, lo incierto, lo aburrido, lo anodino, la niebla a través de la cual la mayoría de los hombres arrastran sus vidas… y que es el objetivo de esa trampa.
Aceptar una culpa inmerecida es una de las principales causas de pasividad filosófica. Hay otras causas, y otros tipos de culpabilidad que sí son merecidos.
Una causa fundamental de la culpa merecida de los hombres en relación a la filosofía – así como en relación a sus propias mentes y vidas – es no conseguir hacer introspección. Concretamente, es no conseguir identificar la naturaleza y las causas de sus emociones.
Una emoción como tal no te dice nada sobre la realidad, más allá del hecho que algo te hace sentir algo. Sin una devoción despiadadamente honesta a la introspección – a la identificación conceptual de tus estados internos – no descubrirás qué es lo que sientes, qué es lo que despierta ese sentimiento, o si tu sentimiento es una respuesta apropiada a los hechos de la realidad, o una respuesta equivocada, o una ilusión malvada producida por años de autoengaño. Los hombres que desprecian o temen la introspección dan por hechos sus estados internos, como una primaria irreducible e irresistible, y dejan que sus emociones determinen sus acciones. Eso significa que deciden actuar sin conocer el contexto (la realidad), las causas (los motivos), y las consecuencias (los objetivos) de sus acciones.
El campo de la extrospección está basado en dos preguntas cardinales: “¿Qué sé?” y “¿Cómo lo sé?”. En el campo de la introspección, las dos preguntas rectoras son: “¿Qué siento?” y “¿Por qué lo siento?”.
La mayoría de los hombres pueden darse a sí mismos sólo algunas respuestas primitivas y superficiales, y se pasan la vida en una lucha entre conflictos interiores incomprensibles, pasando de reprimir sus emociones a permitirse arrebatos emocionales, lamentándolo, volviendo a perder el control, rebelándose contra el misterio de su caos interior, intentando descifrarlo, desistiendo, decidiendo no sentir nada… y sintiendo la creciente presión del miedo, de la culpa, de la falta de confianza de sí mismos, todo lo cual hace que cada vez sea más difícil encontrar las respuestas.
El que una emoción sea experimentada como algo primario e inmediato, pero siendo, de hecho, una totalidad compleja y derivada, le permite a los hombres practicar uno de los fenómenos psicológicos más grotescos: racionalizar. Racionalizar es encubrir, es darles a las propias emociones una identidad falsa, es inventarse justificaciones y explicaciones ficticias para poder ocultar los motivos de uno: no sólo ocultarlos de otros, sino principalmente de uno mismo. El costo de racionalizar es la obstaculización, la distorsión y, por último, la destrucción de la facultad cognitiva de uno. La racionalización es un proceso, no de percibir la realidad, sino de intentar hacer que la realidad se adapte a las emociones de uno.
Los aforismos filosóficos son medios muy convenientes para racionalizar. Son citados, repetidos y perpetuados con el fin de justificar emociones que los hombres no están dispuestos a admitir.
“Nadie puede estar seguro de nada” es la racionalización de una emoción de envidia y odio hacia quienes *sí* están seguros.
“Puede ser verdad para ti, pero no es verdad para mí” es una racionalización de la incapacidad y falta de voluntad que uno tiene para demostrar la validez de sus alegaciones.
“Nadie es perfecto en este mundo” es la racionalización del deseo de seguir consintiendo en tus imperfecciones, es decir, el deseo de escapar de la moralidad.
“Nadie puede evitar nada de lo que hace” es una racionalización para eludir cualquier responsabilidad moral.
“Puede que haya sido verdad ayer, pero no es verdad hoy” es una racionalización del deseo de poder permitirte contradicciones.
“La lógica no tiene nada que ver con la realidad” es una burda racionalización del deseo de subordinar la realidad a tus caprichos.
“No puedo demostrarlo, pero *siento* que es verdad” es más que una racionalización: es la descripción del *proceso* de racionalizar.
Los hombres no aceptan aforismos por medio de un proceso de pensamiento; se aferran a un aforismo – a cualquier aforismo – porque encaja con sus emociones. Tales hombres no juzgan la verdad de una afirmación por su correspondencia con la realidad; juzgan la realidad por su correspondencia con sus emociones.
Si, en el curso de la detección filosófica, te encuentras a veces frenado por la indignante y desconcertante pregunta: “¿Cómo puede alguien concluir semejante disparate?”, empezarás a entenderlo cuando descubras que *las filosofías malvadas son sistemas de racionalización*.
Lo absurdo nunca es un accidente, si observas los asuntos con los que trata; las elaboradas estructuras como es presentado siempre tienen un objetivo. Puedes encontrar la fatídica prueba del poder de la realidad en el hecho de que el irracional más mordazmente rabioso siente la naturaleza secundaria de las emociones y no proclama su primacía y su soberanía sin causa, sino que trata de justificarlas como siendo respuestas a la realidad; y si la realidad las contradice, entonces inventará otras realidades, que las emociones reflejarán como humildes súbditos, no como gobernantes.
En la historia moderna, la filosofía de Kant es una racionalización sistemática de todos los principales vicios psicológicos. La inferioridad metafísica de este mundo (como un mundo “fenoménico” de meras “apariencias”) es una racionalización para el odio a la realidad. La noción de que la razón es incapaz de percibir la realidad y trata sólo con “apariencias” es una racionalización para el odio a la razón; es también la racionalización para un profundo igualitarismo epistemológico que reduce la razón a una holgazanería inútil de soñadores “idealistas”. La superioridad metafísica del mundo “nouménico” es una racionalización para la supremacía de las emociones, a las que se atribuye el poder de conocer lo incognoscible por medios inefables.
La queja de que el hombre puede percibir cosas sólo a través de su propia consciencia – no a través de ningún otro tipo de consciencia – es una racionalización para el más profundo parasitismo jamás confesado por escrito: es el lamento de un hombre torturado por la perpetua preocupación con lo que los otros piensen, y por la incapacidad de decidir a quiénes de esos otros debería adaptarse. El deseo de percibir “las cosas en sí mismas”, sin ser procesadas por ninguna consciencia, es una racionalización para el deseo de librarse del esfuerzo y la responsabilidad de la cognición… a través de la omnisciencia automática que un adorador de caprichos atribuye a sus emociones.
El imperativo moral del deber de sacrificarse uno por deber – del sacrificio sin beneficiarios – es una burda racionalización de la imagen (y el alma) de un monje austero y ascético que te hace un guiño con un placer obscenamente sádico: el placer de quebrantar el espíritu del hombre, su ambición, su éxito, su autoestima y su disfrute de la vida en la Tierra. Etcétera. Esos son sólo algunos ejemplos.
Observa que la historia de la filosofía reproduce – a cámara lenta, en una pantalla macrocósmica – el funcionamiento de las ideas en la mente de un hombre individual. Un hombre que ha aceptado premisas falsas es libre de rechazarlas; pero a menos que, y hasta que, lo haga, esas ideas no se quedan quietas en su mente, sino que crecen sin la participación consciente de su dueño, hasta llegar a sus conclusiones lógicas finales. Un proceso similar tiene lugar en una cultura: si las premisas falsas de un filósofo influyente no son cuestionadas, muchas generaciones de seguidores – actuando como el subconsciente de la cultura – las exprimirán hasta sus últimas consecuencias.
Una vez que Kant sustituyó lo colectivo por lo objetivo (en forma de “categorías” que en su conjunto creaban un mundo “fenoménico”), el siguiente paso fue la filosofía de Hegel: una racionalización para el subjetivismo, para el ansia de poder de una élite ambiciosa que crearía un mundo “nouménico”, no material (estableciendo la fuerza bruta de un Estado absoluto en el mundo “fenoménico”, en el mundo material). Como no se podía esperar que los que estaban fuera de la élite obedecieran o aceptaran ese futuro, el siguiente paso colateral fue el Pragmatismo: una racionalización para mentalidades limitadas a lo concreto, inmediatistas, anticonceptuales, que anhelan librarse de los principios y del futuro.
Hoy tenemos la filosofía del Análisis Lingüístico: una racionalización para quienes son capaces de centrar su atención en palabras sueltas pero incapaces de integrarlas en párrafos, oraciones, o sistemas filosóficos, y aún así pretenden ser filósofos. Y tenemos la filosofía del Existencialismo, que deja de lado la urbanidad de la racionalización, se traga a Kant como es, y proclama la supremacía de las emociones en un anti-mundo incognoscible, incomprensible, inexplicable y nauseabundo.
Observa que, a pesar de sus diferencias, el altruismo es el común denominador, intocable e indiscutible, en la ética de todas esas filosofías. Es la principal y más rica fuente de racionalizaciones. Una moralidad que no puede ser practicada es una excusa ilimitada para cualquier práctica. El altruismo es la racionalización para la matanza masiva en la Rusia soviética; para el pillaje legalizado del Estado del bienestar; para el ansia de poder de políticos que alegan servir al “bien común”; para el concepto de “bien común”; para la envidia, el odio, la malicia y la brutalidad; para incendios, robos, secuestros, raptos y asesinatos perpetrados por caritativos defensores de múltiples causas colectivistas; para el sacrificio, más sacrificio, y para la infinidad de víctimas inmoladas. Cuando lo único que logra una teoría es exactamente lo contrario a sus supuestas metas, pero sus defensores ni se inmutan con ello, puedes estar seguro que no es una convicción o un “ideal”, sino una racionalización.
Las racionalizaciones filosóficas no siempre son fáciles de detectar. Algunas de ellas son tan complejas que un hombre inocente puede ser convencido y paralizado por confusión intelectual. En su primer encuentro con la filosofía moderna, mucha gente cae en el error de descartarla y salir corriendo, pensando: “Sé que es falsa, pero no puedo demostrarlo. Sé que hay algo mal aquí, pero no puedo dedicar tiempo y esfuerzo a tratar de desentrañarlo”. El peligro de tal actitud es: puedes olvidarte de todo lo relacionado con las “categorías” de Kant y su mundo “nouménico”; pero algún día, bajo la presión de enfrentar alguna decisión dolorosa y difícil, cuando tengas la tentación de evadir la responsabilidad o tomar una decisión deshonesta, cuando necesites toda tu fuerza interior, tu confianza y tu valor, te encontrarás pensando: “¿Cómo sé lo que es verdad? Nadie lo sabe. Nadie puede estar seguro de nada”. Eso es lo único que Kant quería de ti.
Un pensador como Kant no quiere que estés de acuerdo con él: sólo quiere que le des el beneficio de la duda. Él sabe que tu subconsciente hace el resto. Lo que él teme es tu mente consciente: una vez que entiendes el significado de sus teorías, ellas pierden su poder para amenazarte, como una máscara de Halloween en plena luz del día.
Una sugerencia más: si emprendes la tarea de la investigación filosófica, descarta el peligroso aforismo que aconseja que mantengas una “mente abierta”.
Hay una frasecita muy peligrosa que te aconseja mantener una «mente abierta». Ese es un término muy ambiguo – como demostrado por un hombre que una vez acusó a un famoso político de tener una «mente ampliamente abierta». El término es un anti-concepto. Por «mente abierta» se entiende normalmente una actitud objetiva e imparcial hacia las ideas, pero se usa como una llamada al escepticismo perpetuo, a no mantener convicciones firmes y a no otorgarle validez a nada.
Por «mente cerrada» se entiende normalmente la actitud de un hombre imperturbable a ideas, argumentos, hechos y lógica, que se aferra testarudamente a alguna mezcla de premisas injustificadas, frases de moda, prejuicios primitivos, y emociones. Pero eso no es una mente «cerrada», es una mente pasiva. Es una mente que ha rechazado (o nunca ha adquirido) la práctica de pensar o juzgar, y se siente amenazada cuando se le pide que considere cualquier cosa.
Lo que la objetividad y el estudio de la filosofía requieren no es una «mente abierta», sino una mente activa, una mente capaz y deseosa de examinar ideas, pero de examinarlas de forma crítica. Una mente activa no le concede el mismo status a la verdad y a la falsedad, no permanece flotando para siempre en un vacío estancado de neutralidad y de incertidumbre; al asumir la responsabilidad de juzgar, alcanza convicciones firmes, y las mantiene. Al ser capaz de demostrar sus convicciones, una mente activa consigue una certeza impregnable: una certeza sin manchas de fe ciega, aproximaciones, evasiones y miedo.
Si mantienes una mente activa, descubrirás (suponiendo que empieces con racionalidad de sentido común) que cada desafío que enfrentas intensificará tus convicciones; que el rechazo consciente y razonado de teorías falsas te ayudará a aclarar y a ampliar las verdaderas; que tus adversarios ideológicos te harán invulnerable, al darte innumerables confirmaciones de su propia impotencia.
No, no tienes que mantener tu mente eternamente abierta a la tarea de examinar cualquier nueva variante de las mismas viejas falsedades. Descubrirás que son variantes o ataques a ciertas esencias filosóficas, y que la toda la gigantesca batalla de la filosofía (y de la historia humana) se reduce a mantener o destruir esas esencias. Aprenderás a reconocer inmediatamente la posición de cada teoría sobre esas esencias, y a rechazar los ataques sin pensarlo dos veces, porque sabrás (y podrás demostrar) de qué forma cada ataque, viejo o nuevo, está hecho de contradicciones y “conceptos robados”.
Enumeraré esas esencias para tu referencia futura. Pero no intentes atajar aceptándolas como artículos de fe (o como aproximaciones y abstracciones flotantes captadas a medias). Eso sería una contradicción fundamental y no funcionaría.
Las esencias son: en metafísica, la Ley de Identidad; en epistemología, la supremacía de la razón; en ética, el egoísmo racional; en política, los derechos individuales (o sea, el capitalismo); en estética, los valores metafísicos.
Si llega el día en que adoptas esas esencias como tus absolutos, habrás entrado en la Atlántida – al menos psicológicamente -, lo cual es una precondición para la posibilidad de entrar en ella alguna vez existencialmente.
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Fuente: Detección Filosófica, Filosofía: Quién la Necesita
<< Traducción: Objetivismo.org >>
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