Los intelectuales son quienes difunden las ideas y cuyo trabajo profesional se encuentra en el campo de las humanidades.
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Los intelectuales profesionales son, en efecto, la infantería del ejército cuyo líder o comandante en jefe es el filósofo. El intelectual lleva la aplicación de los principios filosóficos a todos los campos de la actividad humana. Él establece el rumbo de una sociedad al transmitir ideas desde la «torre de marfil» al filósofo, al profesor de universidad, al escritor, al artista, al periodista, al político, al cineasta, al cantante de cabaret, al hombre de la calle. Las profesiones específicas del intelectual están en el campo de las ciencias que estudian al hombre, las llamadas «ciencias humanas», pero por esa misma razón su influencia se extiende a todas las demás profesiones.
Quienes tratan con las ciencias que estudian la naturaleza tienen que confiar en el intelectual en cuanto a orientación e información filosófica: para valores morales, para teorías sociales, para propuestas políticas, para premisas psicológicas y, sobre todo, para los principios de epistemología, la rama crucial de la filosofía que estudia los medios de conocimiento del hombre y hace posible todas las otras ciencias. El intelectual es los ojos, los oídos y la voz de una sociedad libre: es *su* trabajo observar los acontecimientos del mundo, evaluar su significado e informar a los hombres en todos los demás campos.
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Los intelectuales son un grupo que tiene una prerrogativa exclusiva: el potencial de ser o bien el más productivo o bien el más parasitario de todos los grupos sociales.
Los intelectuales sirven de guías, de creadores de tendencias, de cintas transportadoras o intermediarios entre la filosofía y la cultura. Si adoptan una filosofía de razón – si su objetivo es el desarrollo de la facultad racional del hombre y la búsqueda del conocimiento – entonces son el grupo más productivo y más poderoso de la sociedad, porque su trabajo proporciona la base y la integración de todas las otras actividades humanas. Si los intelectuales están dominados por una filosofía de irracionalismo, se convierten en los desempleados y los desempleables de la sociedad.
Desde principios del siglo XIX, los intelectuales estadounidenses – con muy raras excepciones – fueron los humildes y obedientes seguidores de la filosofía europea, la cual ya había entrado en su época de decadencia. Al aceptar sus fundamentos, ellos fueron incapaces de lidiar con, o incluso de comprender, la naturaleza de los Estados Unidos de América.
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Históricamente, el intelectual profesional es un fenómeno muy reciente: él data sólo desde la Revolución Industrial. No había intelectuales profesionales en las sociedades primitivas y salvajes, sólo brujos. No había intelectuales profesionales en la Edad Media, sólo monjes en monasterios. En la era post-renacentista, antes del nacimiento del capitalismo, los hombres del intelecto – los filósofos, los maestros, los escritores, los primeros científicos – eran hombres sin profesión, o sea: sin una posición socialmente reconocida, sin mercado, sin un medio de ganarse la vida. Las actividades intelectuales tenían que depender del accidente de haber heredado riqueza o del favor y el apoyo financiero de algún mecenas rico. Y la riqueza no se ganaba en un mercado abierto, tampoco; la riqueza se adquiría por conquista, por la fuerza, por el poder político, o por el favor de los que tenían el poder político. Los comerciantes eran más vulnerables y más precariamente dependientes de los favores que los intelectuales.
El empresario profesional y el intelectual profesional empezaron su existencia juntos, como hermanos nacidos de la Revolución Industrial. Ambos son los hijos del capitalismo; y si perecen, perecerán juntos. La trágica ironía será que se habrán destruido el uno al otro; y la mayor parte de la culpa le pertenecerá al intelectual.
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Fuentes:
“Para el Nuevo Intelectual”, Para el Nuevo Intelectual
“A Preview”, The Ayn Rand Letter
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