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Pragmatismo

Los pragmatistas declararon que la filosofía debe ser *práctica*, y que la practicalidad consiste en prescindir de todos los estándares y principios absolutos; que no hay tal cosa como una realidad objetiva o una verdad permanente; que *la verdad es lo que funciona*, y que su validez sólo puede ser juzgada por sus consecuencias; que ningún hecho puede ser conocido con certeza de antemano, y que cualquier cosa puede ser probada a ver qué pasa; que la realidad no es firme, sino algo fluído e “indeterminado», que no existe tal cosa como una diferencia entre el mundo externo y la consciencia (entre lo percibido y el percibidor), sólo una amalgama indiferenciada que tiene la etiqueta de «experiencia», y que todo lo que uno desea que sea verdad es verdad, todo lo que uno desea que exista *existe*, siempre que funcione o que haga que uno se sienta mejor.

Una escuela más tardía de pragmatistas kantianos modificó esta filosofía de la siguiente forma: Si no existe tal cosa como una realidad objetiva, la opción metafísica que tienen los hombres es determinar si son los caprichos egoístas y dictatoriales de un individuo o son los caprichos democráticos de un colectivo los que han darle forma a esa masilla plástica que los ignorantes llaman «la realidad»; así que esta escuela decidió que *la objetividad consiste en el subjetivismo colectivo*, que el conocimiento hay que adquirirlo a través de encuestas de opinión pública entre élites especiales de «investigadores competentes» que pueden «predecir y controlar» la realidad; que todo lo que la gente quiere que sea verdad *es* verdad, lo que la gente quiere que exista *existe*, y que quien mantenga alguna firme convicción propia es un dogmático arbitrario y místico, puesto que la realidad es indeterminada y son las personas las que determinan su verdadera naturaleza.

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En el arremolinado flujo heraclitano del universo pragmatista no hay absolutos. No hay hechos, ni leyes fijas en lógica, ni certeza, ni objetividad.

No hay hechos, sólo «hipótesis» provisionales que en cada momento facilitan la acción humana. No hay leyes fijas en lógica, sólo «convenciones» mutables sin ninguna base en la realidad. (La lógica de Aristóteles, comenta Dewey, funcionó bien para culturas anteriores pero ya es hora de que sea sustituída.) No existe la certeza: precisamente el buscarla, dice Dewey, es una aberración fundamental, una «perversión». No existe la objetividad: un objeto es creado por el pensamiento y la acción del sujeto.

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Epistemológicamente, su agnosticismo dogmático mantiene como un absoluto el que *todo principio es falso por ser un principio*; que la integración conceptual (es decir, el pensamiento) es poco práctica, es «simplista»; que una idea que es clara y simple es necesariamente «extrema e impracticable». Junto con Kant, su antepasado filosófico, los pragmatistas afirman, en efecto, que: «si lo percibes, no puede ser real», y «si lo concibes, no puede ser verdad».

Entonces, ¿qué le queda al hombre? La sensación, el deseo, el capricho, el alcance y lo concreto del momento. Dado que ninguna solución a ningún problema es posible, la sugerencia, conjetura o edicto de cualquier persona es tan válida como la de cualquier otro, siempre que sea lo suficientemente concreta y limitada.

Para darte un ejemplo: si un edificio estuviera amenazado de colapso y declarases que sus deteriorados cimientos tienen que ser reconstruídos, un pragmático respondería que tu solución es demasiado abstracta, extrema, imposible de demostrar, y que lo que hay que hacer es darle prioridad inmediata a la necesidad de poner adornos en las barandillas de los balcones, porque eso hará que los inquilinos se sientan mejor.

En otra época un hombre no haría afirmaciones de este tipo por temor a ser justamente considerado como un loco. Hoy en día, el pragmatismo no sólo le ha dado permiso para hacerlo y le ha liberado de la necesidad de pensar, sino que ha elevado su defecto mental a una virtud intelectual, le ha dado el derecho a prescindir de los pensadores (o de los ingenieros de la construcción) por ser ingenuos, y le ha dotado con una cualidad típicamente moderna: la arrogancia de quien está limitado por lo concreto, de quien se enorgullece de no ver el incendio forestal, o el bosque, o los árboles, mientras estudia un centímetro cuadrado de la corteza de un tronco de árbol podrido.

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Los dos puntos centrales de la ética pragmatista son: un rechazo formal de todos los estándares fijos, y una aceptación incondicional de los estándares predominantes. Esos mismos dos puntos constituyen el enfoque pragmatista a la política, el cual, desarrollado con la principal influencia de Dewey, se convirtió en la filosofía del movimiento Progresista en USA (y de la mayoría de sus descendientes de izquierdas hasta el día de hoy).

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Por sí misma, como teoría distinta a las demás, la ética pragmatista no tiene absolutamente ningún contenido. Insta a los hombres a que persigan lo «práctico», pero se abstiene de especificar cualquier conjunto de valores «rígido» que pudiera servirle para definir ese concepto. Como resultado, los pragmatistas – a pesar de repudiar todos los sistemas de moralidad – se ven obligados, si quieren soñar con poner en práctica su enfoque ético, a apoyarse en códigos de valores formulados por moralistas que no son pragmatistas. Como regla general, el pragmatista se apropia de estos códigos sin admitir que lo hace; los acepta por un proceso de ósmosis, absorbiendo eclécticamente los restos culturales que han dejado las teorías morales de sus predecesores, mientras sigue protestando de lo inútiles que son esas teorías.

El código moral dominante (prácticamente el único) defendido por los intelectuales modernos en Europa y en Estados Unidos es una variante del *altruismo*. Ese es, por lo tanto, el que la mayoría de los pragmatistas norteamericanos rutinariamente predican. . .

En política, igualmente, el pragmatismo se presenta a sí mismo como opuesto a la «rigidez», al «dogma», a los «extremos» de cualquier tipo (sean capitalistas o socialistas); dice ser relativista, «moderado», «experimental». Y ocurre lo mismo que en ética: el pragmatista se ve obligado a usar algún tipo de estándar para evaluar los resultados de sus experimentos sociales, un estándar que, dado lo que se ha auto-impuesto por defecto, necesariamente tiene que absorber de otros, de influenciadores no-pragmatistas. . . En la época en que Dewey escribió, el principio político importado de Alemania que estaba proliferando en todas direcciones era el *colectivismo*.

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El pragmatismo es la única filosofía del siglo XX que ha conseguido una amplia aceptación a nivel nacional en los Estados Unidos.

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El pueblo americano fue llevado a abrazar la filosofía pragmatista, no por causa de su verdadero contenido teórico (del cual eran y siguen siendo en gran parte ignorantes), sino por causa del método a través del cual les fue presentado ese contenido. *En su terminología y en sus promesas*, el pragmatismo es una filosofía calculada para atraer específicamente a una audiencia americana. . . .

Los pragmatistas se presentan a sí mismos como exponentes de un enfoque típicamente «americano», que consiste en consagrar las premisas básicas de la filosofía alemana mientras rechazan todas las ideas fundamentales, de metafísica a política, por las que este país se fundó. Más importante aún, los americanos querían ideas que fuesen buenas para algo en la tierra, querían que tuviesen un significado tangible y práctico; y, con insistencia, los pragmatistas hacen hincapié en lo «práctico», que, según sus enseñanzas, consiste en la acción disociada del pensamiento y de la realidad.

Los pragmatistas destacan el «valor efectivo» de las ideas. Pero los americanos no sabían el «valor efectivo» de las ideas pragmatistas que estaban comprando. No sabían que el pragmatismo era incapaz de cumplir su promesa de éxito en este mundo, porque, en su raíz, es una filosofía que no cree en este mundo ni en ningún otro.

Cuando los americanos acudieron en masa al pragmatismo, creyeron que estaban uniéndose a la causa por avanzar *su* visión esencial de la realidad y de la vida. No sabían que estaban siendo encauzados exactamente en sentido contrario, que la batalla había sido calculada para un fin diametralmente opuesto, o que el enemigo que estaban siendo incitados a destruir era: ellos mismos.

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Fuentes:

“Para el Nuevo Intelectual”, “For the New Intellectual”

Leonard Peikoff, «The Ominous Parallels» (Los Paralelismos Ominosos –reseña del libro)

“How to Read (and Not to Write),” The Ayn Rand Letter, I

Leonard Peikoff, “Pragmatism Versus America,” The Ayn Rand Letter, III

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