Playboy: ¿No hay alguna religión que, en su opinión, haya ofrecido alguna vez algún valor constructivo a la vida humana?
RAND: La religión como tal, no…, en el sentido de una creencia ciega, una creencia sin base en, y contraria a, los hechos de la realidad y las conclusiones de la razón. La fe, como tal, es extremadamente perjudicial para la vida humana: Es la negación de la razón. Pero hay que recordar que la religión es una forma primitiva de filosofía, que los primeros intentos de explicar el universo, de darle un marco de referencia coherente a la vida del hombre y un código de valores morales, fueron hechos por la religión, antes de que los hombres crecieran y se desarrollaran lo suficientemente para tener filosofía. Y, como las filosofías, las religiones tienen algunos puntos de moral muy valiosos. Ellas pueden tener una buena influencia o principios adecuados que inculcar, pero en un contexto muy contradictorio y, con una –¿cómo puedo decir esto?– con una base peligrosa y malevolente: basándose en la fe.
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Jesucristo, en términos de la filosofía cristiana, es el ideal humano. Él personifica lo que los hombres deberían esforzarse por emular. Sin embargo, según la mitología cristiana, él murió en la cruz, no por sus propios pecados, sino por los pecados de las personas que no son las ideales. En otras palabras, un hombre perfectamente virtuoso fue sacrificado para hombres que son malvados y quienes se espera o se supone que van a aceptar ese sacrificio. Si yo fuera cristiana, nada podría indignarme más que eso: la noción de sacrificar lo ideal a lo no ideal, o la virtud al vicio. Y es en nombre de ese símbolo en el que se les pide a los hombres que se sacrifiquen a sí mismos por sus inferiores. Así es precisamente como el simbolismo es usado.
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¿Cuál es la naturaleza de la culpa que tus maestros llaman el pecado original del hombre? ¿Cuáles son los males que el hombre adquirió cuando cayó del estado que ellos consideran perfección? Su mito declara que comió del fruto del árbol del conocimiento: adquirió una mente y se convirtió en un ser racional. Era el conocimiento del bien y del mal: se convirtió en un ser moral. Fue sentenciado a ganar el pan con su trabajo: se convirtió en un ser productivo. Fue sentenciado a sentir deseo: adquirió la capacidad del goce sexual. Los males por los que le condenan son la razón, la moralidad, la creatividad, la alegría…, todos los valores cardinales de su existencia. No son los vicios del hombre los que el mito de su caída trata de explicar y condenar, no son los errores del hombre por los que ellos le consideran culpable, sino la esencia de su naturaleza como hombre. Fuese lo que fuese, aquel robot en el Jardín del Edén…, que existía sin mente, sin valores, sin trabajo, sin amor, no era un hombre.
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El bien, dicen los místicos del espíritu, es Dios, un ser cuya única definición es que está más allá de la capacidad del hombre de concebir, una definición que invalida la consciencia del hombre y anula sus conceptos de existencia. . . La mente del hombre, dicen los místicos del espíritu, debe estar subordinada a la voluntad de Dios. . . El estándar de valor del hombre, dicen los místicos del espíritu, es el placer de Dios, cuyos estándares están más allá del poder de comprensión del hombre y deben ser aceptados por fe. . . El objetivo de la vida del hombre. . . es convertirse en un esperpento delirante, sirviendo un objetivo que él no conoce, por razones que no debe cuestionar.
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El tipo de sentido de la vida que produjo la encíclica [papal] «Populorum Progressio». . . no fue producido por el sentido de la vida de una persona, sino por el sentido de la vida de una institución.
El acorde dominante del sentido de la vida de la encíclica es el odio por la mente del hombre, por lo tanto, el odio por el hombre, por lo tanto, el odio por la vida y por esta tierra, por lo tanto, el odio por el disfrute del hombre de su vida en la tierra, y por lo tanto, como última y menor consecuencia, odio por el único sistema social que hace posibles todos estos valores en la práctica: el capitalismo.
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El tipo de sentido de la vida que produjo la encíclica papal Populorum Progressio. . . no fue el sentido de la vida de ninguna persona concreta, sino por el sentido de vida de una institución.
El acorde dominante del sentido de la vida de esa encíclica es el odio por la mente del hombre: por lo tanto, odio hacia el hombre, por lo tanto, odio por la vida y por este mundo, por lo tanto, odio por el disfrute del hombre de su vida en la Tierra, y por lo tanto, como su última y su menor consecuencia, odio por el único sistema social que hace posibles todos estos valores en la práctica: el capitalismo.
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La encíclica es la voz de la Edad Media, una voz que está ascendiendo nuevamente en el vacío intelectual de hoy día, como un viento frío silbando por las calles vacías de una civilización abandonada.
Incapaz de resolver una contradicción letal —el conflicto entre individualismo y altruismo— Occidente se está rindiendo. Cuando los hombres abandonan la razón y la libertad, el vacío queda rellenado por la fe y la fuerza.
Ningún sistema social puede resistir mucho tiempo sin una base moral. Proyecta un magnífico rascacielos construido sobre arenas movedizas: mientras los hombres luchan hacia arriba para agregar los pisos número cien y doscientos, los pisos número diez y veinte están desapareciendo, hundiéndose en el lodo. Esa es la historia del capitalismo, de su tambaleante y oscilante intento de mantenerse erguido sobre los cimientos de la moralidad altruista.
Es lo uno o lo otro. Si los apologistas desconcertados y llenos de culpa del capitalismo no lo saben, dos representantes totalmente coherentes del altruismo sí lo saben: el catolicismo y el comunismo.
El acercamiento entre ellos, por lo tanto, no debe sorprender. Sus diferencias tienen que ver sólo con lo sobrenatural; pero aquí, en realidad, en la Tierra, ambos tienen tres elementos cardinales en común: la misma moralidad (el altruismo), el mismo objetivo (el dominio global por la fuerza), y el mismo enemigo (la mente del hombre).
Hay un precedente para su estrategia. En las elecciones alemanas de 1933, los comunistas apoyaron a los nazis, bajo la premisa de que podrían luchar entre ellos por el poder más tarde, pero primero tenían que destruir a su enemigo común, el capitalismo. Hoy, el catolicismo y el comunismo bien pueden cooperar, bajo la premisa de que lucharán entre ellos por el poder más tarde, pero primero deben destruir a su enemigo común, al individuo, al obligar a la humanidad a unirse para formar un solo cuello listo para una correa.
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¿Hay alguna diferencia entre la filosofía de la encíclica Populorum Progressio y la del comunismo? Estoy perfectamente dispuesta, en este asunto, a aceptar la palabra de una eminente autoridad católica. Bajo el titular: «Una reprensión de la Encíclica al marxismo», el New York Times del 31 de marzo de 1967 dice: «El reverendo John Courtney Murray, el destacado teólogo jesuita, describió ayer la nueva encíclica del Papa Pablo VI como» la respuesta definitiva de la iglesia al marxismo». . . «Los marxistas han propuesto una forma, y al seguir su programa ellos confían en el hombre eminente», dijo el padre Murray. «Ahora el Papa Pablo VI ha publicado un plan detallado para lograr el mismo objetivo en base al verdadero humanismo: el humanismo que reconoce la naturaleza religiosa del hombre».
Amén.
Ya puedes olvidarte de esos «conservadores» estadounidenses que afirman que la religión es la base del capitalismo, y que creen que pueden tener el capitalismo y comérselo a la vez, como exige el canibalismo moral de la ética altruista.
Y ya puedes olvidarte de esos «liberales» modernos que se enorgullecen de ser los defensores de la razón, de la ciencia y del progreso, y que acusan a los defensores del capitalismo como siendo los representantes supersticiosos y reaccionarios de un pasado oscuro. Apartaos, camaradas, y haced sitio para vuestros últimos compañeros de viaje, que siempre han debido estar a vuestro lado; y luego mirad, si os atrevéis, al tipo de pasado que ellos representan.
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Hay una oración que puede generar confusión en el discurso de Roark: «De la menor necesidad a la más alta abstracción religiosa, de la rueda al rascacielos, todo lo que somos y todo lo que tenemos proviene de un único atributo del hombre … de la función de su mente pensante».
Esto se podría interpretar por error como un aval a la religión o a las ideas religiosas. Recuerdo que dudé con esa frase, cuando la escribí, y decidí que el ateísmo de Roark y el mío, y también el espíritu general del libro, estaban definidos de forma tan clara que nadie podría interpretarla mal, sobre todo porque dije que las abstracciones religiosas son un producto de la mente del hombre, no una revelación sobrenatural.
Pero un tema de ese tipo no debe quedar sujeto a implicaciones. A lo que me refería no era a la religión como tal, sino a una categoría especial de abstracciones, la más exaltada de todas, que, durante siglos, había sido prácticamente el monopolio de la religión: la ética, no el contenido concreto de la ética religiosa, sino la abstracción «ética», el reino de los valores, el código del bien y del mal del hombre, con las connotaciones emocionales de altura, elevación, nobleza, reverencia, grandeza, que pertenecen al reino de los valores del hombre, pero que la religión se ha arrogado para ella misma. . .
El monopolio de la religión en el campo de la ética ha hecho que sea extremadamente difícil comunicar el significado emocional y las connotaciones de una visión racional de la vida. Así como la religión ha tomado control del campo de la ética, volviendo la moralidad contra el hombre, así también ha usurpado los conceptos morales más altos de nuestro lenguaje, colocándolos fuera de este mundo y más allá del alcance del hombre. «Exaltación» generalmente se entiende como un estado emocional evocado al contemplar lo sobrenatural. «Adoración» significa la experiencia emocional de lealtad y dedicación a algo más elevado que el hombre. «Reverencia» significa la emoción de un respeto sagrado, que uno ha de experimentar poniéndose de rodillas. «Sagrado» significa superior a algo que no ha de ser tocado por ninguna preocupación del hombre o de este mundo. Etc.
Pero tales conceptos nombran emociones reales, aunque no exista ninguna dimensión sobrenatural; y esas emociones se experimentan como edificantes o ennoblecedoras, sin la auto-humillación requerida por las definiciones religiosas. ¿Cuál es, entonces, su fuente, o su referente en la realidad? Es la todalidad del ámbito emocional de la dedicación del hombre a un ideal moral. Y sin embargo, aparte de los aspectos degradantes del hombre que ha introducido la religión, ese ámbito emocional ha quedado sin identificar, sin conceptos ni palabras ni reconocimiento.
Es ese nivel más alto de las emociones del hombre el que tiene que ser redimido del lodo del misticismo, y redirigido a su objeto apropiado: el hombre.
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La filosofía es el objetivo hacia el cual la religión no fue más que tanteo ciego e impotente. La grandeza, la reverencia, la exaltada pureza, la austera dedicación a la búsqueda de la verdad, cosas que comúnmente se asocian con la religión, deberían de hecho pertenecer al campo de la filosofía.
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La ideología que se opone al disfrute del hombre de su vida en la Tierra y considera que el sexo como tal es malvado, esa misma ideología que es la fuente y la causa de la censura contra la obscenidad: la religión.
Para un análisis de las razones profundas y metafísicas del antagonismo de la religión hacia el sexo, os remito a mi ensayo «De muerte en vida», que trata de la encíclica papal sobre la contracepción, Humanae Vitae. Hoy, la mayoría de las personas que profesan ser religiosas, sobre en Estados Unidos, no comparten esa condena del sexo, pero es una tradición antigua que sobrevive, consciente o inconscientemente, incluso en la mente de muchas personas que no son religiosas, porque es una consecuencia lógica que está implícita en las causas básicas y en los motivos básicos de cualquier forma de misticismo.
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Dado que la religión es una forma primitiva de filosofía, un intento de ofrecer una visión integral de la realidad, muchos de sus mitos son alegorías distorsionadas y dramatizadas, basadas en algún elemento de verdad, en algún aspecto real, aunque profundamente esquivo, de la existencia del hombre.
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En la historia de la humanidad, el arte comenzó como un complemento (y, a menudo, como un monopolio) de la religión. La religión era la forma primitiva de filosofía: le proporcionaba al hombre una visión integral de la existencia. Observa que el arte de esas culturas primitivas era una concreción de las abstracciones metafísicas y éticas de su religión.
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A menudo se ha dicho que una prueba de la existencia de Dios sería fatal para la religión: un Dios susceptible de prueba tendría que ser finito y limitado; sería una entidad más, entre muchas otras dentro del universo, no una omnipotencia mística que trasciende la ciencia y la realidad. Lo que alimenta el espíritu de la religión no es la prueba, sino la fe, es decir, el socavar la mente del hombre.
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Fuente:
«Entrevista de Ayn Rand con la revista Playboy» Marzo, 1964
«Discurso de Galt», La rebelión de Atlas
«Requiem por el hombre», Capitalismo: el ideal desconocido
«Introducción», El manantial
«The Chickens’ Homecoming» Return of the Primitive: The Anti-Industrial Revolution
«Thought Control», The Ayn Rand Letter, III
Filosofía y sentido de vida, El manifiesto romántico
La psicoepistemología del arte, El manifiesto romántico
«Maybe You’re Wrong», Leonard Peikoff, The Objectivist Forum, Abril 1981
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Traducción: Objetivismo.org
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