El sexo es una capacidad física, pero su ejercicio está determinado por la mente del hombre – por su elección de valores, sean mantenidos consciente o subconscientemente. Para un hombre racional, el sexo es una expresión de autoestima: una celebración de sí mismo y de la existencia. Para el hombre que carece de autoestima, el sexo es una pretensión de falsearla, de adquirir su ilusión momentánea.
El amor romántico, en el pleno sentido del término, es una emoción posible solamente para el hombre (o mujer) de autoestima inquebrantable: es su respuesta a sus valores más altos en la persona de otro: una respuesta integrada de cuerpo y alma, de amor y deseo sexual. Tal hombre (o mujer) es incapaz de sentir un deseo sexual divorciado de valores espirituales.
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Así como una idea no expresada en acción física es una despreciable hipocresía, así también lo es el amor platónico; y así como una acción física no guiada por una idea es el auto-fraude de un necio, así también es el sexo cuando está desligado del código de valores de uno.
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Sólo el hombre que ensalza la pureza de un amor sin deseo es capaz de la bajeza de un deseo sin amor.
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El hombre que se desprecia a sí mismo trata de obtener autoestima a través de aventuras sexuales, lo cual no es posible, porque el sexo es, no la causa, sino un efecto y una expresión del sentido del hombre de su propio valor.
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Los hombres que piensan que la riqueza proviene de recursos materiales y no tiene ningún origen ni significado intelectual, son los hombres que piensan – por la misma razón – que el sexo es una capacidad física que funciona independientemente de la mente, la elección o el código de valores de uno. Piensan que tu cuerpo crea un deseo y elige por ti más o menos como si el mineral de hierro se transformara en rieles de ferrocarril por voluntad propia. El amor es ciego, dicen; el sexo es impenetrable a la razón y se burla del poder de todos los filósofos. Pero, de hecho, la elección sexual de un hombre es el resultado y la suma de sus convicciones fundamentales. Dime qué es lo que un hombre encuentra sexualmente atractivo y te diré toda su filosofía de vida. Muéstrame la mujer con quien duerme y te diré su valoración de sí mismo. No importa qué corrupción le hayan enseñado sobre la virtud del altruismo, el sexo es el más profundamente egoísta de todos los actos, un acto que él puede realizar por el solo motivo de su propio disfrute – ¡intenta pensar en hacerlo en espíritu de caridad desinteresada! – un acto que no es posible hacer en auto-humillación, sino sólo en exaltación propia, sólo con la confianza de ser deseado y ser digno de deseo. Es un acto que le obliga a permanecer desnudo de espíritu, así como de cuerpo, y aceptar su yo real como su criterio de valor. Él siempre estará atraído por la mujer que refleja su más profunda visión de sí mismo, la mujer cuya entrega le permite experimentar – o falsear – un sentido de la autoestima.
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El amor es nuestra respuesta a nuestros más altos valores – y no puede ser otra cosa.
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La doctrina que la capacidad sexual del hombre pertenece a una parte de su naturaleza más baja o animal. . . es la consecuencia necesaria de la doctrina que el hombre no es una entidad integrada, sino un ser desgarrado por dos elementos opuestos, antagónicos e irreconciliables: su cuerpo, que es de esta tierra, y su alma, que es de otro reino, el sobrenatural. Según esa doctrina, la capacidad sexual del hombre – no importa cómo sea ejercida o motivada, no solamente sus abusos, complacencias impetuosas o promiscuidad, sino la capacidad como tal – es pecaminosa o depravada.
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El sexo es uno de los aspectos más importantes de la vida del hombre y por lo tanto nunca debe ser abordado a la ligera o de forma casual. Una relación sexual es adecuada sólo en base a los valores más altos que uno puede encontrar en un ser humano. El sexo no debe ser más que una respuesta a valores. Y es por eso que considero la promiscuidad inmoral: no porque el sexo sea malo, sino porque el sexo es demasiado bueno y demasiado importante. . . .
[El sexo debería] implicar. . . una relación muy seria. Si esa relación debería o no convertirse en un matrimonio es una cuestión que depende de las circunstancias y del contexto de la vida de las dos personas. Yo considero el matrimonio una institución muy importante, pero es importante siempre y cuando dos personas hayan encontrado a la persona con quien desean pasar el resto de sus vidas – un asunto del cual ningún hombre o mujer puede estar automáticamente seguro. Cuando uno está seguro de que su elección es definitiva, entonces el matrimonio es, por supuesto, un estado deseable. Pero esto no quiere decir que cualquier relación basada en menos que una seguridad total es inapropiada. Creo que la pregunta de una relación sexual o de un matrimonio depende del conocimiento y de la situación de las dos personas implicadas y se debe dejar en sus manos. Las dos opciones son morales, siempre que ambas partes se tomen en serio la relación y que ella esté basada en valores.
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Fuente:
«La Muerte Viviente», The Objectivist, Octubre 1968
«El significado del sexo», For the New Intellectual
«Entrevista de Ayn Rand con la revista Playboy» Marzo, 1964
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