Tanto liberales como conservadores aceptan la noción de que el cuerpo de un individuo no le pertenece a él, sino a su gobierno.
En un país libre, ¿quién debería tener el derecho moral y legal de decidir lo que un individuo hace con su propio cuerpo: el Estado o el individuo? ¿De quién es el cuerpo, y de quién es la vida, a fin de cuentas? Cada vez más, el gobierno responde: «Tuyos no».
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Mientras que el gobierno sigue intentando controlar la industria del tabaco y reducir el consumo de cigarrillos, hay una cuestión que deberíamos preguntar sobre el significado más amplio de esta campaña: ¿Cuál es la relación entre los esfuerzos anti-tabaco y lo siguiente: la cruzada contra las actividades del doctor Kevorkian, las prácticas reguladoras del FDA (Departamento de Alimentos y Drogas), y la famosa decisión del Tribunal Supremo en el estado de Georgia, manteniendo el estatuto de la sodomía?
Si miramos cuidadosamente, podemos descubrir un inquietante hilo unificador.
Los que quieren restricciones en la venta de tabaco sostienen que quieren proteger la salud de los ciudadanos. Su hipótesis es que el gobierno tiene el derecho de impedir que el ciudadano individual se ponga en peligro a sí mismo.
El Dr. Kevorkian les da asistencia a enfermos terminales que desean morir con un mínimo de sufrimiento. Estas personas deciden poner fin a sus propias vidas – pero sus oponentes no quieren que el suicidio asistido médicamente sea permitido. Ellos no quieren que el individuo tome esa decisión por sí mismo. Recientemente, el Dr. Kevorkian informó que tenía riñones disponibles para ser transplantados, de uno de sus pacientes muertos. «Dicen que esto no es ético, igual que dicen que todo lo que yo hago no es ético», dijo. «Las probabilidades de que estos sean usados son nulas». Su predicción resultó ser correcta.
El FDA existe esencialmente para prohibirles a los ciudadanos estadounidenses que usen alimentos y medicinas que, en su propio juicio, son beneficiosas para ellos (incluso algunas que están legalmente disponibles, y salvando vidas, en otros países).
Y cuando el Tribunal Supremo dictaminó que las leyes contra la sodomía son constitucionales, declaró que decisiones relativas a actividades sexuales voluntarias de un individuo, incluso en la intimidad de su propia casa, deben ser tomadas, no por el individuo, sino por el Estado.
La cuestión fundamental en todas estos temas tiene que ver con los derechos del individuo. En un país libre, ¿quién debería tener el derecho moral y legal de decidir lo que un individuo hace con su propio cuerpo – el Estado o el individuo? ¿De quién es el cuerpo, y de quién es la vida, en cualquier caso? Cada vez más, el gobierno responde: «No son tuyos».
Pero si yo no tengo el derecho legal de controlar mi propio cuerpo, ¿qué derechos puedo tener? ¿Soy diferente de un esclavo…? Si a los restaurantes se les prohibe que se pueda fumar dentro de sus propios establecimientos, ¿qué pasa con el derecho a la propiedad privada? Si – como ha ocurrido – un matrimonio es procesado por practicar sexo oral en su propio dormitorio, ¿qué pasa con el derecho a la libertad?
¿Qué significado tiene el propio derecho a la vida, si el suicidio asistido está prohibido? ¿Puede tu vida realmente ser tuya cuando la ley te impide elegir el acabar con ella? Si, como informa el Dr. Kevorkian, más de 200 posibles beneficiarios entraron en contacto con su abogado, pero ningún equipo de trasplantes pudo legalmente aceptar los riñones, ¿qué pasa con el derecho de esas personas a vivir?
¿Y qué pasa con los derechos de todos aquellos a quienes se les impide, por la fuerza, por el FDA, que obtengan medicinas que ellos, o sus médicos, juzgan que son beneficiosas? Esta última pregunta toma un cariz angustioso cuando vemos que, según el Centro de la Universidad de Tufts para el Estudio del Desarrollo de Drogas, el atraso del FDA en aprobar los bloqueadores beta, por sí solo le costó la vida a 119.000 americanos.
Mira lo malvados que son los resultados: los que desean vivir están forzados a sufrir y a morir; los que desean poner fin a su sufrimiento y quieren morir están forzados a seguir viviendo en agonía.
Los liberales en general apoyan los controles sobre tabaco y productos farmacéuticos; los conservadores en general apoyan las restricciones sobre el suicidio y el sexo. Ninguno de los bandos acepta el principio de los derechos individuales. Ambos aceptan la noción de que el cuerpo del individuo no le pertenece a él, sino a su gobierno.
Pero esta es la premisa de una dictadura, no de un país libre. ¿A qué lleva necesariamente la lógica de esta premisa? A que el gobierno decrete a médicos y pacientes qué medicinas pueden usar o no – a que ilegalice los cigarrillos, volviendo a los horrores de la época de la «Prohibición» – a la aparición de la «policía del sexo» para asegurar que todos hacemos el amor por los procedimientos aprobados – a la prohibición total de todos los suicidios asistidos o, con la misma probabilidad, a una eutanasia obligatoria impuesta por el estado.
La idea de que el Estado tiene derechos de propiedad sobre tu cuerpo sólo puede tener una última consecuencia: el fin de la libertad. A menos que el poder del gobierno sea dominado, este es el camino por el que vamos.
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El Dr. Bernstein, profesor de filosofía en Pace University, es un escritor senior para el Ayn Rand Institute, una organización que promueve la filosofía de Ayn Rand, autora de La Rebelión de Atlas y El Manantial.
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