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Definiciones según la epistemología Objetivista

Una definición es una declaración que identifica la naturaleza de las unidades subsumidas bajo un concepto.

Se dice a menudo que las definiciones expresan el significado de las palabras. Eso es verdad, pero no es exacto. Una palabra no es más que un símbolo audio-visual utilizado para representar un concepto; una palabra no tiene ningún otro significado que el del concepto que ella simboliza, y el significado de un concepto consiste en sus unidades. No son palabras, sino conceptos, lo que el hombre define… y lo hace especificando sus referentes.

El objetivo de una definición es distinguir un concepto de todos los otros conceptos, y de esa forma mantener sus unidades diferenciadas de todos los demás existentes.

Puesto que la definición de un concepto es formulada en términos de otros conceptos, ella le permite al hombre, no sólo identificar y retener un concepto, sino también establecer las relaciones, la jerarquía, la integración de todos sus conceptos, y por lo tanto la integración de su conocimiento. Las definiciones preservan, no el orden cronológico en el que un hombre determinado puede haber aprendido conceptos, sino el orden lógico de su interdependencia jerárquica.

”El objetivo de una definición es distinguir un concepto de todos los otros conceptos, y de esa forma mantener sus unidades diferenciadas de todos los demás existentes.”

Con ciertas excepciones importantes, cada concepto puede ser definido y comunicado en términos de otros conceptos. Las excepciones son los conceptos que se refieren a sensaciones, y los axiomas metafísicos.

Las sensaciones son la materia prima de la consciencia y, por lo tanto, no pueden ser comunicadas por medio del material que es derivado de ellas. Las causas existenciales de las sensaciones pueden ser descritas y definidas en términos conceptuales (por ejemplo, las longitudes de onda de la luz y la estructura del ojo humano, que producen las sensaciones de color), pero uno no puede comunicarle a una persona ciega de nacimiento lo que es el color. Para definir el significado del concepto «azul», por ejemplo, uno debe señalar algunos objetos azules, diciendo, en efecto: «Me refiero a eso». Tal identificación de un concepto se conoce como una «definición ostensiva».

Las definiciones ostensivas normalmente se piensa que son aplicables sólo a las sensaciones conceptualizadas. Pero ellas son aplicables a los axiomas también. Al ser los conceptos axiomáticos identificaciones de primarias irreducibles, la única forma de definirlos es con una definición ostensiva; o sea, para definir «existencia», uno tendría que extender el brazo señalando a su alrededor y decir: «Me refiero a eso». (Hablaremos de axiomas más adelante).

Las reglas de una definición correcta son derivadas del proceso de formación de conceptos. Las unidades de un concepto fueron diferenciadas —por medio de una o más características distintivas— de otros existentes que poseen una característica conmensurable, un Denominador Conceptual Común. Una definición sigue el mismo principio: especifica las características distintivas de las unidades, e indica la categoría de existentes de los cuales esas unidades fueron diferenciadas.

Las características distintivas de las unidades se convierten en la diferencia (differentia) de la definición del concepto; los existentes que poseen un Denominador Conceptual Común se convierten en el género (genus).

Así, una definición cumple con las dos funciones esenciales de la consciencia: diferenciación e integración. La diferencia aísla las unidades de un concepto de todos los demás existentes; el género indica su conexión con un grupo más amplio de existentes.

Por ejemplo, en la definición de «mesa» («una pieza de mobiliario que consiste en una superficie plana y nivelada, y un soporte o unos soportes, que tiene por objeto sostener a otros objetos de menor tamaño»), la forma concreta es la diferencia, la cual distingue a las mesas de otras piezas que pertenecen al mismo género: mobiliario. En la definición de «hombre» («un animal racional»), «racional» es la diferencia, «animal» es el género.

Así como un concepto se convierte en una unidad al ser integrado dentro de otros en un concepto más amplio, así también un género se convierte en una unidad, en una especie, cuando es integrado dentro de otros en un género más amplio. Por ejemplo, «mesa» es una especie del género «mobiliario», que a su vez es una especie del género «bienes domésticos», que a su vez es una especie del género «objetos fabricados por el hombre». «Hombre» es una especie del género «animal», que a su vez es una especie del género «organismo», que es una especie del género «entidad».

Una definición no es una descripción; implica, pero no menciona, todas las características de las unidades de un concepto. Si una definición detallase todas las características, no serviría para nada: produciría un conglomerado indiscriminado, indiferenciado y, en efecto, pre-conceptual, de características que no servirían para diferenciar las unidades de todos los otros existentes, ni diferenciarían ese concepto de todos los otros conceptos. Una definición debe identificar la naturaleza de las unidades, o sea, las características esenciales sin las cuales las unidades no serían el tipo de existentes que son. Pero es importante recordar que una definición incluye todas las características de las unidades, puesto que identifica sus características esenciales, no sus características exhaustivas; puesto que designa existentes, no sus aspectos aislados; y puesto que es una condensación, no un sustituto, de un conocimiento más amplio de los existentes implicados.

Eso lleva a una pregunta crucial: dado que un grupo de existentes puede poseer más de una característica que los distinga de otros existentes, ¿cómo determina uno la característica esencial de un existente y, por lo tanto, la característica definitoria apropiada de un concepto?

La respuesta nos la da el proceso de formación de conceptos.

Los conceptos no se forman y no se pueden formar en un vacío; se forman dentro de un contexto; el proceso de conceptualización consiste en observar las diferencias y las semejanzas de los existentes dentro del campo de la consciencia de uno (y organizarlos en conceptos de acuerdo a eso). Desde la comprensión que tiene un niño del concepto más simple cuando integra un grupo de concretos perceptualmente dados, hasta la comprensión que tiene un científico de las abstracciones más complejas cuando integra largas cadenas conceptuales, toda conceptualización es un proceso contextual; el contexto es el campo entero de la consciencia o del conocimiento de una mente, en cualquier nivel de su desarrollo cognitivo.

Eso no significa que la conceptualización sea un proceso subjetivo, o que el contenido de los conceptos dependa de la decisión subjetiva (es decir, arbitraria) de un individuo. El único tema abierto a la elección de un individuo en ese tema es cuánto conocimiento él tratará de adquirir, y, consecuentemente, qué complejidad conceptual será capaz de lograr. Pero siempre y cuando, y en la medida en que, su mente trate con conceptos (a diferencia de sonidos memorizados y de abstracciones flotantes), el contenido de sus conceptos está determinado y establecido por el contenido cognitivo de su mente, es decir, por su comprensión de los hechos de la realidad. Si su comprensión no es contradictoria, entonces, aunque el ámbito de su conocimiento sea modesto y el contenido de sus conceptos sea primitivo, ese conocimiento no estará en contradicción con el contenido de los mismos conceptos en la mente de los científicos más adelantados.

“Una definición cumple con las dos funciones esenciales de la consciencia: diferenciación e integración. La diferencia aísla las unidades de un concepto de todos los demás existentes; el género indica su conexión con un grupo más amplio de existentes.”

Lo mismo es verdad de las definiciones. Todas las definiciones son contextuales, y una definición primitiva no contradice a otra más avanzada: la última no hace más que expandir la primera.

Como ejemplo, volvamos sobre nuestros pasos al considerar el desarrollo del concepto «hombre».

En el nivel pre-verbal de consciencia, cuando un niño aprende por primera vez a diferenciar a hombres del resto de su campo perceptual, él observa características distintivas que, si fuesen traducidas en palabras, equivaldrían a una definición como esta: «Una cosa que se mueve y produce sonidos». Dentro del contexto de lo que él se percata, esa definición es perfectamente válida: el hombre, de hecho, se mueve y produce sonidos, y eso lo distingue de los objetos inanimados que lo rodean.

Cuando el niño observa la existencia de gatos, perros y coches, su definición deja de ser válida: sigue siendo verdad que el hombre se mueve y produce sonidos, pero esas características no lo distinguen de otras entidades en el campo del que el niño se da cuenta. La definición (sin palabras) del niño entonces cambia a algo así como: «Una cosa viva que anda sobre dos piernas y no tiene pelaje»; mientras tanto, las características de «moverse y producir sonidos» siguen implícitas, pero ya no son definitorias. De nuevo, esa definición es válida, dentro del contexto de lo que el niño es consciente.

Cuando el niño aprende a hablar y el campo de lo que él es consciente se expande aún más, su definición de hombre se expande de acuerdo a eso. Se convierte en algo así como: «Un ser vivo que habla y hace cosas que ningún otro ser vivo puede hacer».

Ese tipo de definición será suficiente durante mucho tiempo (una gran cantidad de hombres, entre ellos algunos científicos modernos, nunca van más allá de alguna variante de esa definición). Pero eso deja de ser válido más o menos cuando el niño llega a la adolescencia, cuando él observa (si su desarrollo conceptual continúa) que su conocimiento de «cosas que ningún otro ser vivo puede hacer» ha aumentado hasta convertirse en un montón de actividades enormes, incoherentes y sin explicación, algunas de las cuales son realizadas por todos los hombres, pero otras no lo son, algunas de las cuales son realizadas incluso por animales (por ejemplo, construir guaridas) pero de forma significativamente diferente, etc. Él se da cuenta de que su definición no es aplicable por igual a todos los hombres, ni sirve para distinguir a los hombres de todos los demás seres vivos.

Es en esa etapa cuando el adolescente se pregunta: ¿Cuál es la característica común de todas las diversas actividades del hombre? ¿Cuál es su origen? ¿Qué capacidad le permite al hombre realizar esas actividades y de esa forma lo distingue de todos los demás animales? Cuando el niño entiende que la característica distintiva del hombre es su tipo de consciencia —una consciencia capaz de abstraer, de formar conceptos, de entender la realidad a través de un proceso de razonamiento— él llega a la única definición totalmente válida de hombre, dentro del contexto de su conocimiento y de todo el conocimiento de la humanidad hasta la fecha: «Un animal racional».

(«Racional», en ese contexto, no significa «actuar invariablemente de acuerdo con la razón»; significa «poseer la facultad de la razón». Una definición biológica completa de hombre incluiría muchas subcategorías de «animal», pero la categoría general y la definición final siguen siendo las mismas).

Observa que todas las versiones anteriores de la definición de «hombre» eran verdad, es decir, eran identificaciones correctas de los hechos de la realidad; y que eran válidas como definiciones, es decir, eran selecciones correctas de características distintivas en un contexto de conocimiento dado. Ninguna de ellas fue refutada por un conocimiento posterior: ellas estaban incluídas implícitamente, como características no definitorias, en una definición más precisa de hombre. Sigue siendo verdad que el hombre es un animal racional que habla, que hace cosas que otros seres vivos no pueden hacer, que anda sobre dos piernas, que no tiene pelaje, que se mueve y produce sonidos.

Los pasos concretos que hemos dado en ese ejemplo no son necesariamente los pasos literales del desarrollo conceptual de cada hombre; puede haber muchos más pasos (o muchos menos), pueden no estar tan claramente y tan conscientemente delimitados, etc., pero ese es el patrón del desarrollo por el que pasan la mayoría de los conceptos y de las definiciones en la mente de un hombre al ir expandiendo su conocimiento. Es el patrón que hace el estudio intensivo y, por lo tanto, el crecimiento del conocimiento —y de la ciencia— posible.

Pero observa, en el ejemplo anterior, el proceso de determinar una característica esencial: la regla de fundamentalidad. Cuando un grupo dado de existentes tiene más de una característica que lo distingue de otros existentes, el hombre debe observar las relaciones entre esas diferentes características y descubrir aquella de la cual todas las otras (o el mayor número de ellas) dependen, o sea, la característica fundamental sin la cual las otras no serían posibles. Esa característica fundamental es la característica distintiva esencial de los existentes involucrados, y la apropiada característica definitoria del concepto.

Metafísicamente, una característica fundamental es la característica distintiva que hace posible el mayor número de otras características; epistemológicamente, es la que explica el mayor número de otras características.

Por ejemplo, uno podría observar que el hombre es el único animal que habla inglés, que lleva relojes de pulsera, que vuela en aviones, que fabrica lápiz de labios, que estudia geometría, que lee periódicos, que escribe poesías, que zurce calcetines, etc. Ninguna de esas son características esenciales: ninguna de ellas explica a las otras; ninguna de ellas se aplica a todos los hombres; omite cualquiera de ellas, o todas, asume que un hombre nunca ha hecho ninguna de esas cosas, y él seguirá siendo un hombre. Pero observa que todas esas actividades (e innumerables otras) requieren un entendimiento conceptual de la realidad, que un animal no sería capaz de entenderlas, que son las expresiones y las consecuencias de la facultad racional del hombre, que un organismo sin esa facultad no sería un hombre…, y sabrás por qué la facultad racional del hombre es su característica distintiva y definitoria esencial.

Si las definiciones son contextuales, ¿cómo puede uno llegar a una definición objetiva válida para todos los hombres? Se llega a ella de acuerdo con el contexto de conocimiento más amplio disponible para el hombre sobre los temas relevantes a las unidades de un concepto dado.

Una validación objetiva se determina haciendo referencia a los hechos de la realidad. Pero es el hombre quien tiene que identificar los hechos; la objetividad requiere un descubrimiento por el hombre, y no puede preceder al conocimiento del hombre, o sea, la objetividad no puede requerir omnisciencia. El hombre no puede saber más que lo que ha descubierto…, y no tiene cómo saber menos que la evidencia indica, para que sus conceptos y sus definiciones sean objetivamente válidos.

En ese tema, un adulto ignorante está en la misma situación que un niño o que un adolescente. El adulto tiene que actuar dentro del rango del conocimiento que posee, y de sus correspondientes definiciones conceptuales primitivas. Cuando él pasa a un campo de acción y de pensamiento más amplio, cuando nueva evidencia le confronta, él tiene que expandir sus definiciones de acuerdo con la evidencia, si ellas han de ser objetivamente válidas.

Una definición objetiva, válida para todos los hombres, es aquella que designa las características distintivas esenciales y el género de los existentes subsumidos bajo un concepto dado, de acuerdo con todo el conocimiento relevante disponible en esa etapa del desarrollo de la humanidad.

(¿Quién decide, en caso de desacuerdos? Como en todos los asuntos que tienen que ver con objetividad, no hay ninguna autoridad final, excepto la realidad y la mente de cada individuo que juzga la evidencia por el método objetivo de juzgar: la lógica).

”Si las definiciones son contextuales, ¿cómo puede uno llegar a una definición objetiva válida para todos los hombres? ”

Eso no significa que cada hombre tenga que ser un sabio universal, y que cada nuevo descubrimiento científico afecte a las definiciones de los conceptos: cuando la ciencia descubre algún aspecto de la realidad previamente desconocido, la ciencia forma nuevos conceptos para identificarlos (por ejemplo, «electrón»); pero como la ciencia se preocupa del estudio intensivo de existentes previamente conocidos y conceptualizados, sus descubrimientos son identificados por medio de subcategorías conceptuales. Por ejemplo, el hombre está clasificado biológicamente en varias subcategorías de «animal», tales como «mamífero», etc. Pero eso no altera el hecho de que la racionalidad es su característica distintiva y definitoria esencial, y que «animal» es el género más amplio al que el hombre pertenece. (Y eso no altera el hecho de que cuando un científico y un analfabeto usan el concepto «hombre», ambos se están refiriendo al mismo tipo de entidades).

Sólo cuando (y si) algún descubrimiento llegase a convertir la definición de «animal racional» en inexacta (es decir, que ya no sirviese para diferenciar al hombre de todos los otros existentes), sólo entonces surgiría la cuestión de la necesidad de expandir la definición. «Expandir» no significa negar, eliminar o contradecir; significa demostrar que algunas otras características son más distintivas del hombre de lo que son hoy la racionalidad y la animalidad, en cuyo caso (poco probable) esas dos serían consideradas características no definitorias, aunque seguirían siendo verdaderas.

Recordad que la formación de conceptos es un método de cognición, el método del hombre, y que los conceptos representan clasificaciones de existentes observados de acuerdo a sus relaciones con otros existentes observados. Puesto que el hombre no es omnisciente, una definición no puede ser absolutamente inmutable, porque no puede establecer la relación de un grupo dado de existentes con todo lo demás que hay en el universo, incluyendo lo que aún no ha sido descubierto, o lo desconocido. Y por esas mismas razones, una definición es falsa e inútil si no es contextualmente absoluta: si no especifica las relaciones conocidas entre existentes (en términos de las características esenciales conocidas) o si contradice lo conocido (por omisión o evasión).

“Puesto que el hombre no es omnisciente, una definición no puede ser absolutamente inmutable, porque no puede establecer la relación de un grupo dado de existentes con todo lo demás que hay en el universo, incluyendo lo que aún no ha sido descubierto, o lo desconocido.”

Los nominalistas de la filosofía moderna, especialmente los positivistas lógicos y los analistas lingüísticos, afirman que la alternativa de verdadero o falso no es aplicable a las definiciones, sólo a las proposiciones de hecho, a las «factuales». Como las palabras, afirman ellos, representan convenciones humanas (sociales) arbitrarias, y los conceptos no tienen referentes objetivos en la realidad, una definición no puede ser ni verdadera ni falsa. El asalto a la razón nunca ha llegado a un nivel más bajo o a una degradación mayor que eso.

Las proposiciones están hechas de palabras, y la cuestión de cómo una serie de sonidos que no tienen nada que ver con los hechos de la realidad puede producir una proposición «factual» o establecer un criterio de discriminación entre la verdad y la falsedad, esa es una cuestión que no vale la pena debatir. Tampoco puede ser debatida usando sonidos inarticulados que cambian los significados al capricho del humor de quien habla, o a su estupor, o la conveniencia del momento. (Pero los resultados de esa noción pueden ser observados en las aulas universitarias, en los consultorios de los psiquiatras, o en las primeras planas de los periódicos actuales).

Una verdad es el resultado de reconocer (o sea, de identificar) los hechos de la realidad. El hombre identifica e integra los hechos de la realidad por medio de conceptos. Él retiene los conceptos en su mente por medio de definiciones. Él organiza los conceptos en proposiciones, y la verdad o la falsedad de sus proposiciones se basa, no sólo en la relación que él afirma que esas proposiciones tienen con los hechos, sino también en la verdad o falsedad de las definiciones de los conceptos que él usa para afirmarlas, la cual a su vez se basa en la verdad o la falsedad de las que él designe como sus características esenciales.

Cada concepto representa un número de proposiciones. Un concepto que identifica concretos perceptuales representa algunas proposiciones implícitas; pero en los niveles superiores de abstracción, un concepto representa cadenas y párrafos y páginas de proposiciones explícitas que se refieren a complejos datos factuales. Una definición es la condensación de un vasto conjunto de observaciones, y se sostiene o se cae según la verdad o la falsedad de esas observaciones. Repito: una definición es una condensación. Como preámbulo legal (estoy hablando aquí de una ley epistemológica), toda definición comienza con la proposición implícita: «Después de haber considerado todos los hechos conocidos relacionados con ese grupo de existentes, lo siguiente ha sido demostrado ser su característica esencial y, por lo tanto, definitoria…».

A la luz de ese hecho, vamos a ver algunos ejemplos modernos de definiciones propuestas. Un conocido antropólogo, escribiendo un artículo de una revista norteamericana, sugiere que lo que distingue esencialmente al hombre de todos los otros animales, la característica esencial responsable de su incomparable desarrollo y de sus logros, es que tiene un pulgar. (El mismo artículo afirma que el dinosaurio también tenía un pulgar, pero «por alguna razón no logró desarrollarse»). Y ¿qué pasa con el tipo de consciencia del hombre? No hay respuesta.

Un artículo en una acreditada enciclopedia sugiere que el hombre podría ser definido como un «animal que posee lenguaje». ¿Es «tener lenguaje» una característica primaria, independiente de cualquier otra característica o facultad? ¿Consiste el lenguaje en la capacidad de articular sonidos? De ser así, los loros y las cotorras deberían ser clasificados como hombres. Si no deberían serlo, ¿qué facultad humana les falta? No hay respuesta.

No hay ninguna diferencia entre ese tipo de definiciones y las que eligen los individuos que definen al hombre como «un animal cristiano (o judío, o mahometano)», o como «un animal de piel blanca», o como «un animal de descendencia exclusivamente aria», etc.; no hay ninguna diferencia ni en el principio epistemológico ni en las consecuencias prácticas (ni en los motivos psicológicos).

La verdad o la falsedad de todas las conclusiones, de todas las inferencias, de todos los pensamientos, y de todo el conocimiento del hombre está basada en la verdad o la falsedad de sus definiciones.

(Lo anterior se aplica solamente a conceptos válidos. Hay cosas tales como conceptos inválidos, es decir, palabras que representan intentos de integrar errores, contradicciones o proposiciones falsas, tales como conceptos originados en el misticismo, o palabras sin definiciones específicas, sin referentes, palabras que pueden significar cualquier cosa para cualquier persona, tales como los «anticonceptos» modernos. Los conceptos inválidos aparecen de vez en cuando en los lenguajes de los hombres, pero normalmente —aunque no necesariamente— duran muy poco, puesto que conducen a callejones cognitivos sin salida. Un concepto inválido invalida cualquier proposición o proceso de pensamiento en el cual es usado como una aseveración cognitiva).

Por encima del nivel de sensaciones conceptualizadas y de axiomas metafísicos, cada concepto requiere una definición verbal. Por extraño que parezca, son los conceptos más simples los que a la mayoría de la gente le cuesta más definir, son los conceptos de concretos perceptuales con los que tratan diariamente, tales como «mesa», «casa», «hombre», «andar», «alto», «número», etc. Y hay una buena razón para ello: esos conceptos son, cronológicamente, los primeros conceptos que un hombre forma o capta, y pueden ser definidos verbalmente sólo por medio de conceptos posteriores; como por ejemplo, uno capta el concepto «mesa» mucho antes de captar conceptos tales como «plano», «nivel», «superficie», «soportes». La mayoría de la gente, por lo tanto, considera que las definiciones formales son innecesarias, y trata a los conceptos más sencillos como si fuesen puros datos sensoriales, a ser identificados por medio de definiciones ostensivas, o sea, simplemente señalando.

Hay una cierta justificación psicológica para esa forma de proceder. El poder del hombre de discriminar y darse cuenta de las cosas empieza con perceptos; las identificaciones conceptuales de los perceptos observados en el día a día han llegado a automatizarse hasta tal punto en las mentes de los hombres que ellas parecen no requerir definiciones, y los hombres no tienen dificultad alguna para identificar los referentes de esos conceptos ostensivamente.

(Eso, por cierto, es un caso que demuestra las grotescas inversiones del Análisis Lingüístico: el estándar de aplicación del analista lingüístico consiste en reducir a las personas a la impotencia de tartamudos, exigiéndoles que definan «casa», o «cuál», o «pero», y luego proclamando que, ya que las personas no pueden ni siquiera definir palabras tan sencillas, tampoco puede esperarse que definan otras más complejas y, por lo tanto, que no puede haber cosas tales como definiciones… o conceptos).

De hecho y en la práctica, mientras los hombres sean capaces de identificar con absoluta certeza los referentes perceptuales de conceptos simples, no es necesario que inventen o memoricen las definiciones verbales de tales conceptos. Lo que sí es necesario es un conocimiento de las reglas por las cuales las definiciones pueden ser formuladas; y lo que es urgentemente necesario es un comprensión clara de la línea divisoria más allá de la cual las definiciones ostensivas ya no son suficientes. (Esa línea divisoria comienza en el momento en que un hombre usa palabras con la sensación de «Más o menos sé lo que quiero decir»). La mayoría de la gente no entiende nada sobre esa línea divisoria, ni tiene la menor idea de la necesidad de entenderla…, y las desastrosas, paralizantes y sofocantes consecuencias de eso son la principal causa de la erosión intelectual de la humanidad.

(Como ejemplo, mira lo que Bertrand Russell fue capaz de perpetrar porque las personas pensaban que «más o menos sabían» el significado del concepto «número», y lo que los colectivistas fueron capaces de perpetrar porque la gente ni siquiera pretendía saber el significado del concepto «hombre»).

Para saber el significado exacto de los conceptos que uno está usando, uno debe saber sus definiciones correctas, uno debe ser capaz de volver a dar los pasos concretos (los pasos lógicos, no cronológicos) a través de los cuales esas definiciones fueron formadas, y uno debe ser capaz de demostrar las conexiones que esas definiciones tienen con su base en la realidad perceptual.

Cuando estén en duda el significado o la definición de un concepto, el mejor método para aclararlo consiste en buscar sus referentes, es decir, preguntarse a sí mismo: ¿Qué hecho o hechos de la realidad han dado origen a este concepto? ¿Qué es lo que lo diferencia de todos los demás conceptos?

Por ejemplo, ¿qué hecho de la realidad dio origen al concepto «justicia»? El hecho de que el hombre debe sacar conclusiones sobre las cosas, las personas y los hechos que le rodean, es decir, él debe juzgarlos y evaluarlos. ¿Es su juicio automáticamente correcto? No. ¿Cuál es la causa de que su juicio pueda estar equivocado? La falta de suficiente evidencia, o que él evada la evidencia, o que él incluya en su juicio consideraciones ajenas a los hechos del caso. ¿Cómo puede, entonces, llegar él a un juicio correcto? Basándolo exclusivamente en la evidencia de los hechos, y teniendo en cuenta toda la evidencia relevante disponible. Pero, ¿no es eso una descripción de «objetividad»? Sí, un «juicio objetivo» es una de las categorías más amplias a las que pertenece el concepto «justicia». ¿Qué distingue «justicia» de otros casos de un juicio objetivo? Cuando uno evalúa la naturaleza o las acciones de objetos inanimados, el criterio para juzgar está determinado por el objetivo específico para el cual uno los evalúa. Pero, ¿cómo determina uno el criterio a seguir para evaluar el carácter y las acciones de los hombres, en vista del hecho de que esos hombres poseen la facultad de volición? ¿Qué ciencia puede proveer un criterio de evaluación objetivo en relación a asuntos volitivos? La ética. Ahora, ¿necesito yo un concepto que designe el acto de juzgar el carácter de un hombre y/o sus acciones exclusivamente en base a toda la evidencia factual disponible, y de evaluarlos por medio de un criterio moral objetivo? Sí. Ese concepto es «justicia».

Piensa en la larga cadena de consideraciones y de observaciones que están condensadas en un único concepto. Y la cadena es mucho más larga que el reducido esquema presentado aquí, puesto que cada concepto utilizado en ese ejemplo representa cadenas similares.

Por favor recuerda ese ejemplo. Volveremos a tratar de ese tema en más detalle cuando hablemos del papel cognitivo de los conceptos.

Observemos, al llegar a este punto, la diferencia radical entre la visión de Aristóteles de los conceptos y la visión Objetivista, especialmente en lo que se refiere al tema de las características esenciales.

Fue Aristóteles quien por primera vez formuló los principios de una definición correcta. Fue Aristóteles quien identificó el hecho de que sólo los concretos existen. Pero Aristóteles pensaba que las definiciones se refieren a esencias metafísicas, las cuales existen en los concretos como un elemento especial o un poder formativo, y pensaba que el proceso de formación de conceptos depende de un tipo de intuición directa por la cual la mente del hombre capta esas esencias y forma conceptos consecuentemente.

Aristóteles consideró «esencia» como siendo algo metafísico; Objetivismo la considera como siendo algo epistemológico.

Objetivismo dice que la esencia de un concepto es la característica fundamental (o son las características fundamentales) de sus unidades, de las cuales el mayor número de otras características depende, y lo que distingue a esas unidades de todos los demás existentes dentro del campo del conocimiento del hombre. Así, la esencia de un concepto está determinada contextualmente, y puede ser alterada al expandirse el conocimiento del hombre. El referente metafísico de los conceptos del hombre no es una esencia metafísica especial y separada, sino la totalidad de los hechos de la realidad que el hombre ha observado, y esa totalidad determina cuáles son las características de un grupo dado de existentes que él designa como esenciales. Una característica esencial es factual, en el sentido de que existe, que determina otras características, y que diferencia a un grupo de existentes de todos los otros; es epistemológica en el sentido de que la clasificación de «característica esencial» es una herramienta del método cognitivo del hombre: una forma de clasificar, condensar e integrar un conjunto de conocimientos cada vez mayores.

Ahora relacionemos todo eso con la posición de las cuatro escuelas históricas de pensamiento sobre el tema de conceptos, las cuales yo mencioné en el prólogo de esta obra, y observa que la dicotomía de «intrínseco o subjetivo» ha armado un lío enorme en ese tema, igual que lo ha hecho con cualquier otro tema que tiene que ver con la relación de consciencia con existencia.

Las escuelas de pensamiento llamadas realismo extremo (platónicas) y realismo moderado (aristotélicas) consideran los referentes de los conceptos como siendo intrínsecos, es decir, como «universales» inherentes en las cosas (ya sea como arquetipos o como esencias metafísicas), como existentes especiales que no tienen nada que ver con la consciencia del hombre, a ser percibidos por el hombre directamente, como cualquier otro tipo de existentes concretos, pero percibidos por algún medio no-sensorial o extra-sensorial.

Las escuelas nominalista y conceptualista consideran a los conceptos como siendo subjetivos, es decir, como productos de la consciencia del hombre, sin tener ninguna relación con los hechos de la realidad, como meros «nombres», como nociones arbitrariamente asignadas a grupos arbitrarios de concretos en base a parecidos remotos e inexplicables.

La escuela realista extrema intenta, en efecto, preservar la primacía de la existencia (de la realidad) al abandonar totalmente la consciencia, es decir, convirtiendo a los conceptos en existentes concretos y reduciendo la consciencia a un nivel perceptual, o sea, a la función automática de captar perceptos (por medios sobrenaturales, puesto que tales perceptos no existen).

La escuela nominalista extrema (contemporánea) trata de establecer la primacía de la consciencia al prescindir de la existencia (de la realidad), es decir, al negarle el estatus de existentes incluso a los concretos, y convirtiendo a los conceptos en conglomerados de fantasía, elaborados a partir de los desechos de otras fantasías menos fantásticas, como palabras sin referentes o conjuros mágicos de sonidos que no corresponden a nada en una realidad incognoscible.

Por si faltaba algo para completar el caos: hay que tener en cuenta que la escuela platónica comienza por aceptar la primacía de la consciencia, y lo hace revirtiendo la relación de la consciencia con la existencia, asumiendo que la realidad debe acomodarse al contenido de la consciencia, no al contrario…, y lo hace basándose en la premisa de que la presencia de cualquier noción en la mente del hombre demuestra la existencia de un referente que le corresponde en la realidad. Pero la escuela platónica todavía retiene un cierto vestigio de respeto por la realidad, aunque no sea más que mediante una motivación no expresada: distorsiona la realidad en un montaje místico para poder extorsionar su aprobación y validar el subjetivismo. La escuela nominalista comienza, con empírica humildad, negando el poder de la consciencia de formar cualquier generalización válida sobre la existencia, y acaba con un subjetivismo que no requiere ninguna aprobación, con una consciencia libre de la «tiranía» de la realidad.

Ninguna de esas escuelas considera a los conceptos como siendo objetivos, es decir, ni revelados ni inventados, sino como un producto de la consciencia humana de acuerdo con los hechos de la realidad, como integraciones mentales de datos factuales computados por el hombre, como los productos de un método cognitivo de clasificación cuyos procesos deben ser realizados por el hombre, pero cuyo contenido está dictado por la realidad.

Es como si, filosóficamente, la humanidad aún estuviera en esa etapa de transición que caracteriza a un niño en el proceso de aprender a hablar, un niño que está usando su facultad conceptual pero que todavía no la ha desarrollado lo suficiente para ser capaz de examinarla conscientemente y descubrir introspectivamente que lo que él está usando es la razón.

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Fuentes; Capítulo 5 del libro Introducción a la epistemología Objetivista, por Ayn Rand


 

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