«El principal desafío de Brasil hoy, la clave de su futuro, es cómo resolver el problema básico que también enfrentan el resto de los países del mundo: la elección entre dos principios filosóficos, entre Individualismo y Colectivismo» — Domingo García (marzo 2010).
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Hace poco más de 5 años, en plena recesión económica mundial, publiqué un escrito sobre Brasil titulado El futuro del país del futuro que fue reproducido en varios medios donde aún puede encontrarse (por ejemplo, aquí y aquí), descaramente pirateado, e incluso vergonzosamente plagiado (lo cual aproveché como excusa para explicar en términos prácticos la importancia de la filosofía).
Todo eso sigue siendo muy ilustrativo e interesante, pero ahora tenemos noticias del presente del país del futuro: la nada envidiable situación económica de Brasil hoy. Y está claro cómo ha llegado a ella. Brasil tuvo la fantástica oportunidad de aprovechar la coyuntura internacional para cambiar de rumbo y convertirse en un líder mundial. Y la perdió.
A finales del 2014 el pueblo brasileño reeligió como presidenta a Dilma Rousseff, permitiendo que el poder político continuara en manos del PT (Partido de los Trabajadores), y dando con ello continuidad a la corrupción, al intervencionismo y a la regulación estatal, y a una paulatina devaluación de la moneda a través de políticas fiscales y monetarias colectivistas. De los dos caminos que podría haber seguido – individualismo o colectivismo – eligió el segundo.
Un país que había salido prácticamente ileso de la mayor crisis económica mundial de las últimas décadas está ahora sufriendo un aumento del gasto público, drásticas subidas de impuestos, un crecimiento negativo del PIB, una tasa de inflación de un 10% anual, una reducción de la renta per cápita, y un rápido aumento del paro. Con dos trimestres negativos seguidos de caída en la actividad económica, Brasil ha entrado técnicamente en recesión.
Y es una pena. Una pena porque Brasil podría haber sido finalmente “el país del futuro” si en su época de vacas gordas hubiese decidido reducir su deuda pública y sus controles gubernamentales, y tomar el camino de la libertad; aprovechando su tamaño y sus recursos, poco a poco se habría convertido en uno de los países de mayor crecimiento económico en el mundo. Pero no lo hizo.
Ahora el país tiembla sólo de pensar en los problemas de China, uno de sus principales clientes internacionales, y sueña con la pronta recuperación de los Estados Unidos, otro importante socio comercial, para que les saque las castañas del fuego. Será un sueño que, infelizmente para Brasil, no se hará realidad.
Lo anunciamos cinco años atrás: Libertad, sí; controles, no. Así de claro. No hay otra forma de que progrese cualquier país: es lo uno o lo otro.
Y así de claro lo presenta Ayn Rand a través de los héroes de su principal novela, La Rebelión de Atlas. La situación económica del mundo llega a ser caótica y, como parte de una trama brillantemente desarrollada, Mr. Thompson, el Jefe de Estado norteamericano, habla primero con Dagny Taggart y más tarde con John Galt, para tratar de convencerles de que le ayuden a reactivar la economía, o sea, a salir de un callejón sin salida y a resolver una imposible contradicción.
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“No podemos abandonar en un momento como este. Y tampoco podemos seguir dirigiendo las cosas por más tiempo. ¿Qué hemos de hacer, señorita Taggart?”
“Empiece a liberalizar”.
“¿Uh?”
“Empiece a quitar impuestos y a eliminar controles”.
“¡Oh, no, no, no! ¡De eso ni hablar!”
“¿Quién no va a hablar de eso?”
“Quiero decir, no en este momento, señorita Taggart, no en este momento. El país no está en condiciones para eso. Personalmente, yo estaría de acuerdo con usted, soy hombre amante de la libertad, señorita Taggart, no tengo ansias de poder. . . pero esto es una emergencia. La gente no está preparada para la libertad. Hemos de seguir con mano dura. No podemos adoptar una teoría idealista, que…”
“Entonces no me pregunte qué hacer”, dijo ella, poniéndose en pie.
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“Está bien, se lo diré. ¿Usted quiere que yo sea el Dictador Económico?”
“¡Sí!”
“¿Y obedecerá cualquier orden que yo le dé?”
“¡Implícitamente!»
“Entonces empiece por abolir todos los impuestos sobre la renta”.
“¡Oh, no!” gritó Mr. Thompson, levantándose de un salto. “No podemos hacer eso! Eso es. . . ese no es el campo de la producción. Ese es el campo de la distribución. ¿Cómo les pagaríamos a los funcionarios del gobierno?”
“Despida a sus funcionarios del gobierno”.
“¡Oh, no! ¡Eso es política! ¡Eso no es economía! ‘Usted no puede interferir en política! ¡No puede tenerlo todo!”
Galt cruzó las piernas sobre el cojín, estirándose más cómodamente en el sillón de brocado. “¿Continuamos la discusión? ¿O ya ve de qué va la cosa?”
“Yo sólo…”, se interrumpió.
“¿Se ha convencido de que yo sí sé de qué va?”
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Por Domingo García, Presidente de Objetivismo Internacional
Citas de La Rebelión de Atlas, Tercera Parte, capítulo VIII, “El Egoísta” — traducción de Objetivismo.org
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