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Egoísmo

La ética Objetivista orgullosamente sostiene y defiende el egoísmo racional, lo que significa: los valores requeridos por la supervivencia del hombre cual hombre; lo que significa: los valores necesarios para la supervivencia humana, no los valores producidos por los deseos, las emociones, las «aspiraciones», los sentimientos, los caprichos o las necesidades de brutos irracionales que nunca han superado la práctica primordial de sacrificios humanos, nunca han descubierto la sociedad industrial y no pueden concebir en qué consiste su propio interés si no es en agarrar el botín del momento.

La ética Objetivista sostiene que el bien humano no requiere sacrificios humanos y no puede ser conseguido por el sacrificio de nadie a nadie. Sostiene que los intereses racionales de los hombres no chocan, que no existe conflicto de intereses entre hombres que no desean lo no-merecido, que no hacen sacrificios ni los aceptan, y que tratan entre ellos como comerciantes, intercambiando valor por valor.

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El significado que se le atribuye al uso popular de la palabra «egoísmo» no es meramente erróneo: representa un devastador «paquete único» intelectual, el cual es responsable, más que cualquier otro factor, por el estancado desarrollo moral de la humanidad.

En su uso popular, la palabra «egoísmo» es sinónimo de maldad; la imagen que evoca es la de un bruto asesino pisoteando a montones de cadáveres para lograr sus propios fines, sin preocuparse por ningún ser vivo y no persiguiendo más que la satisfacción de caprichos insensatos en cualquier momento inmediato.

Sin embargo, el significado exacto y la definición del diccionario de la palabra «egoísmo» es: preocuparse por el propio interés.

Este concepto no incluye ninguna evaluación moral; no nos dice si la preocupación por el propio interés es buena o mala; ni tampoco nos dice qué constituyen los verdaderos intereses del hombre. Es la tarea de la ética responder a tales preguntas.

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Existe una diferencia moral fundamental entre un hombre que ve su propio interés en la producción, y un hombre que lo ve en el robo. La maldad de un ladrón no reside en el hecho de perseguir su propio interés, sino en qué es lo que él considera su propio interés; no en el hecho de que esté persiguiendo sus valores, sino en qué es lo que él optó por valorar; no en el hecho de querer vivir, sino en el hecho de querer vivir a un nivel infrahumano (véase «La Ética Objetivista»).

Si es verdad que lo que llamo «egoísmo» no es lo que se entiende normalmente, entonces esa es una de las peores acusaciones contra el altruismo: significa que el altruismo no permite concepto alguno de un hombre que se auto-respeta, que es auto-suficiente, de un hombre que mantiene su vida por su propio esfuerzo sin sacrificarse a sí mismo ni sacrificar a otros. Significa que el altruismo no permite una visión de los hombres excepto como animales sacrificables o como aprovechadores del sacrificio, como víctimas o como parásitos – que no permite el concepto de la coexistencia benevolente entre los hombres – que no permite el concepto de justicia.

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Para redimir al hombre y a la moralidad, es el concepto de «egoísmo» lo que uno tiene que redimir.

El primer paso es afirmar el derecho del hombre a una existencia moral, es decir: reconocer su necesidad de un código moral que guíe el curso y la realización de su propia vida. . . .

Las razones por las que el hombre necesita un código moral te dirán que el propósito de la moralidad es definir los valores apropiados para el hombre, que la preocupación por su propio interés es la esencia de una existencia moral, y que el hombre debe ser el beneficiario de sus propias acciones morales.

Puesto que todos los valores han de ser adquiridos y/o mantenidos por las acciones de los hombres, cualquier brecha entre actor y beneficiario necesariamente implica una injusticia: el sacrificio de unos hombres a otros, de los actores a los no-actores, de los morales a los inmorales. Nada podría jamás justificar tal brecha, y nadie lo ha logrado nunca.

La elección del beneficiario de los valores morales es meramente una cuestión preliminar o introductoria en el campo de la moralidad. No es un sustituto para la moralidad ni un criterio de valor moral, que es en lo que el altruismo la ha convertido. Tampoco es una primaria moral: tiene que ser derivada de y validada por las premisas fundamentales de un sistema moral.

La ética Objetivista sostiene que el actor siempre debe ser el beneficiario de su acción y que el hombre debe actuar en su propio interés racional. Pero su derecho a hacerlo se deriva de su naturaleza como hombre y de la función de los valores morales en la vida humana – y, por lo tanto, es aplicable solamente dentro del contexto de un código racional de principios morales, demostrado y validado objetivamente, que defina y determine su auto-interés de hecho. No es una licencia para «hacer lo que le venga en gana» y no es aplicable a la imagen altruista de un bruto «egoísta» ni a ningún hombre motivado por emociones, sentimientos, impulsos, deseos o caprichos irracionales.

Esto lo digo como advertencia contra el tipo de «egoístas nietzscheanos» que, de hecho, son un producto de la moralidad altruista y representan la otra cara de la moneda altruista: los hombres que creen que cualquier acción, independientemente de su naturaleza, es buena si tiene como objetivo el beneficio propio. Así como la satisfacción de los deseos irracionales de otros no es un criterio de valor moral, tampoco lo es la satisfacción de los propios deseos irracionales de uno. La moralidad no es una competición de caprichos. . . .

Un tipo parecido de error es cometido por el hombre que declara que, dado que el hombre debe guiarse por su juicio independiente, cualquier acción que decida tomar es moral, si él la elige. El juicio independiente de cada uno es el medio por el cual cada uno debe elegir sus acciones, pero no es un criterio moral ni una validación moral: sólo la referencia a un principio demostrable puede validar las elecciones de cada uno.

Así como el hombre no puede sobrevivir de cualquier forma al azar, sino que tiene que descubrir y practicar los principios que su supervivencia requiere, igualmente el interés propio del hombre no puede ser determinado por deseos ciegos o caprichos aleatorios, sino que ha de ser descubierto y alcanzado con la guía de principios racionales. Esta es la razón por la que la ética Objetivista es una moral de auto-interés racional – o de egoísmo racional.

Dado que el egoísmo es la «preocupación con el propio interés», la ética Objetivista utiliza ese concepto en su sentido más puro y exacto. No es un concepto que uno pueda cederle a los enemigos del hombre, ni a las insensatas equivocaciones, distorsiones, prejuicios y temores del ignorante y el irracional. El ataque contra el «egoísmo» es un ataque contra la auto-estima del hombre; renunciar a uno es renunciar a la otra.

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«¿Me preguntáis qué obligación moral le debo a mis prójimos? Ninguna – excepto la obligación que me debo a mí mismo, a objetos materiales y a toda la existencia: racionalidad. Trato con hombres como mi naturaleza y la de ellos exige: por medio de la razón. No busco o deseo nada de ellos excepto tales relaciones en las que ellos quieran entrar por su propia elección voluntaria. Es sólo con su mente con la que puedo tratar, y sólo en mi propio interés, cuando ellos ven que mi interés coincide con el suyo. Cuando no lo ven, no entro en la relación; dejo que los que disienten prosigan su camino, y yo no me aparto del mío. Yo gano solamente por medio de la lógica, y me rindo solamente a la lógica. No rindo mi razón, ni trato con hombres que rinden la suya.»

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Nos han enseñado que el ego es sinónimo de maldad y que el desinterés es el ideal de la virtud. Pero la persona productiva es el egoísta en sentido absoluto, y el desinteresado es quien no piensa, ni siente, ni juzga, ni actúa; éstas son funciones del ego.

Aquí es donde la inversión básica es más mortal. La cuestión se ha pervertido y al hombre se le ha dejado sin ninguna alternativa – y sin libertad. Como polos opuestos del bien y del mal, le han ofrecido dos concepciones: el egoísmo y el altruismo. El egoísmo se supone que significa el sacrificio de los demás a sí mismo. El altruismo, el sacrificio de uno mismo a los demás. Esto vinculó irrevocablemente al hombre a otros hombres y sólo le dejó una elección de dolor: su propio dolor soportado por el bien de los demás, o el dolor infligido a los demás por el bien de sí mismo. Cuando se añadió que el hombre debe encontrar alegría en la auto-inmolación, se cerró la trampa. El hombre fue obligado a aceptar el masoquismo como su ideal – bajo la amenaza de que el sadismo era su única alternativa – . Ese ha sido el mayor fraude jamás perpetrado contra la humanidad.

Ese fue el mecanismo por medio del cual la dependencia y el sufrimiento se perpetuaron como aspectos fundamentales de la vida.

La cuestión no es auto-sacrificio o dominación, la cuestión es independencia o dependencia. El código del creador o el código del parásito. Esta es la cuestión básica. Se basa en la alternativa de la vida o la muerte. El código del creador está construido sobre las necesidades de la mente pensante, que le permite al hombre sobrevivir. El código del parásito está construido sobre las necesidades de una mente incapaz de sobrevivir. Todo lo que procede del ego independiente del hombre es bueno. Todo lo que procede de la dependencia del hombre de otros hombres es malo.

El egoísta en sentido absoluto – el egoísta racional – no es el hombre que sacrifica a otros; es el hombre que está por encima de la necesidad de usar a otros; no funciona por medio de ellos; no los tiene en cuenta en ningún asunto esencial: ni en su objetivo, ni en su motivación, ni en su pensamiento, ni en sus deseos, ni en la fuente de su energía. Él no existe para el provecho de ningún otro hombre ni le pide a ningún otro hombre que viva para el suyo. Esa es la única forma posible de hermandad y de respeto mutuo entre los hombres.

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El propósito moral de la vida de un hombre es el logro de su propia felicidad. Eso no significa que deba ser indiferente a todos los demás hombres, que la vida humana no tenga ningún valor para él y que él no tenga ninguna razón para ayudarles a otros en una emergencia. Pero sí significa que él no subordina su vida al bienestar de los demás, que no se sacrifica a las necesidades de otros, que el alivio del sufrimiento de otros no es su principal preocupación, que cualquier ayuda que pueda darles es la excepción, no la regla, un acto de generosidad, no un deber moral, que es marginal y circunstancial – de la misma forma que los desastres son marginales y circunstanciales a lo largo de la existencia humana – y que los valores, no los desastres, son el objetivo, la principal preocupación y la motivación de su vida.

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Amor, amistad, respeto, admiración… son la respuesta emocional de un hombre a las virtudes de otro, el pago espiritual que se da a cambio del placer personal, egoísta que un hombre recibe de las virtudes del carácter de otro hombre. Sólo un salvaje o un altruista alegaría que apreciar las virtudes de otra persona es un acto de generosidad, y que en lo que concierne a su propio interés y placer egoístas, no hay ninguna diferencia si uno trata con un genio o con un tonto, si se encuentra con un héroe o con un bandido, si se casa con la mujer ideal o con una prostituta.

En cuestiones espirituales, un comerciante es un hombre que no busca ser amado por sus debilidades o defectos, sólo por sus virtudes, y que no le otorga su amor a las debilidades o a los defectos de los demás, sólo a sus virtudes.

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El primer derecho en la tierra es el derecho al ego. El primer deber del hombre es a sí mismo. Su ley moral es nunca colocar su objetivo principal en las personas de otros. Su obligación moral es hacer lo que desee, siempre que su deseo no dependa principalmente de otros hombres. Esto incluye todo el ámbito de su facultad creativa, su pensamiento, su trabajo. Pero no incluye el ámbito del delincuente, el altruista y el dictador.

Un hombre piensa y trabaja él solo. Un hombre no puede robar, explotar o dominar – él solo. El robo, la explotación y el dominio presuponen víctimas. Implican dependencia. Son el ámbito del parásito.

Los que gobiernan a hombres no son egoístas. Ellos no crean nada. Existen enteramente a través de las personas de otros. Su objetivo está en sus sujetos, en la actividad de esclavizar. Ellos son tan dependientes como el mendigo, el trabajador social y el bandido. La forma de dependencia no importa.

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Fuentes:

«The Objectivist Ethics» The Virtue of Selfishness

«Introduction» The Virtue of Selfishness
«Galt’s Speech», For the New Intellectual
«The Soul of an Individualist» For the New Intellectual
«The Ethics of Emergencies» The Virtue of Selfishness
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[…] El actuar «de la forma que haga a uno feliz, siempre que no se perjudique a los demás» no es egoísmo, pues quien actúa con esa norma no sabe si lo que le hace feliz (por ejemplo, beber en… Leer más »

Anónimo
Anónimo

Desde el momento en que es un acto reflejo, es un instinto. Sobre lo otro, nunca lo sabremos puesto que Rand lamentablemente no está para responder. Y ya que estamos, y *reflexiono en voz alta*, ¿las personas no deberían tener… Leer más »

Arturo Alessio
Arturo Alessio

Anónimo, para nada se trata de instintos: http://objetivismo.org/emociones/ Sobre la cuestión del egoísmo racional yo me inclino a pensar que la redundancia es por lo increíblemente malentendido que está el término. A muchos les hace falta leer «racional» para capturar… Leer más »

Anónimo
Anónimo

Sobre lo primero, justamente actúa por instinto. Y sí, tal vez en algún punto de nuestra historia pudo darse que una persona entrase en la selva amazónica y que un nativo que jamás vio un arma cargada pudo no darse… Leer más »

Ayn Rand

Los hombres han considerado sólo el “bienestar” de los pacientes, y nadie pensó en quienes tenían que proporcionarlo. Que un médico tuviese algún derecho, deseo o elección en el asunto, fue considerado un egoísmo irrelevante; él no es quién para escoger, sólo para “servir”. (La Rebelión de Atlas)

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La maldad del altruismo — por Ayn Rand

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