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Los Comprachicos [2 / 5] – por Ayn Rand

(Ensayo publicado en el libro The New Left: The Anti-Industrial Revolution)

Parte II

¿Es irreparable el daño hecho a la mente de un niño por una guardería progresista?

La evidencia científica indica que lo es en al menos un aspecto: el tiempo perdido en retrasar el desarrollo cognitivo de un niño no puede ser recuperado. Las últimas investigaciones sobre el tema muestran que un niño cuyo entrenamiento cognitivo inicial ha sido descuidado nunca se pondrá al nivel – en cuanto a su progreso intelectual – de un niño debidamente entrenado que tenga más o menos la misma inteligencia (en la medida en que esta última puede ser estimada). Por lo tanto, a todos los alumnos de una guardería progresista les han robado su pleno potencial, y su desarrollo adicional es dificultado, ralentizado, hecho mucho más difícil.

Pero la guardería progresista no ignora meramente el entrenamiento cognitivo que el niño necesita en sus primeros años: sofoca su desarrollo normal. Condiciona su mente a un método anti-conceptual de funcionamiento que paraliza su facultad racional.

¿Puede el daño ser corregido, o está condenado el niño a una vida de impotencia conceptual?

Esa es una cuestión sin resolver. No es posible dar ninguna respuesta definitiva a partir del actual nivel de conocimiento.

Sabemos que los huesos de un niño no están totalmente formados al nacer: son blandos y flexibles hasta una cierta edad, y luego van endureciéndose gradualmente hasta adquirir su forma definitiva. Hay una alta probabilidad de que lo mismo sea verdad de la mente de un niño: está vacía y es flexible al nacer, pero su programación temprana puede tornarse indeleble al llegar a un cierto punto. El cuerpo tiene su propio calendario de desarrollo, y lo mismo, quizás, tenga la mente. Si algunas habilidades complejas no se adquieren al llegar a una cierta edad, puede ser demasiado tarde adquirirlas después. Pero la mente tiene un abanico de posibilidades más amplio, y una mayor capacidad de recuperación, porque su facultad volitiva le da poder para controlar sus operaciones.

Volición, sin embargo, no significa no-identidad; no significa que uno pueda usar mal su propia mente indefinidamente sin sufrir un daño permanente. Pero sí significa que, en la medida en que un niño no esté mentalmente enfermo, tiene el poder de corregir muchos defectos en su funcionamiento mental, y muchos daños, sean auto inflingidos o le vengan impuestos desde fuera. Los últimos son más fáciles de corregir que los primeros.

La evidencia indica que algunos alumnos de las guarderías progresistas se recuperan y otros no, y que su recuperación depende del grado de su “no-adaptación”, es decir, del grado en que rechazan el condicionamiento de la escuela. Por “recuperación” me refiero al desarrollo futuro de una psico-epistemología racional, es decir, de la habilidad de tratar con la realidad a través de conocimiento conceptual.

Son los pequeños “inadaptados” quienes tienen la mayor posibilidad de recuperarse: son los niños que no se adaptan, los niños que aguantan tres años de miseria agonizante, de soledad, de confusión, de abuso por parte de sus profesores y de sus “iguales”, pero se mantienen por encima de todo eso y se retiran, incapaces de rendirse, de falsear, armados sólo con la sensación de que hay algo malo con esa guardería progresista.

Esos son los “niños problemáticos”, a quienes periódicamente se les hace pasar por la tortura de las quejas de los profesores a sus padres, y por la impotente desesperación de ver a sus padres ponerse del lado de los torturadores. Algunos de esos niños son violentamente rebeldes; otros son aparentemente tímidos y pasivos, pero están fuera del alcance de cualquier presión o influencia. Sea cual sea su forma concreta de aguantar lo inaguantable, lo que todos ellos tienen en común es la incapacidad para adaptarse, es decir, para aceptar la autoridad intelectual de la manada. (No todos los “inadaptados” pertenecen a esa categoría; hay niños que rechazan la manada por razones totalmente diferentes, como por ejemplo un ansia de poder frustrada.)

Los inconformistas son pequeños mártires heroicos a quienes nadie les da crédito (ni siquiera ellos mismos, pues no pueden identificar la naturaleza de su batalla). Carecen del conocimiento conceptual o de la habilidad introspectiva para entender que no son capaces de aceptar nada sin comprenderlo, ni quieren hacerlo, y que están basándose en la soberanía de su propio juicio frente a la espantosa presión de todos a su alrededor.

Esos niños no tienen cómo saber que por lo que están luchando es por la integridad de sus propias mentes, y que saldrán de esas escuelas con muchos problemas, magullados, retorcidos, asustados, desanimados o amargados, pero que su facultad racional es la que habrán conseguido salvar. Los pequeños manipuladores, los pequeños líderes de la manada que se han “adaptado”, ellos no lo conseguirán.

Los manipuladores, en efecto, se han vendido: han aceptado la aprobación de la manada y / o el poder sobre la manada como un valor, a cambio de rendir su juicio. Falsificar la realidad a una edad en la que uno no ha aprendido totalmente a comprenderla – automatizar la técnica de engañar cuando uno no ha automatizado aún la técnica de percibir – es hacer algo extremadamente peligroso con la propia mente. Y es muy dudoso si ese tipo de prioridad puede alguna vez ser revertido.

Los pequeños manipuladores adquieren un compromiso personal con la evasión. Cuanto más tiempo practican sus políticas, mayor es su miedo a la realidad, y menor es su oportunidad de revivir alguna vez el deseo de enfrentarla, de saber, de comprender.

El principio implicado es claro a nivel adulto: cuando los hombres están atrapados bajo el poder de una enorme maldad – como bajo la dictadura soviética o nazi – quienes están dispuestos a sufrir como víctimas indefensas en vez de hacer tratos con el mal tienen una buena posibilidad de recuperar su salud psicológica; pero no quienes se unen a la G.P.U., o a la S.S.

Aunque la mayor parte de la culpa pertenezca a sus profesores, el pequeño manipulador no es del todo inocente. Él es demasiado joven para entender la inmoralidad de su rumbo, pero la naturaleza le da una advertencia emocional: él no se gusta a sí mismo cuando se dedica a engañar; se siente sucio, indigno, impuro. Esa protesta de una consciencia violada tiene el mismo objetivo que el dolor físico: es la advertencia de un fallo peligroso, o de un daño. Nadie puede forzar a un niño a ignorar una advertencia así; si lo hace, si decide colocar algún valor por encima de su propio sentido de sí mismo, lo que está matando poco a poco es su autoestima. Después de eso, queda sin motivación para corregir su psico-epistemología; él tiene razón en temerle a la razón, a la realidad y a la verdad; todo su mecanismo emocional está automatizado para actuar como una defensa contra ellas.

La mayoría de los alumnos de las guarderías progresistas representan una mezcla de elementos psicológicos en un continuo que va desde el inconformista al manipulador. Su desarrollo futuro depende en gran parte de la naturaleza de su educación futura. Las guarderías progresistas les han enseñado el método errado de funcionamiento mental; ahora se espera de ellos que empiecen a adquirir contenido mental, es decir, ideas, con cualesquiera medios que posean.

Los educadores modernos – los comprachicos de la mente – están listos para la segunda etapa de su tarea: adoctrinar a los niños con los tipos de ideas que harán su recuperación intelectual improbable, si no imposible; y hacerlo con el tipo de método que continúa y refuerza el condicionamiento que comenzó en la guardería. El programa está concebido para atrofiar las mentes de quienes lograron sobrevivir la primera etapa con algunos remanentes de capacidad racional, y para paralizar a quienes fueron lo bastante afortunados de no ser enviados a una guardería progresista. En términos de comprachicos, este programa significa: seguir rompiendo las costras de las heridas dejadas por la cirugía original, y seguir infectando las heridas hasta quebrantar la mente y el espíritu del niño.

Atrofiar una mente significa detener su desarrollo conceptual, su poder para usar abstracciones, y mantenerla en un método de funcionamiento perceptual y limitado a lo concreto.

John Dewey, el padre de la educación moderna (que incluye las guarderías progresistas), se opuso a la enseñanza del conocimiento teórico (es decir, conceptual), y exigió que fuese reemplazado por acción concreta, “práctica”, en forma de “proyectos de clase” que desarrollarían el espíritu social de los estudiantes.

“Simplemente absorber hechos y verdades”, escribió, “es un ´asunto´ tan exclusivamente individual que muy naturalmente tiende a convertirse en egoísmo. No hay ningún motivo social obvio para la adquisición de simple conocimiento, no hay ninguna ganancia social clara para el éxito con eso.” (John Dewey, The School and Society, Chicago, The University of Chicago Press, 1956, page 13).

Esto es verdad: la percepción de la realidad, aprender los hechos, la capacidad de distinguir verdad de falsedad, todas ellas son capacidades exclusivamente individuales; la mente es un “asunto” exclusivamente individual; no hay tal cosa como un cerebro colectivo. Y la integridad intelectual – negarse a sacrificar la propia mente y el propio conocimiento de la verdad a cualquier presión social – es una actitud profundamente y apropiadamente egoísta.

El objetivo de la educación moderna es paralizar, sofocar y destruir tanto la capacidad del estudiante de desarrollar esa actitud como sus precondiciones conceptuales y psico-epistemológicas.

Hay dos métodos diferentes para aprender: memorizar y comprender. El primero pertenece primariamente al nivel perceptual de la consciencia humana; el segundo, al conceptual.

El primero se logra por medio de repetición y asociación atada a lo concreto (un proceso en el que un concreto sensorial lleva automáticamente a otro, sin tener en cuenta el contenido o el significado.) La mejor ilustración de ese proceso es una canción que era popular hace unos veinte años llamada “Mairzy Doats”. Intenta recordar alguna poesía que tuviste que memorizar en la escuela primaria; te darás cuenta que puedes recordarla sólo si recitas los sonidos automáticamente, por el método “Mairzy Doats”; si te centras en el significado, la memoria se desvanece. Esa forma de aprendizaje la comparten con el hombre los animales superiores: todo amaestramiento consiste en hacer que el animal memorice una serie de acciones por repetición y asociación.

El segundo método de aprendizaje – por un proceso de comprensión – le es posible sólo al hombre. Comprender significa concentrarse en el contenido de un asunto determinado (en contraste a la forma senso-visual o auditiva a través de la cual se comunica), aislar sus elementos esenciales, establecer su relación con lo anteriormente conocido, e integrarlo con las categorías correspondientes de otros asuntos. La integración es parte esencial de la comprensión.

El predominio de la memorización es apropiado sólo en los pocos primeros años de la educación de un niño, mientra él está observando y reuniendo material perceptual. A partir del momento en que alcanza el nivel conceptual (o sea, del momento en que aprende a hablar), su educación requiere una escala cada vez mayor de comprensión, y cantidades cada vez menores de memorización.

Así como los educadores modernos proclaman la importancia de desarrollar la individualidad del niño, y sin embargo lo entrenan para que se someta a la manada, también ellos denuncian la memorización, y sin embargo su método de enseñanza ignora los requerimientos del desarrollo conceptual y reduce el aprendizaje básicamente a un proceso de memorizar. Para captar lo que eso le causa a la mente de un niño, imagina lo que pasaría con el cuerpo de un niño si a los siete años no se le permitiese andar, sino que se le exigiese gatear a trompicones como un bebé.

La técnica de los comprachicos comienza en la base. El gran logro de un niño al aprender a hablar es socavado y prácticamente anulado por el método usado al enseñarle a leer. El método “pictográfico” (“Look-See”) sustituye al método fonético – que le enseña al niño a tratar letras y sonidos como abstracciones – por la memorización atada a lo concreto con las formas visuales de palabras. La absurda memorización de tal vasta cantidad de material sensorial crea una presión anormal en la capacidad mental del niño, pues es un peso que realmente no puede ser retenido, integrado o automatizado. El resultado es una “neurosis lectora”, la incapacidad para aprender a leer – muy generalizada – entre los niños, incluso entre muchos de inteligencia superior a la media, una neurosis que no existía antes de que fuese introducido el método “pictográfico”. (Si la iluminación y el bienestar de los niños fuese la meta de los educadores modernos, la frecuencia de esa neurosis les habría hecho comprobar y revisar sus teorías educativas, pero no ha sido así.)

El resultado final es el enorme número de estudiantes medio-analfabetos del primer año de facultad que son incapaces de leer un libro (en el sentido de entender su contenido, no sólo de mirar sus páginas) o de escribir un ensayo, o de deletrear correctamente, o incluso de hablar coherentemente, lo cual es causado por la incapacidad de organizar sus pensamientos, si es que tienen alguno.

Aplicada al material conceptual, la memorización es el destructor psico-epistemológico de la comprensión y de la capacidad de pensar. Pero durante sus años de escuela primaria y secundaria, memorizar llega a ser el método dominante (y, en algunos casos, virtualmente el único) de funcionamiento mental. No hay otra forma de lidiar con el currículum de las escuelas, que consiste principalmente en trozos de temas al azar, desordenados, desintegrados (e inintegrables), sin contexto, continuidad o progresión sistemática.

El material que se enseña en una clase no tiene relación con, y frecuentemente contradice, el material que se enseña en otra. El remedio, introducido por los educadores modernos, es peor que la enfermedad, y consiste en el siguiente procedimiento: se escoge un tema al azar por un período de tiempo determinado, durante el cual cada profesor presenta su materia en relación a ese tema, sin contexto ni preparación previa. Por ejemplo, si el tema es “zapatos”, el profesor de física habla de la maquinaria requerida para fabricar zapatos, el profesor de química habla del curtido del cuero, el profesor de economía habla de la producción y el consumo de zapatos, el profesor de matemáticas plantea problemas sobre cómo calcular los costes de los zapatos, el profesor de lengua lee cuentos que tienen que ver con zapatos (o con el problema de los descalzos), etc.

Eso sustituye la integración conceptual del contenido de una disciplina por otra cosa: por el concreto accidental de un “tema” arbitrariamente seleccionado, condicionando así las mentes de los estudiantes al método de funcionamiento asociativo y atado a lo concreto, cuando en realidad están tratando con material conceptual. El conocimiento adquirido de ese modo no puede ser retenido más allá del próximo examen, y a veces ni siquiera eso.

El adoctrinamiento de los niños con ese espíritu de pandilla – bajo la categoría de “adaptación social” – es presentado abierta y explícitamente. La supremacía de la manada es taladrada, hincada y forzada en la mente del estudiante por todos los medios al alcance de los comprachicos de la clase, incluyendo la despreciable política de evaluar a los estudiantes según su adaptabilidad social (bajo varias fórmulas). Ningún método de evaluación mejor que ese podría haber sido concebido para destruir la individualidad de un niño y convertirlo en un pequeño conformista estancado, para atrofiar su sentido aún no formado de identidad personal y hacer que se funda en una pandilla anónima, para penalizar a los mejores, más honestos y más inteligentes niños en la clase, y para recompensar a los peores, a los apagados, a los letárgicos y a los deshonestos.

Aún más malvado (por ser más esencial) es el método de enseñar a través de “discusión”, que es usado con más frecuencia en las humanidades que en las ciencias físicas, por obvias razones. Siguiendo ese método, el profesor se abstiene de dar clase y meramente preside una discusión general o “charla de grupo”, mientras los estudiantes expresan sus “opiniones” sobre el tema objeto de estudio, el cual ellos no conocen y el cual han venido a la escuela a aprender. Lo que esas sesiones producen en las mentes de los estudiantes es un aburrimiento insoportable.

Pero todo eso es mucho peor que una simple pérdida de tiempo para los estudiantes. Les están enseñando algunas cosas cruciales, aunque no es la materia que parece ser el objeto de estudio. Les están dando una lección en metafísica y en epistemología. Les están enseñando, por implicación, que no existe tal cosa como una realidad firme y objetiva que la mente del hombre debe aprender a percibir correctamente; que la realidad es un flujo indeterminado y que puede ser cualquier cosa que la manada quiere que sea; que la verdad o falsedad está determinada por el voto de la mayoría. Y más: que el conocimiento es innecesario e irrelevante, puesto que las opiniones del profesor no tienen mayor validez que la oratoria del estudiante más obtuso e ignorante; y, por lo tanto, que la razón, el pensamiento, la inteligencia y la educación no tienen importancia ni valor. En la medida en que el estudiante absorbe esas nociones, ¿qué incentivo tendría para continuar su educación y desarrollar su mente? La respuesta puede verse hoy en cualquier campus universitario.

En cuanto al contenido de los cursos en las escuelas primarias y secundarias, el adoctrinamiento anti-racional se implementa en forma de material sesgado, distorsionado, en forma de eslóganes místicos, altruistas y colectivistas, de propaganda por la supremacía de las emociones sobre la razón; pero eso es meramente un proceso para aprovechar la devastación provocada en la psico-epistemología de los niños. La mayoría de los estudiantes se gradúan como pequeños colectivistas en toda regla, recitando el dogma apropiado, aunque uno no pueda decir que eso representa sus convicciones. La verdad es mucho peor: ellos son incapaces de mantener ninguna convicción de ningún tipo, y gravitan hacia el colectivismo porque es lo que han memorizado, y también porque uno no apela a la razón y a la independencia por miedo, impotencia y desconfianza en sí mismo.

Parte III

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<<< Traducción: Objetivismo.org >>>

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Descarga el archivo completo aquí.

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Fuentes:

The Comprachicos, The New Left: The Anti-Industrial Revolution
publicado originalmente en Intellectual Ammunition Department, The Objectivist Newsletter: Vol. 4 No. 2 February, 1965

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Ayn Rand

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