Acabemos con la vergonzosa relación entre EE.UU. y Arabia Saudita.
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En su primer viaje al extranjero, Donald Trump visitó a uno de sus supuestos aliados en el Oriente Medio. Para el presidente de los Estados Unidos, que ha sido llamado «el gran interruptor» de la política estadounidense, el viaje pudo haber sido una abertura para comenzar a deshacer la deplorable relación entre EE.UU. y el Reino de Arabia Saudita.
Durante años, los EE.UU. han abrazado a Arabia Saudita como un aliado, y le ha vendido miles de millones de dólares en armamentos. Pero, en el fondo, Arabia Saudita es hostil al ideal norteamericano de los derechos individuales. Aunque el régimen parece estar en contra del Estado islámico (ISIS), Arabia Saudita encarna y exporta su propio estilo de totalitarismo islámico.
El régimen saudí se destaca por imponer de forma absoluta la ley islámica, o sharía. Lo que tú piensas, dices y haces debe reflejar tu obediencia a la autoridad religiosa, en vez de ser el resultado de tu propio juicio. Durante el mes de Ramadán, por ejemplo, en el que los musulmanes ayunan durante el día, en Arabia Saudita está prohibido comer, beber o fumar en público; lleva cuidado, porque allí, por ser territorio controlado por el Estado Islámico, la «policía moral» te está vigilando. La censura es generalizada. Hay pensamientos, ideas y creencias que están prohibidos; está prohibido que bases tu vida en ellos.
El simple hecho de sugerir la idea de separar al Islam del estado es incendiaria. Pregúntale a Raif Badawi, un bloguista y activista. «El laicismo respeta a todos y no ofende a nadie», escribió, señalando que «es la solución práctica para sacar a los países del tercer mundo e introducirlos en el primer mundo». Badawi esperaba estimular la discusión sobre el laicismo, la igualdad de género, y lo que él llama el liberalismo en la sociedad. («Para mí, liberalismo significa simplemente vivir y dejar vivir», escribió). Pero en la monarquía saudita, al igual que en el Estado Islámico, esos puntos de vista son inimaginables.
Badawi consiguió librarse de la acusación de «apostasía» – o sea, de abandonar la religión del Islam -, que conlleva la pena de muerte. A cambio, fue condenado por «insultar al Islam a través de canales electrónicos». La sentencia: diez años de prisión, una multa de más de $250.000, y – en forma típicamente medieval – mil latigazos.
Arabia Saudita subyuga a todo su pueblo, pero hay un infierno específico reservado para las mujeres. El régimen las infantiliza totalmente: se les prohíbe conducir un coche, y no pueden salir de casa, viajar al extranjero, obtener un pasaporte, o hacer reclamaciones legales, sin la autorización de un chaperón masculino, lo que llaman un “guardián”. El guardián suele ser un pariente (marido, padre, hermano, incluso un hijo). ¡¿Qué clase de vida es esa?!
“Una vez tuvimos un accidente en un taxi», escribe una mujer saudí, “y la ambulancia se negó a llevarme al hospital hasta que mi guardián apareciera. Yo había perdido mucha sangre; si él no hubiese llegado cuando lo hizo, hoy yo estaría muerta”.
Una doctora de 30 años de edad dice: «He tenido que renunciar a una serie de oportunidades educativas porque mi guardián no cree que una doctora necesita un programa de intercambio cultural, o ir a un simposio que él no entiende. Durante dos años he intentado que deje que me case con el hombre al que amo. Soy responsable por la vida de mucha gente todos los días, pero no puedo vivir mi propia vida como yo quiero”. (Parece que el rey saudí decidió recientemente cambiar de forma mínima el sistema de guardianes, relajando un poco las cadenas que siguen atando a las mujeres saudíes.)
Fuera de casa, las patrullas de la «policía moral» saudí han mantenido a las mujeres en línea, vigilándolas en aceras, parques y centros comerciales. Esos “policías” intimidan, multan, y golpean a las mujeres que no llevan los velos de la forma legalmente prescrita.
El dominio del régimen saudí sobre mujeres; las ejecuciones públicas de apóstatas; las flagelaciones de blasfemos; las patrullas de policía moral; la prohibición de comprar o consumir alcohol; el sometimiento del individuo bajo la ley sharía… todo eso hace pensar en el horror de la vida cotidiana en Raqqa, un bastión del Estado Islámico.
La comparación muestra las similitudes esenciales entre esos dos regímenes que imponen su ley religiosa islámica como siendo un sistema absoluto. Es cierto que difieren en algunos detalles: uno es una monarquía, el otro es un «califato» autoproclamado. Aunque ambos llevan a cabo ejecuciones públicas horrorosas, sólo uno de ellos los convierte en vídeos online como propaganda horripilante. Arabia Saudita arroja a los homosexuales a la cárcel; el Estado Islámico los arroja desde los tejados. Los saudíes gastan millones en escuelas religiosas y en libros que hacen proselitismo de su cepa de totalitarismo islámico en todo el mundo; el Estado Islámico invierte mucho tiempo y esfuerzo en aprovechar las redes sociales. Los saudíes financian a los talibanes en Afganistán; el estado islámico compite con los talibanes por control sobre el territorio. Lo más serio de esos contrastes es la profunda similitud entre ellos: ambos son hostiles a los ideales occidentales: razón, individualismo, libertad.
Por sus propias razones, los saudíes esperan derrotar al Estado Islámico, y también se oponen a otro régimen totalitario islámico en el Medio Oriente: Irán. Pero es perverso ignorar – y de hecho, pasar por alto – el carácter maligno del régimen saudí, aunque esa ha sido la política de los Estados Unidos durante muchos años. Después de los ataques del 11 de septiembre (en el que quince de los dieciséis secuestradores eran saudíes), el presidente George W. Bush abrazó al régimen saudí, e incluso acogió a un miembro de la familia real en su rancho de Texas. El presidente Obama, que se inclinó ante el rey saudí, continuó otorgándole al régimen la posición inmerecida de ser nuestro aliado.
La política de los Estados Unidos hacia Arabia Saudita traiciona los valores de Occidente y fomenta un régimen malvado. Si el presidente Trump acepta el ideario básico de los derechos individuales, debe romper los lazos perversos que hoy unen a los Estados Unidos y a Arabia Saudita.
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Artículo escrito por Elan Journo, colaborador de opinión del Ayn Rand Institute.
(N. del T.: El artículo fue escrito antes de la visita de Trump a Arabia Saudita, y contiene algunos cambios mínimos sobre el original para reflejar ese hecho).
Enlace al escrito original aquí.
Traducido, editado y publicado por Objetivismo.org, con permiso del autor.
Elan Journo (@ElanJourno) es Director de Investigación de política en el Ayn Rand Institute; es co-autor de los libros Failing to Confront Islamic Totalitarianism: From George W. Bush to Barack Obama and Beyond, y Winning the Unwinnable War: America’s Self-Crippled Response to Islamic Totalitarianism. Está acabando un libro acerca del enfoque de Estados Unidos en el conflicto palestino-israelí.
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