«¿Y qué pasa si una persona no quiere delegar su derecho a la legítima defensa?» pregunta a menudo el anarquista.» ¿No es ese un aspecto legítimo de la «libertad»?» La pregunta implica que un «hombre libre» es uno que tiene derecho a realizar su deseo, cualquier deseo, simplemente porque es su deseo, incluyendo el deseo de usar la fuerza. Esto significa equiparar «libertad» con la adoración al capricho. Filosóficamente, la premisa subyacente es Subjetivismo (su variedad personal).
Los ciudadanos de una sociedad legítima deben responderle a tal subjetivista de la siguiente forma: «No delegues tu derecho a la legítima defensa, si no quieres. Pero si actúas basado en tu punto de vista – si recurres al uso de la fuerza contra cualquiera de nosotros – te responderemos con la fuerza. Nuestro gobierno te responderá en los únicos términos que tú mismo haces posibles».
Es una contradicción afirmar tu derecho a usar la fuerza cuando quieras, al mismo tiempo que exiges que los demás se abstengan de organizarse para protegerse a sí mismos. Quien quebranta las leyes de un gobierno legítimo, sean cuales sean sus razones filosóficas, al hacerlo se convierte en un delincuente, y los hombres están moralmente obligados a tratarlo como tal.
Los anarquistas en América dicen ser individualistas. Filosóficamente, sin embargo, el anarquismo es lo contrario del individualismo; como deja claro su principal divulgador moderno, Karl Marx, el anarquismo es la expresión de un colectivismo utópico. En la visión utópica, el Estado, por su propia naturaleza, es una aberración explotadora aunque temporal: una vez que los hombres hayan sido debidamente recondicionados, esa aberración desaparecerá, junto con todas las disputas e injusticias; la humanidad estará infundida por una armonía amorosa. La armonía se alcanzará cuando los hombres finalmente aprendan a fundirse en el «Uno» o el «Todo» orgánico que realmente son. En otras palabras, los problemas sociales y la necesidad de tener un gobierno desaparecerán cuando la individualidad desaparezca.
La teoría del anarquismo no reconoce que el desacuerdo honesto y la maldad intencionada siempre serán posibles para los hombres; no comprende la necesidad de tener un mecanismo que les permita a los seres humanos de verdad el vivir juntos en armonía. La razón es que en su teoría no entran los seres humanos de verdad, es decir, los individuos.
Dejando de lado algunas comunas muy pequeñas y de corta duración, el anarquismo ni siquiera puede ser puesto en práctica. La anarquía, la desintegración de la ley y el orden, es posible sólo por un breve tiempo, pero no el anarquismo como guía filosófica. El resultado inmediato de la anarquía, asumiendo que la sociedad no tenga un liderazgo racional, ha de ser que algunos hombres establezcan una cierta apariencia de orden a través de la dictadura del gang o de la ley del más fuerte. Hasta salvajes funcionando a un nivel perceptual entienden que un caos sin ley es incompatible con la supervivencia.
(Del capítulo 10 – Gobierno, del libro Objetivismo: La Filosofía de Ayn Rand, de Leonard Peikoff.)
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Traducción: Objetivismo.org
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